Unas controversiales medidas y reformas muy semejantes a las implementadas y recomendadas por el neoliberalismo y organismos financieros como el FMI fueron las que intentó aplicar Daniel Ortega en Nicaragua para subsanar la creciente crisis y el déficit presupuestario del INSS. Esto generó como resultado una oleada de revueltas y protestas a lo largo y ancho de todo el país centroamericano, impulsadas por la vitalidad, efervencia y la presencia de un actor social que ha tenido una relevancia e incidencia importante en los últimos años en la integración y configuración de una serie protestas y manifestaciones a nivel global contra diferentes facetas del capitalismo globalizado. Es decir, hablamos del papel que tiene el estudiantado o el movimiento estudiantil actualmente como agente e impulsor del cambio y transformación social más que todo en la coyuntura actual nicaragüense y, sobre todo, más allá de este país.
En Nicaragua, este heroico movimiento de estudiantes ha logrado captar la atención de los medios de comunicación internacional. Esto se debe, primero, a la forma en la que han gestado una fuerte oposición al régimen oligárquico de los Ortega y sus reformas al INSS, y, segundo, porque han logrado canalizar perfectamente ese sentimiento profundamente arraigado en otros sectores populares que han estado durante años en la inercia y pasividad, aglutinando un profundo desencanto contra un gobierno que ha traicionado todos los principios e ideales de justicia y liberación de Sandino, los excombatientes sandinistas y uno de los principales referentes ideológicos del FSLN: Carlos Amador Fonseca.
Los estudiantes han tomado conciencia de su papel no solo como futuros profesionales en la carrera que desempeñasen, sino propiamente como actores y agentes políticos transformadores. Este papel de agente transformador de los estudiantes nicaragüenses ha tenido un costo muy alto, dado que el régimen de Ortega ha ejercido una violencia y represión sistemática contra ellos, lo que ha dejado gran cantidad de estudiantes heridos, asesinados y desaparecidos. Desde la sublevación estudiantil, el despliegue militar no ha cesado.
Lograron paralizar y retroceder la aplicación de una contrarreforma impulsada por Ortega. Mostraron al mundo que en Nicaragua no existe estabilidad democrática ni política, sino que hay una gran fractura en el tejido social con un gobierno que traicionó al FSLN y sus ideales. Expresaron un malestar profundo ignorado, agobiado y hasta silenciado y tergiversado por un régimen con tintes orwellianos, el gran hermano que controla y lo vigila todo, que lo distorsiona todo a fin de poner el orden de cosas a su favor e interés, una nueva oligarquía familiar del corte de Somoza.
A estos estudiantes y al pueblo general que se le ha unido a la protesta se les etiqueta de fascistas, “guarimberos”, proyanquis, terroristas y hasta de delincuentes. Sin embargo, aunque han existido intentos por parte de los empresarios y de la oposición a Ortega (la derecha) de imprimir sus intereses de forma oportunista, la verdad es que el movimiento es autónomo y con una base popular que ha tenido gran explosividad, que ha surgido para empoderarse y denunciar al régimen orteguista bajo consignas como “Ortega y Somoza son la misma cosa”.
No hay razón de ser para justificar los asesinatos, la tortura, la represión y la persecución que han sufrido estos valerosos estudiantes por parte del gobierno de Ortega y su brazo paramilitar, la juventud “sandinista”. Defender a cabalidad este régimen y el ejercicio de sus actitudes represivas contra estas capas sociales es estar del lado de la opresión. El orteguismo tiene las manos llenas de sangre (se las ha llenado durante estos días de protesta), al igual que los grupos de izquierda que creen en conspiraciones “imperialistas” para defender lo indefendible y justificar la represión que aplicó el gobierno de Ortega al estudiantado movilizado junto al pueblo.
El dolor que embarga al pueblo nicaragüense por la pérdida de vidas, a raíz de esta brutalidad represiva con la que salvajemente ha actuado la oligarquía orteguista, y los estudiantes, que perdieron una parte de su cuerpo o se encuentran desaparecidos, no nos deben ser ajenos ni indiferentes. Tampoco podemos ignorar la violencia política que también vive el pueblo hondureño, mexicano y colombiano, y, fuera de nuestras fronteras latinoamericanas, lo que vive el pueblo sirio y el palestino. No debemos ser selectivos con las víctimas, todas duelen por igual.
Esta lucha estudiantil deja un símbolo y reflejo de esperanza de que las nuevas generaciones deberán tomar el relevo de viejos liderazgos que han traicionado los ideales y luchar por una sociedad justa y contra la explotación y opresión de los pueblos. Nos enseña que debemos construir movimientos y organizaciones de carácter popular vinculados a las comunidades más excluidas y dar una dirección concreta a estos. Sobre todo, nos hereda la principal lección de heroísmo que estos estudiantes dieron al realizar un golpe popular y legitimo mediante la movilización contra el orteguismo, desenmascarando así ante el pueblo su falsedad y sus niveles de autoritarismo fieles al estilo de Orwell.
¡Qué vivan los estudiantes!