Es que, aunque suene trillado y muchas personas se resistan, se insiste en que la nueva modalidad laboral, por medio de lo digital, telemático y virtual, llegó para quedarse, ya que ha demostrado la potencialidad en la productividad laboral y la satisfacción personal de las personas teletrabajadoras.
Muchas empresas (públicas y privadas) no entienden este fenómeno laboral globalizado y están optando por “castigar” a quienes no quieran volver solo a la modalidad presencial, a lo que han obtenido como respuesta las renuncias definitivas, las renuncias silenciosas o ahora la denominada práctica del Coffee badging (insignia del café).
La anterior consiste en que, cuando se deba ir a trabajar presencial, como forma de protesta —al tener que perder horas irrecuperables en el traslado, desequilibrio entre vida laboral/personal, gastos de transportes, exposición a las inclemencias del clima, sorteo del peligro ante la inseguridad ciudadana, etc.— optan por registrarse en la oficina, “toman café con sus compañeros” y luego se recluyen solitariamente en las instalaciones de la compañía, haciendo trabajo, pero de manera remota, demostrando así que hacen lo mismo que podrían hacer mejor en su casa y demostrando así su descontento, si es que no se devuelven a sus casas.
Ante estas nuevas realidades fenomenológicas, no se puede seguir pensando en aplicar las recetas laborales del pasado, como son las llamadas de atención, amonestaciones, planes remediales, suspensiones sin goce de salario o despidos con justa causa, con las cuales —hasta ahora— cuenta el ordenamiento jurídico nacional, para atacar cualquier acto de indisciplina o insubordinación laboral.
Por el contrario, es oportuno, valorar —cambiar de chip— y pensar en proveer a las nuevas generaciones de millennials y centennials, ante la renuencia a la presencialidad, tanto en el campo laboral como educativo (a pesar que esté comprobado que el puesto es teletrabajable) de condiciones atractivas; por ejemplo: el día de presencialidad, darles actividades de capacitación en pro de la mejora personal y laboral; practicar salidas tempraneras (early day); subvencionar alimentos y acondicionamiento físico; otorgamiento de transporte/aparcamientos y todo lo que motive a ir presencialmente, con cero tolerancia a los ambientes tóxicos.
Todo esto como parte del llamado “salario emocional” y que no es una inventiva o utopía, sino un contexto cierto, que se está implementando y practicando a fin de retener al recurso humano.
Es que, de acuerdo con Jorge Caamaño (21 junio 2024) del medio Record, un sondeo elaborado por Owl Labs señala que el 58 por ciento de los encuestados dijo que “solo acude a su oficina a pasar lista, es decir, para que vean que sí fue a trabajar”, lo cual es un desperdicio a la productividad. “Y en caso de que los obliguen a regresar al trabajo, un 29 por ciento aseguró que en ese caso esperan un aumento salarial para compensar el costo del transporte”.
O nos readaptamos, en todos los ámbitos de este nuevo paradigma, con resiliencia o quedamos excluidos en el intento, tanto como trabajadores o empleadores.

