Opinión

Odios enmadrigados

Cuando la huelga de trabajadores sindicalizados y no sindicalizados, a la que se unen otros sectores de ciudadanos (jóvenes y estudiantes, por ejemplo), llega a su cuarto día y parece adquirir fuerza...

Cuando la huelga de trabajadores sindicalizados y no sindicalizados, a la que se unen otros sectores de ciudadanos (jóvenes y estudiantes, por ejemplo), llega a su cuarto día y parece adquirir fuerza, La Nación titula en primera plana: “Huelguistas acuden a la  fuerza para presionar”. ¡Vaya hallazgo periodístico! También recurren a su fuerza quienes desean en Nicaragua se marche la familia Ortega-Murillo del Gobierno y del Estado. Noticia sería que recurriesen, ciudadanos de aquí y de allá, a su debilidad y blandura para forzar. Ortega responde asimismo con su fuerza legal e ilegal: ambas matan. Quienes exigen su salida también matan aunque en escala más limitada. En Costa Rica el aparato armado que vigila se cumplan leyes se ha limitado hasta el momento a forzar, apalear, insultar y retener. Una Comisión estudiará si su ímpetu la llevó a violar la autonomía de la principal universidad estatal del país. Que la policía arremeta con palos, cachetadas, insultos, patadas de karate o llanamente patadas, por ejemplo, lo sabe todo el mundo, pero esto no es fuerza. Se trata de defensa legítima. Tanto de sus personas como del Estado. Simpático.

A muchos lectores de La Nación les fascina esta “defensa”. Reaccionan a ella con un “… no puedo aceptar lo que llaman autonomía universitaria, ya que esto para lo que puede servir es para guarida de maleantes y mal intencionados”. “Pobrecitos” los chancletuditos, les achacan “injustamente” haber bloqueado la calle principal de San Pedro, violar el derecho al libre tránsito de los demás, enfrentarse a la policía y salir huyendo cobardemente hacia su madriguera”. “(Jensen) ahora promueve un día libre de vacaciones pagadas a toda la institución para ir a pasear a la casa presidencial a manifestarse (…) eso es peculado y debería ir a la cárcel por la malversación de fondos públicos al dar un día libre pagado por nosotros, el pueblo, para ir a manifestarse y celebrar la anarquía de su gestión”. “Pero que mierda es esta que ahora la UCR es un país independiente donde hacen lo que les da la gana y se creen tener sus propias leyes, pero son buenos para estar pidiendo $$$$$$ al Gobierno central. ¡¡ MANADA DE VAGABUNDOS!!”. “Si hay estudiantes cobardes en tiquicia los que se llevan el premio a esa cobardía son los de la UCR, se manejan como una manada de hienas que hacen sus desplantes y “manifestaciones pacíficas” sin alejarse mucho del Campus Vulgaris Universitario”.  La fuerza de estos ciudadanos “nacionistas” reside en su resentimiento social y en su ignorancia. Sobre el anonimato no vale pronunciarse porque utilizan nombres pero podrían resultar falsos. En todo caso, son lectores o empleados de La Nación.

El uso de “madriguera” para liquidar cultural y políticamente a quienes se odia (los “enemigos”) parece haberlo puesto en circulación el libertario emergente, Eli Feinzag, quien en un homenaje a Margaret Thatcher escribió: “No más empezaron a sonar los tambores de guerra desde la madriguera sindical, cuando comenzó el gobierno a hacer concesiones” (La Nación S.A. 9/09/2018). En español, “madriguera” remite a morada de animales o de gentes de “mal vivir”, delincuentes, adictos. Thatcher fue devota de Agusto Pinochet quien manejó a animales y gentes de mal vivir (los llamaba “comunistas”) como se merecen: acosándolos, torturándolos y matándolos. Feinzag pide al presidente Alvarado (le promete un Charlie para asociarlo con sus Maggie o Auggie) ser el Charlie tico. El odio o los malos deseos contra otros no requieren ni siquiera de excusas (barricadas, argumentos críticos, fusiles). Bastan odio y miedo. La Nación no ve en estos temblores rasgos de violencia alguna. Violencia de “amigos”. Vale.

Por supuestos las violencias no suelen resolver mayor cosa, excepto que el odiado o temido resulta aplastado. Y aplastar-aplastar solo se puede con un poder estructural o situacional sin límites y la voluntad de ejercerlo. En Costa Rica este poder no lo tiene nadie. Ni sindicalistas ni el Gobierno. Ansiar utilizar un poder del que se carece suele terminar en suicidio.

Las causas del déficit fiscal debieron discutirse sinceramente en mesas de trabajo permanentes desde hace unos veinte años. Hoy los costarricenses tendrían inversión pública de calidad y un sistema impositivo moderno. Una crisis encontraría un país mejor dispuesto para darse respuestas sin violencias. La historia no fue así. El error de una “solución” de fuerza es un nuevo paso para la centroamericanización de Costa Rica. Tal vez resulte tarde para entenderlo y cambiar de rumbo.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido