En mis más de 40 años de experiencia laboral (habiendo empezado a los 12 de edad), tanto en lo privado como en lo público, lo formal como lo informal, con paga y sin paga, con explotación y sin explotación, etc., he podido llegar a la conclusión, bajo vivencia propia y en constante atención de otras experiencias de compañeros, clientes/usuarios, jefaturas, que dentro de una organización laboral lo más perjudicial, tanto para lo interno como para lo externo, son las personas con síndrome de Procusto.
Veamos al respecto, cuenta la leyenda griega que Procusto, hijo de Poseidón, fue un ser de la mitología (controlador y avasallador), en donde ofrecía, de manera gentil, dormida en su casa en las colinas de Ática y ya estando la persona invitada acostada en una cama de hierro y habiendo detectado que descollaba alguna de sus extremidades, procedía a amarrarlas y cortarles lo que les sobresaliera, hasta exterminar a sus víctimas.
Bueno, en los trabajos —si bien— no hay necesariamente asesinos del cuerpo, cortando cabezas, piernas y brazos, sí los hay del alma, de la iniciativa, de la proactividad, del conocimiento, bajo el argumento de la uniformidad, de la legalidad, de la lealtad y de la jerarquización; sin que ello signifique que se esté prohijando por violar alguno de los principios descritos. Pero lo que hace el victimario procusto es precisamente pretender ampararse bajo los anteriores, de manera que esconde, esencialmente, su naturaleza procusista laboral. En donde no permite que se sobresalga y, por el contrario, para sentirse satisfecho/a, se alía a personas conformistas, sin excelencia, sin preparación o inferiores al conocimiento y bagaje del procusto/a, ya que no toleraría un descollo, sin pasar el serrucho.
Mucho de lo aquí descrito, hoy en plena cuarta parte del siglo XXI, se considera como discriminación, acosos laborales, violencia en el trabajo, mal clima organizacional, persecuciones, divergencias y/o conflictos, no obstante, si se analizara desde la psique misma, bien podría estarse ante la mitología descrita, con personas trastornadas, que necesitan ayuda real y el seno familiar en primer lugar y el Estado en segundo, no los trató o importó, para recuperarlos de su posible síndrome, como cualquier otra enfermedad.
Lo que provoca dentro del entorno laboral, a nivel interno, es desasosiego entre los colaboradores, compañeros, jefaturas, es decir, un mal clima organizacional, miedo, desasosiego, desprecio y violencia del mismo entorno y por supuesto, a lo externo, incumplimiento de la visión y misión, institucional, producto precisamente de esa endemia, que padecen algunos, bajo la mampara de ser ellos el centro del servicio.
Lo anterior, no es solo que se dé en referencia a las jefaturas (aunque sí es más visible y evidente, por el ejercicio del poder), sino entre los mismos compañeros a nivel horizontal. A este tipo de personas hay que detectarlas y tratarlas desde el mismo seno familiar, desde la educación primaria, por cuanto, desde edades tempranas, ya generan rasgos dentro de su mismo entorno primario. Esto, con el fin de evitar que su vida laboral de adulto, sean un martirio y un acabose, para la misma empresa, la institucionalidad y la economía misma del país.
Hay que estar alertas, por cuanto al igual que Procusto, parecen ser personas muy amables, que conceden ventajas de inicio, muy serviciales, trabajólicas, pero, detrás de sus mentes enfermas y perversas, esconden sus verdaderas intenciones. Aquí lo importante, además de un tratamiento estatal prematuro, desde el plano médico/psicológico y psiquiátrico, en el jurídico, es imprescindible contar con instrumentos que prevengan y desalienten a este tipo de personas acosadoras, tales como leyes y políticas educativas y laborales contra la discriminación, el mal trato, el mobbing, la asechanza, junto con la ratificación de convenios que existen sobre al respecto, como miembros de diversos organismos internacionales.

