Opinión

Raúl dejó huella

La universidad es un pequeño y multifacético microcosmos.

La universidad es un pequeño y multifacético microcosmos.  Pero la vida de un profesor universitario solo es rica y ubérrima cuando se vive y disfruta como una  auténtica vocación; cuando se mira a la universidad no como un mero lugar de trabajo, sino como un espacio institucional que nos posibilita cultivar una vocación intelectual  plena que dé sentido a la vida. Es dentro de este hermoso contexto que uno logra descubrir y cultivar amistades que perduran con los años y lo enriquecen como persona y como intelectual. Por eso, la muerte  de uno de esos amigos causa no solo la pena natural de constatar que la ausencia es definitiva, sino el experimentar, y con no menor intensidad, el vacío que deja una amistad cultivada por años. Pletórica de múltiples experiencias que hoy se apretujan en el corazón como imborrables remembranzas.

Todo lo  anterior me ha venido a la mente con ocasión del reciente fallecimiento de ese inolvidable  amigo y excelente profesor que fue Raúl Torres Martínez. Raúl no llegó a Costa Rica por casualidad. Costa Rica no fue para él su segunda patria sino la patria sin más. Porque, como auténtico patriota latinoamericano,  siempre consideró como su única patria  a  nuestra América,  aquella que forjaron Bolívar, Juanito Mora y Martí; y que, en nuestro terruño, nos enseñaron a amar  “chilenoides” como el maestro Joaquín García Monge y el poeta Isaac Felipe Azofeifa. Por eso se entregó al quehacer universitario sin descansar ni escatimar esfuerzos. Raúl mostró su valía como ciudadano a carta cabal en el áspero crisol de la lucha. Raúl  fue un perseguido político; luchó y sufrió por sus convicciones. Vio brutalmente quebrada una prometedora carrera académica en su Chile natal, debido al sangriento golpe de Estado perpetrado por el General Pinochet. Luego de lograr escapar de las garras del fascismo, llegó a nuestro país y pronto se incorporó a la Escuela de Estudios Generales. Raúl se había graduado en el célebre Pedagógico de la Universidad de Chile en Santiago. Dada su destacada labor docente había sido nombrado por el gobierno de la Unidad Popular como Vicerrector en la recién creada Universidad Técnica, puesto que no pudo asumir debido al infame golpe de Estado.

Durante su larga y fecunda trayectoria como académico, nuestra universidad  se benefició con sus aportes innovadores, tanto en el campo de la docencia como en la propuesta de crear nuevas formas de trasmitir los saberes humanísticos propios de la Escuela de Estudios Generales. Personalmente, yo le acompañé visitando aula por aula con el fin de reclutar estudiantes cuando, por iniciativa suya, se crearon los seminarios participativos; incluso, impartí lecciones en esa modalidad durante varios años. Luego di charlas en los cursos libres también propuestos y organizados por Raúl; experiencia de tal éxito que se ha implantado en otras universidades.

En sus últimos años Raúl  prestó  un invaluable aporte a la Facultad de Medicina. Pero mi relación con Raúl fue más allá de las aulas universitarias. Porque él fue un hombre siempre pletórico de ideas e iniciativas en todos los ámbitos de la vida.  Incluso, llegó a crear un grupo que interpretaba ritmos y música caribeña. Recuerdo que durante la década de los 80, nosotros junto con compañeros chilenos (autodenominados los “Banderitas”) y  costarricenses, solíamos organizar un ágape días previos a la Navidad.

Raúl nos ha dejado a los 89 años. Pero es de aquellos hombres que tan solo mueren físicamente. Como una estela dejada por una barca que se lanza al mar abierto, Raúl Torres Martínez  pertenece a la rara estirpe de quienes dejan tras de sí una huella luminosa.

Descanse en paz.

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