Opinión

Resiliencia y cambio climático desde la niñez y juventud

El término resiliencia se refiere a la capacidad que tienen los seres humanos de afrontar las adversidades que se les presentan

El término resiliencia se refiere a la capacidad que tienen los seres humanos de afrontar las adversidades que se les presentan, además de contar con un gran potencial para adaptarse al entorno. De modo que, las personas resilientes se caracterizan -entre otros aspectos- por su alto nivel de consciencia sobre el problema, su iniciativa de cambio y una actitud orientada hacia el futuro.

Cabe retomar la carta abierta escrita para los niños(as) y jóvenes del mundo por Henrietta H. Fore (Directora Ejecutiva de Unicef), en lo que incumbe a ese concepto interesante que nos ocupa. Fore nos enfatiza la inmensa diferencia que hay entre un(a) niño(a) que asiste a la escuela y tener una educación de calidad. Por ejemplo, un 60% del alumnado que cursa la primaria en países en desarrollo, no cuenta con una capacidad adecuada de competencia en aprendizaje. En la misma línea, la mitad de las y los jóvenes deben enfrentarse al conflicto y la violencia que sucede dentro de las instituciones educativas.

De los aspectos fundamentales que favorecen la capacidad de resiliencia, cabe destacar las fuentes de apoyo externas con las que pueden contar la niñez y juventud. El soporte es posible encontrarlo en las instituciones sociales, destacando las educativas. En las escuelas y colegios se requiere un espacio adecuado y seguro que esté atento a las necesidades futuras del estudiante, que incentive sus competencias y les genere oportunidades de crecimiento adecuadas a su edad.

El sistema educativo podría retar al alumnado a concientizar y generar acciones sobre el cambio climático, en abono al fomento de su resiliencia.

Los(as) jóvenes que participaron en la Cumbre 2019 sobre Acción Climática y en el 74º período de la Asamblea General de las Naciones Unidas (el argentino Bruno Rodríguez, Greta Thunberg de Suecia, Komal Karishma Kumar de Fiji  y Wanjuhi Njoroge de Kenia, demás destacados y destacadas), a propósito del activismo que les caracteriza, representan un buen ejemplo de lo que corresponde en una de las áreas prioritarias claves para vigorizar la resiliencia frente al cambio climático, como lo es la educación. Tomando en cuenta los aspectos de una persona resiliente, es posible concluir que son jóvenes generadores de conciencia sobre el desafío que esta crisis climática representa a nivel global, que tienen iniciativas de cambio y se exigen nuevas tareas comprometidas con el futuro.

Uno de los procedimientos para fomentar la resiliencia en las instituciones educativas se da a través de la participación del estudiantado en distintas actividades que les permitan trabajar su adaptación al cambio, por ejemplo, -y en lo que aquí compete-  mediante la creación de proyectos que tomen en cuenta la zona geográfica y el grado de vulnerabilidad de la institución educativa ante el cambio climático (de uso y acceso al agua, diversificación de alimentos, entre otros). También cabe mencionar la ejecución de talleres especializados sobre educación ambiental y prácticas que contribuyan a reducir la huella ecológica como la utilización de energías renovables en las escuelas.

Fore abarca un punto clave sobre la necesidad de generar destrezas que se requieren en el siglo XXI, es por ello que uno de los grandes desafíos para las instituciones educativas es forjar seres humanos resilientes, capaces de transformar la sociedad. Esta forma de proceder permite que la niñez y juventud no sean vistos como actores secundarios, más bien que correspondan a una parte protagonista del sistema internacional. Haciendo uso de su creatividad y estimulando su criterio propio pueden ser capaces de generar un cambio en este punto que llamamos Tierra.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido