En una sociedad influenciada por los medios de comunicación, las redes sociales, el consumismo, la moda y lo superficial, el estar en desacuerdo sin ser desagradable es una tarea casi imposible. No es por lo tanto de extrañar que temas como el aborto, la religión, el feminismo, el machismo, la familia y la legalización de la marihuana sean polémicos y difíciles de discutir.
No vienen al caso ni valen mucho las posiciones personales, ya que es un tema que afecta a todos y se debe llegar a acuerdos. Lo que sí importa es que tanto unos como otros se sienten irrespetados, pero a su vez irrespetan a los que piensan distinto. De esta manera la intolerancia de los bandos provoca aversiones y agresiones impensables en el país más feliz, superado solo por el de Huxley.
Lo sucedido con las “grafiteras” en contra de un edificio como una forma de manifestarse, es un acto odioso y cobarde; de igual manera, la agresión reciente del ingeniero en un bar es igual de reprochable, odioso y censurable.
Las agresiones e irrespeto diario hacia las mujeres, hacia los adultos mayores, hacia las comunidades LGTBIQ, hacia los heterosexuales, hacia los indigentes y personas especiales, etc., nos separan como seres humanos y no nos llevan a vivir en una mejor sociedad, más inclusiva y tolerante, donde las personas sean respetadas y a su vez respeten a los demás, a los que no piensan igual, a los que piensan distinto.
Algunos medios de comunicación populares, por cierto bien polarizados y definidos en cada uno de los temas mencionados, poco ayudan a formar criterios equilibrados y a pensar de manera objetiva y respetuosa, de manera que se den discusiones constructivas que nos lleven a plantear soluciones. Pensar distinto y expresarlo en nuestro país, es como vivir en la ciudad transparente de Ray Loriga: no se puede.
