Opinión

Que no nos roben lo que es nuestro

Dijo una vez José Martí: “el honrar, honra”, empero en el imaginario colectivo costarricense esta frase parece no tener una cabida considerable.

Dijo una vez José Martí: “el honrar, honra”, empero en el imaginario colectivo costarricense esta frase parece no tener una cabida considerable. Esto es culpa de esa sevicia tan concomitante a la idiosincrasia nacional, culpa de lo que Umberto Eco definió como: “la revolución de los idiotas”. Es culpa de quienes desistimos y nos resignamos a vituperar.

Según publicó el Foro de Davos, la corrupción es considerada por la juventud como el principal obstáculo para el desarrollo. ¿Y cómo no serlo? Estabilizar la macroeconomía bajo corruptela es como intentar llenar un saco lleno de huecos. Prueba fehaciente y fidedigna de ello es que de los diez países mejor calificados en el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional, ni uno solo tiene un PIB PPA per cápita inferior a $30.000.

Sin embargo, hay un mal peor que la corrupción: dejar de combatirla. El sufragio es la función cívica primordial (como bien lo define el artículo 93 de la Constitución Política), no hacer uso de él o ejercerlo en forma irresponsable es fallar a la patria. Encerrar a toda la clase política como corrupta es estar sumido en la ignorancia, es buscar una simplicidad que nos exima de nuestros deberes para con la nación.

Se me viene a la mente Diego Fernández de Cevallos cuando exclamó: “no es políticamente correcto decirlo, pero el problema es la falta de ciudadanía”. Los valores viciados de superfluidad son responsabilidad de quienes los ponemos en práctica. Acusar a quienes luchan contra ellos, como parte del mal o como “hipócritas”, no es una acción de bien, aun cuando los ominosos hechos, ante los cuales hacemos frente, nos hagan sentir lo contrario.

Si bien es cierto que considero a Michel Foucault como uno de los más egregios pensadores del siglo pasado, he de darme la venia de corregirlo: cambiar algo en el espíritu de la gente no es la labor del intelectual, es la labor de todo ciudadano. El conocimiento es la mejor arma contra el populismo y la esperanza de cambio el mejor motor para dar fin a las tropelías y privilegios de unos cuantos.

Pero, por supuesto, respetable lector o lectora, ¿quién es este humilde adolescente con aires de pseudo-ensayista para inmiscuir en su criterio y el del electorado? Le diré que una vez Arturo Umberto Illia declaró: “Jamás acepten los jóvenes que les cercenen el más importante de los derechos que tiene el ser humano, que es la libertad de pensar”. Y mientras me encuentre en condiciones de hacerlo, defenderé la democracia y esgrimiré, con el fin de que la plenitud poblacional no pierda la fe en ella. Que no nos roben lo que es nuestro: el ideal de lucha y el deseo por un futuro mejor.

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