Opinión

Numerología y magia negra: El pulular de los expertos en tiempos de pandemia

Los eventos biológicos, complejos de por sí, que afectan a un ente vivo, diverso y complejo como una sociedad, son de muy difícil predicción.

Era un caluroso y húmedo día de abril, hará unos 15 años, en una reunión sobre malaria, en la hoy Universidad EARTH, cuando se me acercó un caballero, cuyo nombre no recuerdo, y se presentó como el “Dr. Fulano”, epidemiólogo de la Región X del Ministerio de Salud. Yo, que por esos días me iniciaba como coordinador académico de la Maestría en Epidemiología de la UNA, y estaba reclutando profesores, le pedí su currículum vitae y, como acto reflejo, le pregunté sobre dónde había hecho sus estudios de posgrado. El caballero, sin perder el talante, y sin un parpadeo, me respondió: “Ah no, doctor, yo lo que hice fue el cursito de Mopece; pero tengo mucha experiencia. Yo les doy clases a todos esos maes”, mientras señalaba a la audiencia. Evidentemente aquel “epidemiólogo” no pudo ser incluido en mi lista de candidatos a ser profesores de la maestría.

En estos días de pandemia por la enfermedad denominada Covid-19, causada por el betacoronavirus SARS-CoV-2, he visto surgir a muchos expertos que, a pesar de estar yo muy metido en esto de la epidemiología y la salud pública, no conocía. Un día sí, y otro también, surge toda suerte de gurú de la virología, la genómica, la inmunología y, claro, por supuesto que no podía faltar, de la epidemiología. Debo aclarar que, aunque he sido profesor de todas las promociones de la maestría en epidemiología que ha ofrecido la UNA desde 1998, y conozco a todos y cada uno de sus graduados y egresados, no logro reconocer a tantos epidemiólogos que, casi por generación espontánea, han manado. Cosas muy parecidas me han comentado amigos de otras especialidades cuando les comento sobre mi hallazgo de la pléyade de expertos que habitan nuestros 51.100 km2.

Confieso que, a pesar de que he dedicado casi 25 años de mi vida a la epidemiología, primero como estudiante y luego como académico, me resulta un poco pretencioso hacerme llamar epidemiólogo. Siento que es un peso enorme echarse semejante título encima, más allá de los grados y posgrados que uno tenga en el tema. Con cierta timidez suelo decir que soy un aficionado a la epidemiología, con algún certificado que me respalda, que tiene la fortuna de enseñar lo poco que sabe. Consciente de mis falencias, eso sé, estudio profusamente. Así, experto, eso que llaman experto, no me considero.

Cuando inició el brote por Covid-19, vimos surgir, cuales abejones de mayo -en pleno marzo-, numerosos “expertos” en las más diversas áreas del conocimiento. En lo que atañe a la epidemiología, los numerólogos brotaron y pulularon, desde ambientes muy cerrados como redes pequeñas de amigos (social media) hasta medios de comunicación masiva de circulación nacional y, gracias a la internet, de circulación global. Tablas, gráficos y mapas que explicaban el desarrollo de la pandemia se presentaban en un medio y otro, de una forma u otra. Eso, aclaro, no es del todo malo si lo que se pretende no va más allá de la simple presentación de los datos que, sin mentir, no pretenden decir toda la verdad y, mucho menos, interpretarla. En muchos casos, se debe agradecer la intención, mas de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno, como decía mi mamá con alguna frecuencia.

El problema surge cuando se da paso, de forma exclusiva y preponderante, al número por el número. El odioso reinado del número, del dato, de la cifra sin ser vistos, cuestionados, pesados o, al menos, tamizados tomando en cuenta todos (al menos algunos) los factores que, con la información disponible hasta ese momento, lo explican o lo definen. Un dato sin contexto no es más que un número sin significado alguno. Quien desconoce eso, debería, mejor, dedicarse a lo suyo y no adentrarse en campos que no le competen.

He de reconocer, eso sí, esfuerzos relevantes y con gran calidad surgidos a lo interno grupos serios y muy capaces de nuestras universidades públicas. Esos, lamentablemente, han sido la excepción y no la regla; sin embargo, un oasis en el desierto.

Específicamente, hablando de un campo y amo y respeto, la epidemiología se define, en pocas palabras, como: “el estudio de los procesos de salud-enfermedad en su frecuencia, tendencias y determinantes (causas, factores de riesgo), así como en sus efectos, en las poblaciones de individuos (animales y vegetales)”. De ese modo, “contar palitos” y presentarlos en una tabla, un gráfico o un mapa, de forma muy elegante no es, necesariamente, epidemiología; mucho menos será ciencia. Entonces, un dato, para quien conoce la epidemiología y tiene una relación íntima con ella, cobra valor desde todos los factores que, hasta ese momento, le ayudan a entenderlo para sí, y explicarlo para los demás. La epidemiología es, pues, un área del conocimiento que pretende explicar cosas, desde una forma básica, hasta su forma más compleja: la aplicación más allá de la incertidumbre. Este proceso, amable persona que me lee, es algo muy serio y encierra un enorme compromiso. Cuando, en medio de una epidemia o una pandemia habla alguien con un título de epidemiólogo, su voz, casi en forma automática, cobra mayor peso específico y se convierte en una referencia. Enorme responsabilidad.

Y, cuando hablo de numerología y magia negra en medio de la pandemia, me refiero a que mucha gente, con o sin conocimiento empírico, de forma muy discutible, se ha volcado a explicar o, en el más serio y controvertible de los casos, a predecir el curso de la pandemia. Si construir modelos explicativos con datos de eventos ya ocurridos requiere de una suma elevada de elementos, todos ellos puestos a prueba desde el diseño del estudio y, con más dureza durante su ejecución, a los que se calcula su nivel de incertidumbre, su grado de explicación respecto a la totalidad de la variación observada, así como su verosimilitud, la creación de modelos epidemiológicos predictivos (forecasting) resulta casi arte más que una ciencia, a pesar de que hay mucha ciencia en el fondo. Amalgama de arte, ciencia y azar que se combinan, pues, en el arte de predecir.

Los eventos biológicos, complejos de por sí, que afectan a un ente vivo, diverso y complejo como una sociedad, son de muy difícil predicción. Esa especie de “ceteris paribus” es de muy dudable aplicación en un sujeto vivo compuesto por miles o millones de personas; asumir que los factores que modifican el curso del evento permanecerán constantes, es un riesgo de difícil cálculo, pero, eso sí, de alta certidumbre en su incertidumbre. Por más que haya una masificación de las conductas (conducta y mentalidad de rebaño) que muchos estudiosos de las ciencias sociales refieren, lo cierto es que, los sujetos humanos y sus agrupaciones, son enormemente frágiles, cambiantes, lábiles y endebles: las condiciones cambian de un segundo al otro. Hoy aceptamos y nos sometemos al distanciamiento social, con todo lo que ello implica, porque tenemos un enorme temor a lo desconocido; mañana, por cansancio, hastío, por simple rebeldía o por la imperiosa necesidad de buscar el sustento elemental, una persona primero, y un grupo que lo siga después, pueden acabar con esa directriz; así, el distanciamiento social, con sus efectos -positivos y negativos- que era parte de un modelo matemático, cambia su peso, su forma, su efecto.

El modelo que era bueno ayer, no lo es más hoy. Aun así, los modelos matemáticos de tipo predictivo surgieron como las flores de los poró en época seca: es que coincidieron en la estación. Y surgieron, valga decirlo, se los más impensados nuevos expertos. Los supuestos del modelo, las probabilidades en cada ramificación del árbol de decisión, las formas de las funciones de probabilidades de las variables cambian, ya no ajustan. Lo que ayer era exponencial hoy cambia a logístico y mañana a otra función, tal vez Gompertz o Weibull. Si el R0 era 3.2 ayer, tal vez mañana sea 1.7: cambia, todo cambia, casi como trayendo a la mente  la composición de Julio Numhauser, sea en la bucólica interpretación de Violeta Parra o en la penétrate voz de Mercedes Sossa.

A propósito, me preguntaban algunos periodistas sobre mis modelos. Una vez, medio en broma medio en serio, dije: “mis papás”. Pero, ya recompuesto y más en serio, dije algo así como: “yo no hago modelos predictivos; primero porque no me gustan, segundo porque se juega uno el chance de cometer errores por los que será recordado siempre de mala manera y, finalmente, porque no me siento capaz de hacer un modelo que ayude, en realidad, de manera positiva, a atender el evento. Más bien, estudio la realidad de otros países, analizo los factores que explican aquellas realidades y construyo una serie de escenarios probables si nos comportamos como… ”. Además, a decir verdad, saber o asumir la fracción atribuible a un factor u otro para construir modelos, cuando la evidencia está apenas en construcción porque el pasado de mañana es apenas hoy, y lo que fue escasamente ayer hoy ya no es cierto, es una tremenda lotería. Sin embargo, los modelos pulularon; y sus expertos proponentes, con ellos.

Distinguir entre trigo y paja, o saber cuál voz escuchar, es complicado en tiempos de la tremenda hiperestimulación y sobredimensión mediática. La ética en el ejercicio de la comunicación va más allá de lo que los medios realizan y pretenden con tal de capturar la mayor audiencia posible; en realidad, esa ética empieza en cada uno de nosotros. No se puede, por cinco segundos de fama, dejarse ir con números que no pasan de ser magia negra; inclusive, blanca, por más nívea que sea.

Me cuesta definir quién es un experto; pero sí puedo decir que, en medio de esa pandemia, al menos en mi hermoso país, casi como en el fútbol, me di cuenta de que hay más “expertos” de los que pensaba. Lo bueno es que, si uno es de los que estudia, que se cuestiona y que no da las cosas por sentadas, esos “expertos” son una abierta y constante invitación a estudiar; ergo, sin querer, se convierten en maestros. No obstante, si bien la responsabilidad por los resultados del proceso de comunicación es compartida entre emisor y receptor, es un hecho que los medios de comunicación masiva tienen la principal -y enorme- responsabilidad por ser estos los principales dadores de datos, de cifras, de hechos -muchas veces “procesados”-, de forma tal que tienen el enorme poder de crear tendencias y moldear mentes y hasta conciencias.

Si de medios de comunicación masiva se trata, la búsqueda de los verdaderos expertos es, por tanto, responsabilidad única y exclusiva de medio. Dar micrófono, cámara o espacio impreso a alguien que puede, a pesar de tener muy buenas intenciones, ofrecer datos o información no completamente ajustada a la verdad, es un riesgo que no nos podemos dar hoy día. No vaya a ser que surja un Trump que invite a inyectarse o a beber desinfectante o ingerir una píldora de luz ultravioleta para matar los virus.

¿Expertos en tiempos de pandemia? Tengamos cuidado; no todo lo que brilla es oro, a pesar de que los veamos rutilar cuales estrellas en noche de luna nueva

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