Opinión

Pandemia de estupideces

Hoy, más que nunca, la labor de los médicos veterinarios se valora, pues para ofrecer datos, dos de cada tres enfermedades que surgen en el planeta y afectan a las personas son de origen animal.

Según una frase que algunos atribuyen a Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), “la ignorancia es atrevida”; ¡y sin duda que lo es! Agrego que no solo es atrevida, sino que, por mucho, más dañina que un arma cargada en las manos de un asesino.

Umberto Eco (1932-2016), siempre picante y elocuente, nos regala esta joya: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antes hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Entonces eran rápidamente silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un Premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles.” Por otra parte, trayendo a colación la sabiduría popular, dice un refrán, en tono de sarcasmo: “éramos pocos y parió la abuela”; sin embargo, con el tiempo, según parece, transmutó a una forma menos tácita: “éramos muchos y parió la abuela”.

Antes de la pandemia por el COVID-19 las redes sociales estaban inundadas de todo tipo de cosas, algunas muy buenas, coherentes y apropiadas; mientras que, por otro lado, podemos encontrar las más absurdas estupideces, gansadas, boberías y sandeces. Decir que son solo tonterías sería darles un grado mayor al que en realidad merecen. Lo digo como observador no participante pues no tengo redes sociales digitales; sin embargo, sus productos me llegan de una u otra forma.

Con el estallido de crisis por la pandemia del COVID-19, causada por el SARS-CoV-2, pareciera que el virus, además de infectar a más de 14.3 millones (quizás al triple) y matar a más de 600 mil personas en todo el orbe al momento de escribir estas líneas, así como afectar en forma terriblemente negativa la economía en todos sus niveles, desde el individual hasta el global, pasando por el de los países, afectó el raciocinio y la (poca)lucidez de muchísima gente produciendo una lamentable pandemia de estupidez. Lo más lamentable, quizás, es que los más grandes representantes de haber sufrido esa condición estupidez extrema son algunos infumables e indigeribles presidentes de algunos países en nuestra América, y uno que otro de más allá. Negar la existencia de la infección, de la enfermedad, de la pandemia y sus efectos, o decir que es solo un cuento chino, son parte de las joyas que nos han regalado. Por supuesto, los más temerarios en abrir la boca se atreven a decir que esto es un invento chino liberado al mundo con la idea de desestabilizarlo y causar un caos para obtener réditos económicos.

Pero, caramba, esos “notables próceres” no están solos, desgraciadamente. Junto a los que niegan la existencia de la pandemia y todo lo que ello implica están los que sí la aceptan. Estos últimos pueden ofrecernos desde las más complejas teorías de la conspiración, hasta los más increíbles remedios para curarse de la terrible enfermedad. Lo de inyectarse desinfectante en las venas o bebérselo dejó de ser una broma de un ignorante con el mayor poder del mundo, a ser una realidad aplicada o, al menos, puesta en tela de duda por miembros de la comunidad médica mundial. El uso anecdótico de un desinfectante en pacientes COVID-19 hospitalizados fue una realidad. Probablemente sea un producto de una máxima de vida: a situaciones extremas, soluciones extremas. Parece que Sarmiento y Eco, apartados por décadas, explican las razones para semejantes ocurrencias.

En nuestro terruño no podríamos alejarnos de aquellas conductas observadas en el resto del orbe; eso sí, les ponemos un picante especial. Chota, sorna y buen humor como en el fenecido espacio “La Patada” del extrañado Parmenio Medina suelen ser los ingredientes para toda la andanada de ingeniosidades de los habitantes de la República. A como las hay con un alto grado de inteligencia, las hay rayanas en la estupidez máxima. Salir a protestar porque no hay pandemia utilizando equipo de protección es como ir a una huelga de hambre cargado de comida, por si da hambre. Atacar un centro de atención y hospedaje temporal para pacientes COVID-19 positivos porque son un peligro para la comunidad, obligándolos a salir de su confinamiento y exponiendo al resto de la comunidad, es como querer apagar fuego con gasolina. Ignorancia, que se suma al desprecio por la vida, en un acto de inhumanidad en su máxima expresión. No solo se es ignorante y, por tanto, atrevido; se es cruel: estúpidamente cruel.

