Opinión

¿Por qué oponernos a romper la jornada de ocho horas?

Cada 1 de mayo conmemoramos a todas las personas en todo el mundo que lucharon y dieron su vida por los derechos laborales que hoy existen. Aunque las personas trabajadoras los damos por descontado, lo cierto es que la amplia mayoría de nuestra historia estos derechos no existieron; contrariamente, las relaciones laborales estaban así desamparadas … Continued

Cada 1 de mayo conmemoramos a todas las personas en todo el mundo que lucharon y dieron su vida por los derechos laborales que hoy existen. Aunque las personas trabajadoras los damos por descontado, lo cierto es que la amplia mayoría de nuestra historia estos derechos no existieron; contrariamente, las relaciones laborales estaban así desamparadas frente a la explotación, el maltrato y la injusticia en sus múltiples expresiones.

Esta historia comenzó a cambiar fuertemente entre finales del siglo XIX y principios del XX, cuando los trabajadores y algunos intelectuales progresistas empezaron a protestar con fuerza contra las terribles condiciones laborales que vivían los obreros en las fábricas. Su principal reivindicación: el derecho a una jornada laboral razonable. Uno de sus lemas era “ocho horas para trabajar, ocho para descansar y ocho de tiempo libre”.

La respuesta de los empresarios y del Estado fue encarcelar y matar a los líderes, reprimir con violencia a las y los trabajadores y, en algunos casos, hasta incendiar las fábricas con personas obreras adentro. Simplemente pusieron la acumulación de capital por encima de las vidas humanas, como sigue ocurriendo en la actualidad, donde el 1% más rico posee más que la mitad de toda la humanidad.

Sin importar lo que haya hecho el ser humano, girar sobre nuestro propio eje planetario sigue durando 24 horas. De modo que la biología de todos los seres vivos debe acomodarse a este ciclo. Luego de ocho horas de trabajo continuo hasta el más resistente humano se agota, sus fuerzas musculares menguan, su cerebro comete más errores, su productividad baja y su control mecánico se reduce hasta volverse peligroso para sí mismo y para los demás, siendo que la probabilidad de que ocurran accidentes laborales comienza a subir y subir. Así, por ejemplo, el chofer puede fallar y producir una colisión, el trabajador del aserradero puede perder sus dedos, el obrero de fábrica puede hacer contacto con una superficie hirviendo, el controlador aéreo se puede quedar dormido, el personal de atención a clientes perderá la paciencia mucho más fácil, el guardia de seguridad puede obviar el peligro o el cirujano volverse fatalmente impreciso. Y esto que es cierto para los trabajos físicos, lo es todavía más para los trabajos intelectuales, pues nuestra capacidad de atención y concentración es un recurso limitado que una vez agotado se pierde por completo.

Quienes proponen la jornada de 12 horas bajo el eufemismo de la “flexibilidad” laboral, tienen algo en común: no tienen que hacer los trabajos más duros y peligrosos, tienen múltiples comodidades e incluso asistentes a quienes acudir continuamente y en quienes delegar diversas tareas. Me encantaría que los proponentes de esta “flexibilización” probaran en carne propia esta jornada ampliada en una labor físicamente demandante al menos un par de semanas: ¿la soportarían?, ¿cómo llegarían al final de cada día?, y cuando vean lo que reciben los obreros de paga por todas esas horas, ¿se sentirán felices y motivados?, ¿les parecerá justo?, ¿estarían en condiciones físicas, mentales y económicas de ir alegremente a “disfrutar en familia”?

La jornada de 12 horas obedece a los intereses de la explotación capitalista, no al bienestar laboral, ni personal, ni social. Además, es ineficiente, pues promueve la baja del rendimiento laboral, y todos queremos recibir servicios y productos de calidad de parte de trabajadores en buenas condiciones física y mentalmente, no de personas extenuadas, necesariamente indispuestas y más proclives al error. Y tampoco promueve la empleabilidad, sino que la disminuye, pues uno de sus objetivos es llenar ciclos de 24 horas con solo dos turnos, cuando lo humanamente óptimo son tres turnos, lo cual requiere contratar más empleados.

Romper la jornada de 8 horas ya ocurre en la práctica porque la legislación laboral se suele violentar con facilidad y no cuenta con una adecuada vigilancia de parte del Ministerio de Trabajo. Así que, si de verdad se desea promover el bienestar laboral y la empleabilidad, lo que corresponde es rechazar la intención explotadora de instaurar la jornada de 12 horas y reforzar el cumplimiento de la jornada humanizada de ocho horas.

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