Opinión

San José, botín de guerra 1823: le arrebató la capital a Cartago

En el año 2023 d.C., se cumplen 200 años de la primera guerra civil entre costarricenses: como una consecuencia directa del choque armado y violento el 5 de abril, en Las Lagunas de Ochomogo, San José le arrebató para siempre la capital de Costa Rica a Cartago.

Dato circunstancial, este año 2023 se cumplen 500 años del nacimiento de Juan Vázquez de Coronado, conquistador español de Costa Rica, fundador de Cartago como la capital de aquellas tierras que fueron denominadas Costa Rica por la Corona española. Hubo razones de inteligencia práctica para seleccionar a Cartago como el centro político, administrativo, económico y religioso, entre ellas una excelente ubicación, la tierra, el agua, el clima, la cercanía con personas de las etnias ancestrales que los españoles masacraron, esclavizaron y sembraron en reductos-granjas para garantizarse mano de obra gratis, otra de exportación y sobre todo, la que podían controlar por su enajenación al quitarle identidad y memoria propias. Y como valor agregado, los esclavos negros. Todo a sangre y fuego, a espada y cruz.

La conquista y colonización fue llevada inicialmente por empresas privadas en contratos con la Corona española, apoyados y acompañados por la Iglesia católica española, donde se siguió el dictado real de construir esos centros poblacionales-ciudades, que eran pequeños asentamientos humanos, deshumanizados, punto desde donde se movían los hilos de ambición, intrigas, cultivos, ganado, comercio y casta que, bien entendida en sus atributos, marcó la división social entre españoles desde sus inicios. Y por supuesto el eje central: poder, el que lo tiene, el que quiere participar de él, los que lo quieren ejercer desde arriba, sin molestos intermediarios.

Varios factores de corte comercial, económico y el nacimiento de otro polo de actividades más dinámico y generacionalmente pujante, en parte por la riqueza que les fue dejando el cultivo del tabaco en el último cuarto del siglo XVIII, impulsaron a San José, otra mentalidad, más moderna, con una ideología política, social y económica más agresiva.

Cartago era la capital, tenía el único ayuntamiento funcional de la provincia, pero ese poder comenzó a debilitarse con la promulgación y entrada en vigencia de la Constitución de Cádiz, en 1812, que permitió la creación de ayuntamientos donde hubiera mil o más personas. Y si no llegaban a ese número mínimo, podían solicitarlo bajo un trámite establecido. Una vez más, Cartago siguió perdiendo poder, nuevos ayuntamientos, es decir, gobiernos locales y poder local.

San José siguió su ascenso y se fortaleció más con la creación que privadamente financiaron personas locales para crear la Casa de Enseñanza de Santo Tomás, en 1814.

Ese Cartago colonial, donde los ayuntamientos de Costa Rica el 29 de octubre de 1821 decretaron, redactaron el Acta y firmaron la independencia de Costa Rica de España para siempre, no supo leer el signo de los nuevos tiempos, el eje del poder que se estaba inclinando hacia San José desde el año 1800, fortalecido con las disposiciones de la Constitución española de Cádiz, en 1812.

Con una mentalidad cerrada bajo el amparo de los privilegios políticos y económicos tradicionales que les otorgaba la estructura de poder de la Corona española, no vieron con inteligencia analítica y crítica lo que estaba pasando frente a sus ojos, el cambio de época que los debilitaba, desde adentro, en la provincia de Costa Rica.

Mucho campanario y poco seso, un añejo sentido de dominio y justicia, figurones económicamente quebrados, con poder en declive, aunque muchos de ellos en el entramado de negocios con la creciente San José, donde aumentaba la población y el número de gentes, provenientes de Cartago, en busca de tierras donde sembrar y asentarse.

Cartago siguió como centro político, administrativo y religioso de la provincia, donde se asentaba la gobernación, pero con la independencia del 29 de octubre todo se les comenzó a venir abajo. En sus aires de grandeza inflada por la neblina local, se aferraron a unos trajes viejos sin mirar el horizonte de la nueva aurora, la republicana.

 

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