Con solo 32 años, Rodrigo Facio fue por mucho el estratega, el negociador, el ideólogo y la figura estelar de la Asamblea Nacional Constituyente de 1949. Revisando las Actas de esa Asamblea, se encuentra que casi no hubo un tema sobre el cual no se pronunciara, en la discusión de lo que sería la nueva Costa Rica.
Hay intervenciones verdaderamente épicas, como aquella en la que defiende el proyecto de Constitución impulsado por la Junta de Gobierno, o en la que explica cómo han de ser las relaciones entre un gobierno de facto, que surge de una revolución y una Asamblea Constituyente. También sobresalen participaciones donde aborda el espinoso tema de la función social de la propiedad privada, defiende las garantías sociales, las instituciones autónomas, el Servicio Civil, el financiamiento permanente del presupuesto de la Universidad de Costa Rica, la Contraloría General de la República y la posibilidad de constitucionalizar los principios presupuestarios, por citar algunos ejemplos.
Su capacidad de negociación y su espíritu de tolerancia y respeto por las ideas ajenas sirvieron de puente para el encuentro entre conservadores y progresistas, entre liberales y socialdemócratas, y todo el mosaico de manifestaciones humanas que estuvieron representadas en aquel cuerpo constituyente. En ese medio crispado por las pasiones propias que deja tras de sí una sangrienta guerra (1948), Facio, combate los dogmatismos de cualquier naturaleza, al tiempo que defiende, de manera permanente, el respeto por el principio del pluralismo político y la necesidad de garantizar los derechos de todas las personas que conforman la sociedad.
En congruencia con el respeto por el derecho ajeno, quizás inspirado en Voltaire, como constituyente rechazó, cada vez que fue necesario, las cláusulas constitucionales de naturaleza prohibicionista. Por ejemplo, lo hizo cuando se discutió el artículo que finalmente prohibió a los comunistas participar en la política nacional. En aquella ocasión, defendió que una ideología y un programa de lucha política solo se podían combatir con otra ideología y otro programa, y que el comunismo no se podía aplastar con una bomba atómica, sino que debía liquidarse eliminando sus fuentes, entre las cuales menciona la miseria, la injusticia, las desigualdades y los desperdicios a que ha dado lugar el desarrollo pujante, pero incontrolado de la economía en régimen capitalista absolutamente libre.
Inspirado en las mejores tradiciones del ser costarricense, fundadas en los principios democráticos y el respeto por los derechos humanos, elocuentemente sostiene que, “la Constitución debe ser una norma de equilibrio”, porque la Constitución se hace para un pueblo con puntos de vista fundamentalmente diferentes. Como ya se dijo: “justicia social con eficiencia económica. Que la justicia no mate a la eficiencia, ni la eficiencia mate a la justicia”.
Ante tesis muy conservadoras de sus colegas constituyentes, defendió con pasión que “la revolución abrió y forzó el camino para iniciar una honda transformación del país y que, en consecuencia correspondía a la Asamblea Constituyente “organizar a Costa Rica sobre bases nuevas y modernas… capaces de darle al hombre medio mejores garantías para su libertad política, para su trabajo, para su familia y para su vida pública y privada”.
De acuerdo con esta tesis, la Constitución desde el plano axiológico no es una norma neutra; al contrario, representa una toma de posición valorativa, entiéndase ideológica, en favor del Estado democrático y social de derecho, donde el ser humano, su dignidad y sus derechos fundamentales son el centro y el fin de toda acción pública. En congruencia, Facio defiende la intervención del Estado, con el propósito de asegurarle a la ciudadanía no solo la libertad política, sino también la seguridad y libertad económica, como único medio para corregir las injusticias y la miseria que provoca el sistema económico.
Como hombre ilustrado, comprende que las personas, sus principios y sus valores cambian con el paso del tiempo y que, la construcción de la democracia, las leyes y las instituciones implican procesos complejos, mediante los cuales se busca avanzar hacia formas o modelos de vida más desarrollados; modelos que no son absolutos ni acabados, porque siempre pueden repensarse, reconstruirse y perfeccionarse.
En suma, desde esta visión dinámica y evolutiva de la vida, resulta comprensible el rechazo de Rodrigo Facio a la teoría que concibe la Constitución como una ley eterna o un conjunto de normas pétreas e inmodificables. Todo lo contrario, para él una generación no puede someter a sus leyes a las generaciones futuras, porque la Constitución es como “un vehículo de vida” que se debe adaptar a las necesidades de su tiempo para que sirva como instrumento de cambio social. “Ninguna generación hace el mundo, sino simplemente lo prosigue, y en definitiva, solo es vanidad de vanidades creer que lo nuestro es realmente nuevo bajo el sol”.