“Lo que un emprendedor necesita para entrar en una nueva industria es disposición de aprender”. Así plantea en el periódico El Financiero el asesor empresarial Richard Branson el éxito o fracaso de un empresario. En teoría está en lo correcto.
Pero no necesariamente todas las metas honorables cuentan con esa verdad de Branson. Algunos costarricenses hacen gala de aprender más rápido de la cuenta. Desde antes de la independencia de España algunos habían descubierto ganancias por jurar lealtad a esa inexplicable reminiscencia llamado Rey, mientras contrabandeaban por el Atlántico con Inglaterra.
Ya en los albores del siglo XXI se ha descubierto que sabiéndose arrimar al Estado alguno de estos capitalitos originarios hay multiplicación de los panes, pudiéndose controlar así cualquier contradicción de clase.
De esta manera algunos grandes negocios con el Estado requieren cautela a toda prueba para “no tener rabo que nos majen”, como dijo recientemente un diputado.
Por eso, en el tan mentado caso del “cementazo” chino la evidencia supera vocablos y solo deja ver que a veces el monolítico cuido con que debe actuarse en algunos negocios privados se quiebra; y cuando eso ocurre, estallan trifulcas de todos contra todos, sin que la sangre llegue al río. Es obvio que si no estuviéramos a un año para que termine el conservador gobierno de Luis Guillermo Solís, ni Liberación Nacional, socialcristianos, Libertario, PAC o Frente Amplio requerirían calentar motores electoreros, como si en mi país jamás hubiese casos de tráfico de influencias, desfalcos de fondos públicos y otros actos que, para muchos ticos, son inmorales, pero a Dios gracias, legales.
Sin embargo, es obvio, que el “cementazo chino” se salió de las manos y como “daños colaterales” un magistrado y un fiscal general (por el momento) están en capilla ardiente; mientras una comisión legislativa investiga el presunto tráfico de influencia al más alto nivel. De los beneficios de la libre competencia comercial -tan defendidos por líderes como Otto Guevara, algunos magistrados, banqueros, diputados, cooperativistas- de momento pocos quieren saber algo.
De un emprendedor como Juan Carlos Bolaños, quien según ha dicho tenía buenas relaciones casi que con todos los partidos políticos y banqueros, nadie quiere saber nada de él. Pocos lo conocen, otros hablaron con él ocasionalmente etc. Prensa, políticos, antiguos amigos y colegas lo tienen ya recostado en el paredón de fusilamiento.
En ocasión del cemento chino pregunto a usted: ¿A quién se le ocurrió investigar qué funcionarios participaron en el reglamento para dar por años el duopolio a Cemex y Holcin? ¿Cuánto pagamos los costarricenses todos estos años por el control del cemento por dos bandos? Tal vez la comisión legislativa nos saciará la interrogante algún día, si es que tiene claro que la clase política se desprestigiará más si esta investigación es solo por la proximidad electoral.
Conozco en el ejercicio liberal de la profesión empresarios de intachable conducta; sin embargo, en algunos casos, gracias a fondos estatales –cosa que es legal si cumplen requisitos- tenemos familias productoras de banano; otras dedicadas a la producción de pollos, franquicias financiadas por bancos públicos, gestores privados de electricidad que no quieren controles de nadie, etc. Otros son la mosca en el pastel: revisen quiénes tienen amarrados los perrillos a la CCSS, a Asignaciones Familiares, entre otros.
Es tan apasionante este mundo de los negocios honestos que el Banco Anglo requería una modernización – el BCR debe pellizcarse- ; a los trenes les taparon el resuello y las principales carreteras (que pasaron a manos privadas para su administración o reparaciones) quedaron destrozadas por los furgones; Puntarenas aumentó su pobreza después que entregaron el negocio del muelle a manos privadas.
Aclaro que el mundo de los negocios honestos me apasiona; lo que sí me preocupa es la matriz informativa de una supuesta moral en algunos negocios y no en todos. Para quien suscribe, el negocio de la famosa trocha fronteriza no fue tan moral como resulta ahora – no hay nadie juzgado-; a nadie se le ha seguido proceso por mentir públicamente cuando nos dijeron que con el TLC mejoraría la situación de los ticos y hoy somos el segundo país más desigual de América Latina. No he visto a nadie en los tribunales porque haya construido deficientemente una carretera. Me remito a las pruebas de Lanamme de la Universidad de Costa Rica.
Digo lo anterior porque, laboratorios como este de la UCR, como otras muchas instancias universitarias que prestan silenciosos servicios a la patria, están amenazados cuando tratan de que las discusiones por presupuesto conforme a la Constitución no se hagan de cara a las comunidades universitarias; o se alzan voces contra el financiamiento para una Universidad pública basada en principios latinoamericanistas y no solo en la perfección universal de la maquila profesional. Ojalá las investigaciones del cementazo no maten la verdad real.