Opinión

¿Provechosa pandemia?

El colega Óscar Aguilar Bulgarelli (que conozco de tiempos de doctorado, en Madrid), emprendió su lucha personal con el COVID-19. Aparte de protegerse, en el casi año entero que nos castiga esa calamidad, él publicó no menos de dos libros. Son de orientación muy diferente, pero suman casi 600 páginas de acuciosa búsqueda historiográfica y plasmación bajo la palabra ilustradora o el verbo denunciador. ¡Digno empeño; a leer todos! (Ed. Progreso, los dos).

El primer trabajo, Corazón sin tilde (cuyo curioso título se explica en el volumen), consiste en un rescate de quien en vida fue su lejano pariente, José María Aguilar González (1830-84), otrora primer profesor de gramática y latín en Heredia. Una vida llena de peripecias difíciles en sí, que valió la pena evocar, por ejemplo, en la descripción del duro trayecto, entonces por dos días, ahora de ágiles 40 kilómetros entre Santa Eulalia de Atenas y Heredia. Don Óscar hace una meritoria descripción —muchas veces dialogada— de ese andar en carreta y de las comidas en el camino. Descubrimos gente entera, de temple, tan necesaria todavía.

Por supuesto, lo central es el rescate de un personaje y su ubicación contextual, visualizando mediocridades y dificultades, pero también grandes personalidades como don Cleto, exalumno del profesor Aguilar. ¡Buen libro, historia de humanismo ejemplar!

El segundo trabajo producido durante la actual peste es Con la patria en el bolsillo. Tremendas 425 páginas de denuncia, muy detallada y documentada, prensada entre un capítulo inicial y otro, final, sobre el quehacer histórico: para nada se limita a esos nichos de datos que ahora pululan en el aprendizaje de una ciencia tan necesaria, de eje diacrónico sobre todo. ¡Nada de un rosario de cositas inconexas del pasado! El nuevo profesor Aguilar, de nombre Óscar, define su labor como “comprometida con el conocimiento científico” (…) con la “finalidad no solo (del) descubrimiento de la verdad, sino la conservación del patrimonio, en cuanto es la PATRIA”. Y continúa sobre el valor de “la Historia de nuestros países porque, entre menos la conozcamos… más fácil la vendemos” (p. 406).

Esa definición epistemológica, la encontramos de broche final tras densas y largas páginas donde con un arsenal impresionante de datos, el autor demuestra que, específicamente en las últimas décadas por aquí, no en la Dinamarca de Shakespeare, “algo huele mal”. Antes caben sendos capítulos contextuales, porque, contrariamente al sentido insular que nos inculcan (ver: el ensayo de don Isaac Felipe Azofeifa), con la información y los medios de comunicación (cap. II), estamos de lleno en lo que don Óscar llama “el asalto mundial” (cap. III).

Ah… pero ¡a la carga señores lectores! Los extensos y nutridísimos capítulos IV a VII contienen una batería de pruebas documentadas de la podredumbre —totalmente antihumanista— que reina en el establo local. Inaudita y casi desconocido, en el medio. ¿Dónde está Diógenes? Puede ser ese Bergolio al que con alguna frecuencia se alude. En una muy necesaria cura de honestidad, ni lerdo ni perezoso, en estos meses “especiales”, el colega aprovechó para un difícil pero tan necesario estudio exhaustivo, donde se prueba que sobre todo en las altas esferas monetarias y políticas la ética no es plato muy frecuente.

Un único “reproche” al diligente historiador: si otros —no él mismo— le revisan ciertos aspectos “meramente formales” ganaremos todos.  Parabienes por ese humanismo crítico.

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