Leo un artículo de opinión curioso en el periódico La Nación S.A. del lunes 7 de noviembre. Tiene como título Defendamos a los defensores de la democracia y lo firman Alexander Schellenberg y Teresa Ribeiro. Schellenberg es ministro de Asuntos Exteriores de Austria y Ribeiro es representante para la Libertad de Prensa de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa. Las señas de los coautores las obtengo de su mismo artículo.
El artículo, cuyo nombre ya indicamos, se inicia así: “Cuando los periodistas independientes informan sobre la invasión militar rusa declarada en Ucrania, muestran la realidad de la guerra. Muestran su barbarie, su crueldad y las tragedias humanitarias que inevitablemente la acompañan. Brindan a la audiencia (también ha de haber lectores) información fiel sobre los acontecimientos en terreno y recopilan evidencia sobre los crímenes de guerra para los futuros mecanismos de responsabilización”.
Como inicio, no se trata de un párrafo afortunado. ¿Quiénes serán esos “periodistas independientes” que menciona? ¿Se tratará de profesionales que atienden los sucesos de la guerra y luego venden sus crónicas a los medios? ¿O serán independientes porque han sido sus crónicas y ellos mismos contratados por medios específicos a los que se estima “independientes”? Estos medios difícilmente serán neutrales porque en las guerras se obliga a algunos a estar con A y a otros a estar contra B. Es un efecto de las guerras.
Cuando EUA lanzó bombas nucleares contra ciudades y poblaciones japonesas, ningún medio estadounidense lamentó el suceso. Como Japón se rindió casi de inmediato, el periodismo estadounidense “celebró” unánime la victoria. La destrucción de japoneses no les importaba. Era la guerra. En las guerras se está o con unos o contra otros. Y las razones para la elección son variadas.
Un periodista profesional acreditado como tal puede estimar que solo los episodios extremos y duro-violentos de la guerra interesan a los lectores del medio para el que escribe e “informará” solo de ellos y sus conexos (las formas de piedad y solidaridad que suelen suscitar las violencias extremas). La cuestión “democrática” sale sobrando en este caso. En parte porque las fuerzas democráticas se dicen de torneos electorales y de un orden conciliatorio que puede contener asperezas, pero no guerras.
En la guerra misma no hay demócratas (aunque el régimen democrático sea el horizonte de los distintos bandos enfrentados por la guerra). Hay ganadores y perdedores relativos y Ganador y Perdedor finales. Por ejemplo, en la guerra EUA vs Japón, los primeros ganaron todo y los perdedores perdieron todo. En la guerra que la acompañaba, Alemania perdió todo y los aliados ganaron todo. Desde luego “todo” podía no significar lo mismo para los ganadores. En cambio, para los perdedores en una guerra “todo” suele significar “todo”. De cualquier manera, quienes cubren periodísticamente las guerras suelen tener un bando e informan en consecuencia de sus éxitos, no de sus barbaridades.
Sin embargo, lo que interesa aquí es que los periodistas que cubren las guerras o son independientes o son parte del personal de una empresa periodística. En cualquier caso, harán sus crónicas centrados en lo que estiman “vende” o en lo que estimen resulte más vendedor para la empresa que los contrata. Ni la verdad ni la democracia están necesariamente en juego. Cuando la guerra (un fenómeno para nada democrático porque es político-militar) termine, se verá. Este tipo de resultados no se relaciona en absoluto con que periodistas honestos pierdan la vida cubriendo las guerras. Se relaciona en cambio con la propiedad de los medios que los contratan permanentemente o para el evento bélico.
El interés de la pareja Schellenberg y Ribeiro no parece radicar en lo que escriben sino en su deseo de añadir algo más de leña a una guerra en la que Rusia y Putin son los malos absolutos y Ucrania y Zelensky los buenos esféricos. No hay nada especialmente perverso en este maniqueísmo algo escolar excepto que nubla la posibilidad de un entendimiento negociado y quizás contribuya así a un enfrentamiento con armas nucleares.
Si esto último se produjera quizás ya no haya espacio para que los periodistas que hoy cubren la guerra informen a lo que la pareja Schellenberg/Ribeiro llaman “futuros mecanismos de responsabilización”. Es de desear que esto no ocurra pero hace ya meses que la prensa “independiente” costarricense atiza la tesis de una Ucrania vencedora en un conflicto que entre todos (en especial los gobiernos) deberíamos haber evitado. Pese a los muertos y los alcances económicos mundiales de la guerra quizás todavía haya espacio para un diálogo o negociación que ojalá se atizara tanto como hoy se privilegia a una guerra en la que todos podríamos resultar perdedores.

