Opinión

Poner el acento en el aprendizaje

El Sexto Informe Estado de la Educación señala que, en los próximos años, la mejora de los resultados educativos no dependerá de grandes políticas, sino de cambios en lo que ocurre dentro de las aulas.

El Sexto Informe Estado de la Educación señala que, en los próximos años, la mejora de los resultados educativos no dependerá de grandes políticas, sino de cambios en lo que ocurre dentro de las aulas. La tarea no es fácil. Implica hacer transformaciones sustantivas en un sistema que no ha enfocado su atención en el aprendizaje y las interacciones docente-alumnos, y ha permitido que se imponga una gestión burocrática, concentrada en lo operativo.

Gracias a la investigación hoy se tienen pistas más claras sobre áreas de trabajo y acciones que, en el corto plazo, pueden mejorar el aprendizaje y el logro educativo de los estudiantes. En primer lugar, se requiere generar mayor información sobre lo que pasa en las aulas. Los hallazgos obtenidos por el Sexto Informe en ejercicios de observación de clases indican que asegurar el inicio puntual de las lecciones, tener un buen control de la asistencia estudiantil, reducir la pérdida de clases por diversos motivos y lograr un mayor aprovechamiento del tiempo lectivo en actividades académicas pueden contribuir de manera importante a elevar los resultados. Se trata de acciones concretas que, sin mayores costos, todo centro educativo debería garantizar.

En segundo lugar, es necesario mejorar la infraestructura. Aulas que no ofrezcan buenas condiciones en términos de confort térmico, iluminación, paredes, ventanas, techos y conectividad a internet no ayudan a mejorar los aprendizajes.  Por eso, se requiere una política de infraestructura con un fuerte componente de mantenimiento, que no solo evite el deterioro de las aulas, sino que también apunte a la implementación de diseños arquitectónicos que provean a todos los centros educativos de espacios flexibles, innovadores y acogedores que estimulen el trabajo creativo y la colaboración entre alumnos y docentes. Espacios ricos en recursos y alta conectividad para el acceso a la información, la visualización de datos y la lectura con materiales para modelar, experimentar, dibujar. Espacios que permitan el trabajo en equipo para analizar, conversar, discutir, generar ideas y tomar decisiones.

La tercera área de trabajo es el mejoramiento del llamado “núcleo pedagógico”. Si se quiere colocar el aprendizaje de los estudiantes en el centro del sistema, hay que brindar a los docentes mayor asesoría, seguimiento y acompañamiento en las aulas, en los aspectos didácticos y las metodologías de trabajo propuestos en los nuevos programas de estudio. Esto es fundamental para  generar cambios en las prácticas tradicionales imperantes, centradas en el educador y la acumulación de contenidos, antes que en la comprensión y generación de conocimientos y habilidades que surgen cuando los alumnos aprenden haciendo o resolviendo problemas concretos de la vida cotidiana.

La cuarta área de acción tiene que ver con la mejora de la calidad de los docentes, un ámbito donde la política educativa debe hacer cambios sustantivos. La profesionalización docente es ya una meta alcanzada y, por tanto, ha dejado de ser una prioridad. Un alto porcentaje de los profesores tiene más de dos títulos, pero esto no siempre es sinónimo de calidad, debido a la falta de acreditación de la mayoría de las carreras de Educación. Hoy sabemos que más del 60% de los docentes en servicio se graduó de universidades privadas, en carreras no acreditadas. Para solventar esta situación y progresar en materia de calidad, varias tareas son urgentes: avanzar hacia la acreditación del 100% de las carreras de Educación; modernizar los mecanismos de contratación vigentes; contar con lineamientos claros, emitidos por el Consejo Superior de Educación, que informen a las universidades sobre los perfiles docentes que requiere el Ministerio de Educación (MEP); y abrir espacios permanentes de diálogo con las casas de estudio, especialmente las privadas, sobre esos perfiles.

De igual forma, se necesita un cambio profundo en el actual sistema de desarrollo profesional de los docentes en servicio, de manera que tenga como puntos de partida y llegada el trabajo en las aulas. En este tema, hay dos ejemplos de acciones que pueden contribuir a mejorar resultados. Por un lado, la elaboración de materiales de apoyo que aprovechen la rica y detallada información que generan los resultados de las pruebas PISA, Terce y las de bachillerato sobre el desempeño de los estudiantes y las habilidades que no están logrando desarrollar. Por otro lado, el fortalecimiento de los procesos de capacitación docente mediante recursos virtuales y masivos en temas sustantivos, como el enfoque de resolución de problemas en matemática, la lectoescritura inicial y la indagación científica.

Nada de lo anterior será posible sin cambios importantes en la gestión del sistema y si no se potencian los liderazgos académicos por encima de los administrativos. El MEP cuenta con un robusto equipo de supervisores, directores y asesores, pero estos dedican la mayor parte de su tiempo a temas administrativos y no a la retroalimentación y acompañamiento de los docentes en las aulas. Por ello, urge reenfocar el quehacer del sistema, reducir el papeleo y abrir espacios en el calendario escolar que permitan un mayor intercambio y trabajo horizontal con los docentes, así como el despliegue de los liderazgos pedagógicos alrededor de la aplicación de la nueva política curricular en los salones de clase.

En síntesis, para mejorar sus resultados el sistema educativo costarricense requiere simplificar sus formas de gestión con base en nuevos criterios de éxito e instrumentos que, tal como recomienda el Informe Estado de la Educación, coloquen a  los estudiantes y sus aprendizajes en el centro de la gestión educativa.

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