Y, por si fuera poco, salen un poco de “mentes brillantes” a querer invalidar las acciones del Ministro de Salud, el Dr. Daniel Salas Peraza, porque obtuvo su maestría en epidemiología en un posgrado de veterinaria; incluso, se le encasilla como veterinario, lo que le impide atender una epidemia de un virus de humanos, que no es igual que una epidemia de garrapatas. Era, antes de ver eso en texto de alguien en Facebook, imposible de pensar en tantas estupideces escritas en tan pocas palabras, todas ellas juntas. Bueno, perdón, los tweets de Trump ya lo habían demostrado como posible.

No sé si será necesario y justo explicar por qué semejante disparate no podría haber surgido más que del cerebro de alguien con el cerebro de una euglena, con el perdón de ese organismo unicelular que, por mucho, demuestra un comportamiento considerablemente más inteligente que quien escribió tal majadería. En fin, ni el Dr. Salas es médico veterinario, ni la epidemiología es una disciplina solo para médicos, ni es denostable o vituperable ser médico veterinario. Pensar que un médico veterinario es, exclusivamente, un cura animales, es tan obtuso como negar la existencia del sol; y no voy a gastar mi tiempo en alumbrar las oscuridades de la caja craneana de quien así “razona”. Es tan sencillo como tomar el mismo celular en el que escribió la estupidez esa, y busque, en su navegador, qué es la medicina veterinaria y cuáles son los ámbitos de su acción. Se podría llevar tremenda sorpresa: en caso de que la maraña neuronal de su cabeza se lo permita.

Ahhh, por cierto; el SARS-CoV-2 no es un virus humano, no podría tener semejante cualidad, o se es virus o se es humano. Sin embargo, si lo que quiso decir es que ese virus es de humanos, le traigo la mala noticia de que no es así; hasta en eso se equivocó: tiene su origen en animales. Por tanto, ¿quiénes más que los virólogos veterinarios para comprenderlo y estudiarlo mejor? Sin embargo, como somos amplios de mente y trabajamos en equipo, no nos ponemos en cositas de separar el conocimiento en silos infranqueables para las otras disciplinas. El trabajo en equipo es, por mucho, el sello de la forma de acción de los médicos veterinarios. Finalmente, para no hacer esto muy extenso, en los países más desarrollados del planeta, los médicos veterinarios son parte de los equipos de atención de las emergencias epidemiológicas que han surgido a través de la historia. Podrían buscar en Internet la formación profesional de quien está al frente de la pandemia en Alemania; el ejemplo europeo.

Hoy, más que nunca, la labor de los médicos veterinarios se valora, pues para ofrecer datos, dos de cada tres enfermedades que surgen en el planeta y afectan a las personas son de origen animal. Además, dos de los grandes problemas de la medicina es la resistencia a los antimicrobianos y las enfermedades transmitidas por los alimentos. Esa triada de temas con el enfoque actual de trabajo la de Organización Mundial de la Salud (OPS), acompañado por la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE) y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Pero, ¿saben qué? Ese enfoque de trabajo, con distintos nombres, como Medicina Conservación o Salud Ecosistémica, la ha implementado la medicina veterinaria desde hace casi cuatro décadas. 

En este punto, creo que no es necesario, tampoco, hacer notar que el trabajo del Dr. Salas y su equipo ha sido, por mucho, el más apropiado dentro de las condiciones de un evento que ha golpeado los sistemas sanitarios de los países más desarrollados del mundo, hincándolos sin distinción. En nuestro entorno, en nuestra coyuntura, con nuestras posibilidades, el manejo de la pandemia ha sido el más acertado desde la cabeza ministerial, a pesar de todas las presiones que, a diario, es posible que sufra desde los más diversos sectores económicos. Ha sido, más bien, un grupo de indolentes, irresponsables y crueles personas las que se han traído abajo todos los esfuerzos que el resto del país ha hecho para mantener bajo control esta epidemia.

Quizás este último detalle de la conducta autodestructiva, casi suicida y al borde de ser homicida, a la que algunas personas han llegado de forma autónoma, sea la más notable muestra de la pandemia de estupidez.

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