Opinión

Nicho de novelística católica

En los últimos años, Eugenio Quesada Rivera ha dado a conocer una serie de estudios fascinantes relacionados con la prensa católica, centrada en el caso de la imprenta El Heraldo (Cartago) durante el período 1913-1967. Tal esfuerzo culminó en una valiosa tesis de doctorado defendida en Francia en 2022.

Quesada, entre otros hallazgos relevantes, encontró que los capuchinos, con el propósito de combatir las lecturas perniciosas, crearon varias revistas para divulgar textos que sirvieran como antídoto para las primeras. Así, se convirtieron en un nicho de producción sistemática de literatura católica, mediante la publicación de relatos, poemas, novelas y ensayos.

Con este propósito, los capuchinos, en emulación de sus adversarios (los intelectuales liberales y radicales), organizaron juegos florales anuales en la década de 1920. A partir de tal estrategia, dieron origen a una de las corrientes de producción literaria costarricense más importante de entonces, la cual se adelantó a los esfuerzos similares que emprendieron los comunistas en el decenio de 1930.

Por razones de espacio, no es posible aquí detallar toda esa producción, parte de la cual ha sido identificada por Quesada, pero sí conviene resaltar que, de 1926 a 1928, una de esas revistas, Amenidades, publicó siete novelas: La leyenda del lago, de José Luis Cardona Cooper; La voz de la campana, de Gonzalo Dobles Solórzano; María del Rosario o El Nazareno del convento (leyenda cartaginesa), de José Aurelio Ortiz Céspedes y Carlos Bonilla Baldares (la única novela escrita por dos autores que se conoce publicada antes de la década de 1980); El legado y Flor de café, de Caridad Salazar Fernández; Y el perro cayó muerto, de Hernán Zamora Elizondo; y Renato, de Guillermo Villegas Soto.

A esta lista, que podría verse aumentada con nuevas adiciones, se debe agregar La cruz de Caravaca, de Caridad Salazar, publicada por la imprenta El Heraldo en 1924 y ganadora de los juegos florales de dicho año. Dado que Salazar concentró tres de las ocho novelas, resulta interesante que uno de los impulsos principales para promover la temprana feminización de este género literario en el país procediera de los capuchinos.

El nicho de novelística católica que se configuró a partir del taller El Heraldo se sumó a otras experiencias individuales, de las cuales las dos más relevantes fueron el caso del presbítero Juan Garita Guillén (1859-1914) y el del periodista Luis Barrantes Molina (1885-1949).

Garita publicó en San José ocho novelas entre 1901 y 1912, recientemente reimpresas por la Euned en un libro editado por Juan Ramón Rojas Porras en 2013. A su vez, Barrantes dio a conocer catorce novelas en Buenos Aires; la mayoría de estas obras circuló en la década de 1920, en la colección La Novela del Día.

Curiosamente, los capuchinos no parecen haberse interesado por recuperar las novelas de Garita ni haber tenido conocimiento de la producción de Barrantes, uno de los novelistas costarricenses más prolífico.

Hasta ahora, quienes investigan el pasado de la literatura costarricense no han prestado mayor atención a estas corrientes de novelística católica. Tal vez sea oportuno que empiecen a hacerlo.

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