La democracia es una linda utopía, pero no existe. Básicamente, por tres razones y errores desde la perspectiva teórica y política. La primera, creer que la democracia, lo político, tiene vida propia y autonomía frente al sistema económico. No se entiende cómo se defiende “la democracia” sin cuestionar el sistema económico como si no fueran dependientes. La segunda, es creer que la democracia en América Latina es un proceso propio y de construcción cultural autóctono. La democracia, como la entendemos, es una práctica impuesta desde la Europa occidental que no respetó ni respeta las identidades propias políticas y culturales de la región latinoamericana. Quizás por eso entendamos por qué esa receta no ha servido en la región ni ayer ni hoy, por más que lo queramos maquillar. La tercera razón, y no menos importante, es seguir hablando de democracia sin impulsar cambios radicales en la distribución del poder, no solo político sino fundamentalmente económico.
La experiencia empírica demuestra que esta democracia solo sirve para legitimar e impulsar políticas públicas que benefician a pequeños sectores que siguen acumulando riqueza, perjudicando el medio ambiente y profundizando prácticas autoritarias.
La democracia no existe en América Latina. Lo que existen son distintas formas de gobierno, es decir, de distribución del poder y procesos de toma de decisiones, donde la ciudadanía no tiene el poder ni manda y donde, por ejemplo, la justicia no es pronta ni cumplida. A la par de esta afirmación se constata la profunda crisis de representatividad y de nuestras “democracias de partidos políticos”.
Es una vergüenza nacional que tardáramos más de 20 años para aplicar la paridad horizontal y vertical, o que nuestros pueblos originarios no tengan representación en la Asamblea Legislativa o que el tribunal electoral no ejecute el voto electrónico o el voto universal en el exterior, para que cualquier costarricense, esté donde esté, ejerza plenamente su derecho a la ciudadanía, al menos electoral. Es urgente que cambie esa visión de orden impoluta en el TSE, por una visión autocrítica y del bien común.
Algunas ideas para un debate que he denominado postdemocracia: primero, evitar hablar de democracia y posicionar el concepto de sistemas políticos postdemocracia; segundo, reformar el sistema electoral actual y su fracasado sistema de partidos políticos que facilitan la corrupción y el abstencionismo. Una opción es proponer un sistema electoral donde las circunscripciones representen a cada cantón y en estos la ciudadanía elija directamente a su representante a la Asamblea Legislativa y, además, cualquier ciudadano pueda postularse de manera individual sin transitar por las argollas partidarias o intereses del candidato de turno. La última elección presidencial, y lo que actualmente sucede con el “partido de gobierno”, demostró que el sistema de partidos políticos en Costa Rica es un chiste, y de mal gusto, con la complacencia de algunos. En esta composición de la nueva Asamblea Legislativa deben existir curules para representantes de nuestros pueblos originarios en coherencia al Artículo 1 de nuestra Constitución Política. En tercer lugar, obligar a que se cumpla la igualdad de género en todos los puestos de elección popular y organizaciones asociativas; cuarto, reformar el tribunal electoral actual para que esté integrado de manera interdisciplinaria y evitar su reelección indefinida para evitar guetos y argollas actuales. En quinto lugar, legislar sin ambigüedades y sin leguleyadas para combatir y evitar la penetración del narcotráfico y lavado de capitales en el sistema político; además, seguir impulsando la descentralización del poder hacia un ejercicio directo del poder. Y por ejemplo, que las y los ciudadanos de cada cantón decidan qué hacer con sus recursos, por ejemplo, aplicando los presupuestos participativos reales; por último, lograr equidad en los procesos electorales, como por ejemplo acceso equitativo a la franja electoral y recursos. Acá podría seguir mencionando muchas propuestas para un cambio, no cosmético sino radical, de nuestro sistema político, para devolverle el poder a la gente y no perpetuarlo a las instituciones sacrosantas.
Para avanzar en este urgente debate sobre la democracia, es necesario evitar el discurso falaz sobre ella y que consignemos la idea de las postdemocracias. La postdemocracia significa profundizar los procesos políticos para devolverle el poder a la gente en las decisiones que les afectan su vida cotidiana, y no solamente cada 4 años en un proceso cuestionado por la inequidad y la imposición del dinero antes que los derechos reales de la gente. También, la postdemocracia significa evitar a toda costa que nuestra forma de gobierno siga siendo un instrumento de las élites políticas y económicas a veces con la complacencia de la institución electoral. Pero, además, la postdemocracia es que el sistema político y formas de gobierno, no importa cómo se le nombre, sirva claramente para combatir y revertir la alta desigualdad social, económica y pobreza de la región.
