Hablando de la inmundicia humana de su tiempo, en su novela, Los Demonios, el gran Dostoievski, mediante uno de sus protagonistas, dice: “…Esas palabrillas, “por qué”, han inundado el universo desde el mismísimo primer día de la creación, señora, y la naturaleza entera le grita a cada instante a su Creador “por qué”, y debo decirle que en siete mil años no ha recibido respuesta”.
Tales afirmaciones hoy son triviales e inútiles porque el humano no se siente ya formando parte de la naturaleza, sino que la ve como objeto de lucro, como “su” material y hasta como enemiga. La explota, la maltrata, la hiere a latigazos. La esclavizó, porque en su castigo y postración encontró algo que solo él puede disfrutar, la maldición llamada “dinero” y con eso no necesita absolutamente de nada más; puede hacer con él todo lo malo que sus dioses, sus religiones hipócritas, su arrastrada conciencia y sus sistemas políticos arcaicos y oportunistas le ordenan o le permiten hacer.
A algunos, sin embargo, de los que aún utilizamos esas “palabrillas” y nos quedamos con la boca abierta ante cada agresión de la naturaleza por el humano, nos cuesta comprender que nuestra especie haya caído tan profundo en el ilimitado universo de su maldad, pero a decir verdad ya no nos interesa lo que le pase a toda nuestra perversa y sentenciada especie, lo peor lo tenemos más que merecido. Como el criminal “in fraganti”, simplemente inclinamos la cabeza esperando solo que llegue el “cobrador”, ¡venga de donde venga!, resignados a lo que traiga el tenebroso futuro.
Ante cada maltrato humano o animal, ante cada bosque arrasado, río contaminado, especie extinguida…, todo hecho con la más clara intencionalidad dispuesta al mal, sigue la pregunta “por qué”, y los más ilusos hasta suponen que esta angustiosa realidad le va a importar a algún dios omnipotente.
Impotentes y ayunos de respuestas, debemos concluir que el “dios” que debió cuidar de su huerto, salió corriendo desde que proyectó en el planeta la primera molécula del primer simio que originó nuestra especie, a sabiendas de lo que sería capaz este odioso engendro de su creación, tras el desastre de su evolución.
Contradictoriamente, nunca, como en este siglo, se ha escuchado bramar tanto y tan hipócritamente a los dirigentes políticos, religiosos y potentados del poder, ¡de todos los poderes y cofradías existentes!, desde la insignificante ralea municipal, junto a la iglesia de pueblo o de garaje, hasta las prostibularias Naciones Unidas o los más dorados y rutilantes púlpitos eternos del mundo, por “amor al ambiente, clemencia social, unión, solidaridad, ayuda mutua…”, y teniendo ellos todo el poder para hacer estas palabritas realidad, se encierran en su cascarón de dinero y la práctica de su “lucha y esfuerzo” solo consigue, curiosamente, aumentar sus personalísimos privilegios, corruptelas, gollerías, sueldazos, pensiones de lujo… mientras los “hospitales para pobres” del país más feliz del mundo, por ejemplo, no tienen camas y los pacientes duermen sentaditos esperando por semanas su turno. Es decir, todos los poderes se privilegian a costa de la desgracia de sus incautos vasallos, los cuales estarán siempre dispuestos a seguirlos eligiendo, posiblemente hasta que ocurra el “milagro” de su evolución mental y logren tratar de pensar por sí mismos.
En Los Demonios, suelta Dostoievski, en forma patética pero categórica, una pequeña frase que describe, en la conversación entre el protagonista Stavrogin y el Padre Tihon, parte de esa frialdad y egoísmo tan común a esos dirigentes de nuestros tiempos actuales: “…las gentes solo temen a aquello que afecta sus intereses particulares, y agréguele a eso el criterio del filósofo, de que siempre sentimos algo agradable en la desgracia ajena…”
Nos abruma la inocencia
Eligiendo dirigentes
Que dicen ser diferentes.
¡Solo un cambio de actitud
Podrá tener la virtud
De transformar nuestras mentes!