“España está muy bien sin gobierno –me decía una amiga española- han dejado de robar y ahora todo camina mejor”.
El anarquista que todo español lleva dentro ha encontrado novedosas formas de manifestarse y la seriedad pomposa del Palacio de las Cortes -donde todavía deambula el fantasma de Franco- se convirtió en estos días, para horror de una parte y alborozo de la otra, en un escenario barroco donde las sátiras de Quevedo han sido adaptadas a la posposmodernidad del siglo XXI. El momento estelar lo protagonizó Pablo Iglesias, cuando con su romántica coleta de pirata y la maestría de quien domina tanto el discurso político como la habilidad mediática, desacralizó la gravedad de la circunstancia besando en la boca al diputado Doménech.
Mientras unos se besaban y otros se insultaban, el señor Rajoy sufrió un lapsus y dijo: “nosotros engañamos”. A las finales de la votación el candidato puesto por el rey, Pedro Sánchez, pretendido fiel de la balanza entre la derecha y la izquierda, reprimía visiblemente las ganas de llorar ante su aplastante derrota. La hermana del rey, en tanto, se sentaba en el banquillo acusada de complicidad con el delito millonario de su marido.
Ojalá el ejemplo cunda. Buena falta nos hace un poco de humor inteligente en nuestra Asamblea Legislativa y sentar en los banquillos a nuestra corrupta monarquía local.
Si nadie nos resuelve la crítica situación del país, al menos que nos arranquen algunas carcajadas… Y unos cuantos besos en lugar de serruchos tampoco nos vienen mal.