La política monetaria y la política fiscal devienen en una especie de arte callejero, solo que sin la belleza de este. Se dedica a hacer la sociedad más fea, más desagradable, decadente e induce al abismo social. En Costa Rica, los gobiernos, de la manita del Ministerio de Hacienda y el Banco Central, descaradamente se han trastocado en un mecanismo para la concentración y centralización de la riqueza; o por si suena muy bonito, para la aceleración y profundización de la pobreza hasta el extremo de la miseria.
Con la política fiscal adelgazan el patrimonio, incluido el escaso ahorro con flaca tasa de interés y grasosa inflación, de una parte de la población. Si ya el ahorro no tiene futuro, ahora el futuro no tendrá ahorro: sin este en buena medida no habrá con qué cubrir gastos de mantenimiento, menos aún la inversión. Los chivos expiatorios de la incapacidad para la creación de las ventajas comparativas lo son las variantes de Covid y la invasión del sueño oligárquico/plutocrático/dictatorial de Putin al sueño democrático del pueblo de Ucrania. Desde hace poco más de 20 años Costa Rica no conoce de nuevas ventajas comparativas, con lo cual se desincentiva la ventaja competitiva. En el fundamental de los casos, ser estudiante ya no es una delicada empresa, sino una posibilidad de disfrutar de una política social más, donde un prosaico esfuerzo empodera el derecho a la extorsión y máxima nota.
Los gobernantes no trascienden más que el nivel de su queja, sus lamentos infundados y su ralito interés en soltar el látigo para imponer disciplina social para el rescate del flagelado bienestar general. La Asamblea Legislativa no legisla, es una especie de convento del discurso vacío que atiza mentes también vacías mientras las explotan e inducen al atontamiento y empobrecimiento extremo. El Poder Judicial reparte injusticia en vez de justicia, el delincuente y el criminal son siempre los pobres, mientras funcionarios públicos, incluidos políticos en ejercicio del poder y otros, y del sector privado, andan sueltos en más de lo mismo.
La canasta básica está confeccionada ya en una dimensión de bienes y servicios que resguarda el poder adquisitivo de quienes reciben mayores ingresos. Los pobres ya casi no tienen acceso a la misma, razón por la cual es difícil medir su poder de compra. La estadística se ha tornado inútil para registrarlos en la línea de pobreza porque tampoco residen en la de pobreza extrema, sino en el más allá. La política monetaria, desde entonces y hasta el futuro ayer, cuida de la inflación, con lo cual sacrifica empleo y vidas. Para velar por la vigorosa salud de la inflación, se asegura elevar la tasa de interés, con lo cual propulsa una virtuosa espiral que rompe las barreras estructurales para dar empuje al inmenso universo de malignas coyunturas que se desenvuelven en las tinieblas.
En una economía golpeada por la incapacidad y la falta de incentivos, ¡pretenden que la teoría monetaria y fiscal operen! Un desempleo que supera el 14% de la cada vez menguada fuerza laboral, una política fiscal que derrocha los ingresos por tributos y deuda pública, una triste formación de capital dominada por la inversión extranjera, un sistema bancario nacional al cual un incremento en el encaje mínimo legal le sirve para ocultar el abrumador exceso de dinero ocioso, arrebatar ingresos y patrimonio básico a los pobres y pagar tasas pasivas que impiden la libertad e independencia del individuo. Una política monetaria que exacerba el tipo de cambio a causa del protagonismo de la autoridad más no de la capacidad, e incita la galopante salida del escurridizo dólar. Una política monetaria ciega o no vidente que no se entera de que la inflación no es causada por la suficiencia de la demanda sino por la insuficiencia de la oferta.
Observen con atención la siguiente ecuación: la tasa de interés está en función del doble de la diferencia entre la velocidad del dinero y la tasa de crecimiento de la producción, menos la tasa de inflación. Ahora, repitamos la lectura realizada para enterarnos de la estrecha relación entre las esferas de la circulación y de la producción, y por consiguiente entre la composición de los recursos capital, trabajo y el bienestar general. En breve, entre Estado, economía y sociedad.

