Opinión

Sergio Rojas se niega a descansar en paz

Sergio es un líder indígena bribri (en presente porque para su pueblo está vivo), descendiente de linajes milenarios, del clan uniwak.

Sergio es un líder indígena bribri (en presente porque para su pueblo está vivo), descendiente de linajes milenarios, del clan uniwak. En Salitre, su pueblo, muchos lo siguen respetando como un legítimo cacique bribri. Sergio era un ser humano, con virtudes y defectos, igual que usted o yo. Sergio amaba la libertad, repudiaba la sumisión y la servidumbre, por eso desde muy joven, siendo maestro, emprendió las luchas por la autonomía, la cultura, las tierras y el respeto de los derechos de su gente. Sergio era peticionario y beneficiario de una medida cautelar que dictó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en el 2015, a Costa Rica, para que protegiera la vida y la integridad de la gente teribe de Térraba y bribri de Salitre, el Gobierno firmó un protocolo pero solo para quedar bien con la Comisión porque a la fecha no lo ha ejecutado. Sergio siempre decía: “Si tengo que dar la vida por mi pueblo, pues la daré”, por eso nunca se escondió pese a las amenazas, discriminaciones y atentados; caminaba con valentía por Buenos Aires, donde ilegalmente lo declararon non grato, incluso la noche que lo asesinaron abrió la puerta de su casa y los enfrentó solo. Sergio le caía mal a los arrogantes políticos y los “funcionarillos” de escritorio porque les decía la verdad, sin cálculos políticos o económicos, sin mentiras, sin miedo.

A Sergio lo asesinaron por defender los derechos indígenas. Punto. A Sergio lo asesinaron por ser un indígena. Punto. A Sergio lo mataron por miedo, odio e inconciencia. Punto. Le tenían tanto miedo que le dispararon escondidos en la oscuridad, de 15 balazos y no de un tiro. Lo asesinó la verdadera Costa Rica: la de los igualiticos, la que asegura que aquí todo se soluciona con el diálogo, ese que impone la razón de los gobernantes de turno; la que tapa y calla sus perversiones pero acusa al que se atreve a ser diferente y reclama igualdad; la que celebra el bicentenario de una democracia que borra de su historia la esclavitud indígena, los asesinatos políticos, los golpes de estado, las guerras civiles, las violaciones a los derechos a los indígenas y la responsabilidad por el crimen contra Sergio. A Sergio intentaron desmovilizarlo de muchas formas: sembraron el odio entre los indígenas, metieron cizaña a un grupo de teribes que durante siglos han convivido pacíficamente con los bribris; amenazaron con el despido a los que trabajaban como peones; le negaban los servicios públicos a sus amistades; un reportero inescrupuloso le montó un juicio mediático en un diario de letrina y no faltó un judas que se prestara para denunciarlo por mal manejo de fondos. De inmediato montaron un megaoperativo en Salitre, como si se tratara de capturar a un capo de la mafia; detuvieron durante horas, en sus casas, a niños, niñas y adultos mayores de las familias, les decomisaron hasta los cuadernos escolares, mientras Sergio caminaba tranquilo hacia la Fiscalía a entregarse, con la seguridad de la inocencia. Lo extraño es que cuando lo asesinaron no montaron ningún megaoperativo. Le impusieron una multa impagable y con eso lo mantuvieron siete meses en prisión sin formalizarle cargos, preso de conciencia, y le prohibieron participar en la junta directiva de la asociación indígena. Cuando recuperó su libertad, volvió a Salitre y desde el Consejo Ditso Iriria Ajkonuk Wakpa retomó la lucha, y siguió viviendo en su humilde casa de madera, de piso de tierra, en la que no se ven por ningún lado los 600 millones que sus enemigos aseguran que se robó. A la familia de Sergio, el Gobierno, en representación del Estado, no les ha pedido perdón, a la defensiva solo han esbozado pretextos y promesas. El asesinato de Sergio se suma a los millones de indígenas que durante 527 años han sido asesinados, por eso Sergio no descansa en paz, se niega a hacerlo, lo hará cuando el Estado le restituya todos los derechos y las tierras ancestrales a su pueblo.

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