Después de que le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz en 1987, Óscar Arias Sánchez pudo haber utilizado el capital político acumulado, interna y externamente, para convertirse no solo en un promotor de la paz y la democracia, sino de los derechos humanos y de los avances sociales y culturales a escala global y en Costa Rica.
Justo es reconocer que, luego de finalizar su período presidencial en 1990, parte de sus actividades en el exterior se orientaron en esas direcciones; pero en Costa Rica su quehacer discurrió por vías muy diferentes.
A diferencia de Ricardo Jiménez, que en sus últimos años tomó partido a favor de las reformas sociales impulsadas por el gobierno de Rafael Ángel Calderón Guardia con el apoyo de Víctor Manuel Sanabria y de los comunistas, Arias se convirtió en un abanderado de las políticas de libre mercado, alias neoliberales.
En vez de procurar que el Partido Liberación Nacional (PLN) renovara su ideario socialdemócrata y su perfil antioligárquico, Arias concentró sus energías en tratar de enrumbarlo por vías muy distintas, con lo que contribuyó a dividir y a desgastar el liberacionismo.
Decidido a neutralizar las tendencias liberacionistas opuestas al neoliberalismo, Arias rápidamente dio a conocer su interés por retornar a la Presidencia, con lo que agravó la división en el PLN e incentivó que un importante sector del liberacionismo se reagrupara en el Partido Acción Ciudadana (PAC).
Cierto es que su retorno a la Presidencia, posibilitada por una decisión controversial de la Sala Constitucional que derogó la prohibición que impedía la reelección presidencial, dio brevemente un nuevo aliento al PLN, gracias a que en su segunda administración (2006-2010) reactivó la inversión social.
Sin embargo, esa reactivación, afectada por un déficit fiscal creciente debido a la ausencia de una reforma tributaria progresiva, fue insuficiente para impedir que el PLN neoliberal, que Arias con tanto esfuerzo contribuyó a crear, naufragara durante el gobierno de Laura Chinchilla (2010-2014).
En el 2018, el candidato presidencial apoyado por Arias, Antonio Álvarez Desanti, hizo las más desastrosa campaña electoral de toda la historia del PLN, al extremo de que ni siquiera clasificó para el balotaje. Como resultado de esa derrota, se abrió la posibilidad de que llegara al poder un partido político para el cual los derechos humanos podían ser prescindibles, un peligro sobre el cual Arias guardó silencio.
Similarmente, ante la regresividad institucional impulsada por el gobierno de Carlos Alvarado o por la Asamblea Legislativa a partir del 2018, que procura que Costa Rica se parezca cada vez más a aquel país contra el cual se levantaron en armas los fundadores del PLN, Arias ha respondido con manifestaciones de apoyo o con más silencio.
Lejos de impulsar la democracia interna del PLN como una vía para su renovación y fortalecimiento, Arias ha profundizado nuevamente la crisis de lo que queda del liberacionismo, al proponer, en ominosa evocación de las repúblicas oligárquicas, que la escogencia del candidato para las elecciones del 2022 sea resultado de una negociación entre los expresidentes liberacionistas.
Con todo el dinero que tiene, Arias podría darse el lujo de ser un político social y culturalmente progresista, y en una América Latina dominada por la regresividad institucional, convertirse en un campeón de la lucha por una mejor distribución de la riqueza, con Costa Rica como plan piloto.
Aunque todavía está a tiempo de labrarse una reputación internacional como el Pepe Mujica de América Central y contradecir la canción “Fugir de tu” de Joan Manuel Serrat, pareciera que ni los estudios de doctorado que hizo en Inglaterra, ni el Premio Nobel, ni las decenas de doctorados honoríficos que ha recibido, bastan para desalojar al oligarca que lo habita.