Opinión

Ser humanista

Me tocó asistir al entierro de las ideologías y poner una lápida a la que enarbolé en mis días de juventud.

Me tocó asistir al entierro de las ideologías y poner una lápida a la que enarbolé en mis días de juventud.

Con el paso de tiempo, superados los viejos esquemas que atrapan a algunos, basados en dogmas y radicalismos, me propuse explorar si mi pensamiento “teóricamente” es un atisbo de humanismo.

No pretendo definirme humanista conforme la tradicional clasificación que cualquiera puede consultar en Internet o en un diccionario. Prefiero buscar mis propios parámetros y alejarme así de los descalificativos de moda como “progresistas”, “conservadores” o “fundamentalistas”.

Como pensamiento, el humanismo aparece olvidado ente los extremos del capitalismo salvaje, el neoliberalismo, el comunismo, el socialismo del siglo XXI, el chavismo y hasta por la teología de la liberación.

Se puede ser humanista por esa inclinación a la defensa de un conjunto de valores universales basados en la igualdad, la fraternidad, la solidaridad, la justicia, la paz, la libertad, el libre pensamiento y expresión, el uso de la razón –política y jurídica- y la búsqueda de la verdad científica, que no entran en contradicción con el ideal de justicia social conforme a la doctrina cristiana.

Ser humanista es creer que la sociedad no está anclada a un inmutable estado de las cosas y que, por el contrario, tiene la oportunidad de elevarse a niveles superiores de desarrollo. Ser positivo, pensar que nada es absoluto y mucho es relativo, confiar en la capacidad del ciudadano de que se puede crecer y ser mejor a través de la solidaridad no es algo que pueda incomodar a nadie.

Hace tres años, al escribir sobre teoría del derecho y el Estado, expresé mi aspiración por una sociedad en la que el ser humano sea el centro de todas las políticas públicas y que ellas se encaminen a la satisfacción de intereses comunes y el crecimiento de cada uno de sus miembros.

El Estado, así visto, no puede convertirse en el interventor absoluto o ausente sobre las voluntades colectivas o individuales: debe ser el mejor mediador entre las diferencias. El Estado y las instituciones se deben y deben servir a la ciudadanía y no al revés.

Mi gran temor sigue siendo el irrespeto por parte del Estado y sus funcionarios de los derechos ciudadanos en abuso y menoscabo de las normas esenciales de la Constitución Política y los Derechos Humanos.

Me veo reflejado en el humanismo jurídico y el humanismo político. La centralidad del sujeto como esencia de la norma está al mismo nivel del sentido filosófico y programático de las instituciones obligadas a velar por el bienestar general.

Mi crítica es que el Estado pierde con celeridad el interés en la persona, el cual ha pasado a ser un “sujeto sin rostro”, anulando así la razón de vivir en sociedad y el propósito de lo público. Un Estado deshumanizado niega a la ciudadanía sus derechos.

El servicio ético de los cargos públicos ha sido erosionado por tecnicismos, formalismos, legalismos, instituciones anquilosadas y burocracia apática.

Los costarricenses, para mi preocupación, han disminuido su confianza en el diálogo como instrumento válido de solución de los problemas y terminan buscando imponerse bajo los términos de la ley del más fuerte, las huelgas, bloqueos y la parálisis a través del uso desmedido del derecho.

Aspirar a una discusión y un abordaje consensuado de los problemas nacionales es un reto sin precedentes.

En la concepción más heterodoxa del humanismo, me sentiría cómodo con que su columna vertebral sean los derechos humanos y resolver con sabiduría el reto de su constante evolución.

No se puede, en este contexto, dejar de ver el conjunto dado que se impone la necesaria y obligada actitud del diálogo y el razonamiento metódico que incluya a la más diversa cantidad de opiniones posibles.

Soy del criterio de que, en esa perspectiva humanista, debemos hacer que la Ley garantice la justicia y que, ciencia y razón, nos lleven por el camino de la verdad.

Entonces, política y jurídicamente debemos construir una ética social que nos permita fortalecer ese maravilloso concepto al que llamamos libre albedrío y que los seres humanos nos reconozcamos como tales unos con otros por el amor fraterno, aceptación que no puede ser negada ni olvidada por el aparato del Estado.

Podría ser humanista si en el interior de su definición se pueda incluir la gran preocupación que siento por el cambio climático. Si esto me ocupa, entonces intentaría pasar a la acción para que Costa Rica sea el primer país verde a nivel mundial.

La educación, la ciencia y la tecnología deben, en esta perspectiva humanista, ir por el camino de un desarrollo que genere riqueza y no desigualdad con impacto en la salida de decenas de personas de la pobreza, la generación de empleo decente y la movilidad social.

En el contexto de la globalización creer en un comercio justo no es una utopía. Aprovechando nuestra estatura moral internacional en materia de paz, la no violencia y el desarme podemos apelar a que en el intercambio comercial globalizado impere el trato ético equilibrado.

Como síntesis con respecto a mi forma de ver el mundo humanista, la fórmula que aplica es aquella que dice que “el todo es más que la suma de las partes”.

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