No muy diferente a la historia de Centroamérica, las iglesias de diferentes religiones se han constituido como actores participantes de las tensiones políticas más amplias sin importar su naturaleza. Estos últimos días, Nicaragua y El Salvador podrán darnos una cucharada de esa sopa.
En Nicaragua se libra un conflicto en donde se enfrentan diversos bandos del gobierno de Ortega con grupos de oposición y algunos sectores del movimiento estudiantil de ese país. La Iglesia católica nicaragüense se ha pronunciado a favor de los grupos de presión hacia el gobierno de Ortega (que demandan su salida); por otro lado, un pastor proveniente de la Iglesia evangélica ha manifestado su apoyo a Daniel Ortega (de paso, ha circulado en varios medios de Nicaragua que la Iglesia Evangélica ha desacreditado la posición de este pastor). A parte de sus pronunciamientos, ha realizado otros papeles como servir de refugio para personas heridas (principalmente en templos católicos). También, esta misma Iglesia ha servido de mediadora para la liberación de presos y hasta ha entregado propuestas a Ortega de cómo subsanar el conflicto y retomar el diálogo.
En El Salvador, que a principios de junio ha tenido en debate legislativo lo que se cataloga como el intento de la privatización del agua, el movimiento estudiantil ha salido a las calles en defensa del líquido vital y se ha desempeñado como actor importante en esta tensión. No podía faltar, por supuesto, el pronunciamiento de alguna institución religiosa respecto del tema. La Iglesia católica salvadoreña salió en diversos medios emitiendo su posición, diciendo que el agua no se puede privatizar porque constituye un recurso que debe ser dotado a todas las personas de ese país. No solo eso, este 14 de junio (junto al movimiento estudiantil y otros grupos de presión) la Iglesia católica salió a las calles manteniendo su exigencia pronunciada en su posición.
Al ser tensiones que todavía hoy están ocurriendo, surgirá más información, evidencia, posiciones y más participaciones de estos actores religiosos. Por eso, estas líneas no pretenden ser puntual en la descripción de lo que hasta ahora ha suscitado en estos dos países, sino más bien evidenciar brevemente que, por más que algunas personas crean que la separación religión-política está avanzada, este tipo de tensiones políticas demuestran que esa relación está más viva que nunca. Parece ser que diversas Iglesias tienen mucho por decir y no pretenden, dentro de sus planes cercanos, abandonar sus relaciones con la política, menos cuando existen grupos de personas que aun reclaman su intervención.
Muchas veces creemos en que la configuración de las tensiones políticas está organizada en relación con políticos, partidos políticos y manifestantes; pero en un buen día sabemos que las iglesias están “por ahí”, sin dimensionar realmente su participación. Inclusive, esas tensiones pueden resucitar los roles de mediador que históricamente la Iglesia católica ha tenido en los conflictos socio-políticos de la región centroamericana (y más recientemente también los grupos no católicos como las Iglesias Evangélicas, Pentecostales y Neopentecostales, entre otras denominaciones).
Las organizaciones religiosas continúan siendo actores políticos de suma relevancia en el devenir de estas tensiones; el mediador perfecto para muchas personas, un fantasma que recorre la política que debe desaparecer para otras muchas personas. Lo que sí es cierto es que todo análisis social, político, académico y cualquier opinión que demos respecto de estas tensiones no pueden seguir obviando el papel que están tomando las instituciones religiosas. Parece estar largo el momento donde se hable de tensiones políticas y que las Iglesias no surjan como actor influyente. ¿Eternos Estados eclesiásticos? Esto también pretende ser una invitación a prestar atención a los papeles que jugarán las instituciones religiosas en conflictos próximos o en los aquí mencionados.