“Lo que la tragedia de 1964 y la farsa de 2016 tienen en común es el odio a la democracia. Los dos episodios revelan el profundo desprecio que las clases dominantes brasileñas tienen por la democracia y por la voluntad popular”. (Michael Löwy)
La advertencia del filósofo brasileño radicado en Francia, sobre dos eventos que hicieron la joven nación verde-amarilla temblar, nos invita a una reflexión fundamental: existen “clases” orientadas desde una visión economicista y conservadora que para alcanzar sus objetivos han sido capaces de usurpar derechos, imponer la moralidad selectiva, desestabilizar instituciones republicanas y suprimir la democracia. Peor, de manera impune.
En la misma línea de Löwy, el sociólogo Jessé Souza ha denunciado, hace rato, en sus entrevistas y publicaciones, la existencia de una clase dominante que representa los intereses de la élite económica y financiera del país. Se trata de grupos – que no alcanzan el 1% de los 200 millones de población – que comandan los grandes bancos, los fondos de inversión, distintos sectores del agronegocio, bien como de la industria y el comercio. Jessé, expresidente del Instituto de Pesquisa Econômica Aplicada (Ipea), advierte también que la desestabilización del gobierno de Dilma Rousseff, democráticamente electa por 54 millones de votos (11 veces la población de Costa Rica), fue orquestada por esta élite económica conservadora juntamente con sus despachantes políticos.
Se ha dibujado una escena política y social arrebatada por los intereses económicos. La idea de “tierra arrasada” fue construida por la oposición con el apoyo de la clase adinerada, y difundida por la media de masa visiblemente partidaria. La fantasiosa vida económica del país reavivó en grande parcela de las clases media y alta la percepción de que la vía para la retomada del desarrollo y salida de la crisis – que es más política que cualquier otra cosa – es estrictamente económica. Se redujo el concepto desarrollo a una comprensión limitada de crecimiento económico, mostrándose la negligencia con los aspectos sociales y de derechos más elaborados, y bien trabajados por Amartya Sen y razonados por filósofos costarricenses como Roberto Murillo, Álvaro Carvajal, Luis Camacho y Edgar Roy Ramírez. Es con esa concepción deficiente de desarrollo que grande parte de brasileños de clases media y alta mantiene la postura -la cual se cree suficientemente razonable- en pro de la destitución de Rousseff.
Este grupo de brasileños adoptan el razonar consecuencialista que se resume en: aunque las bases ética, moral y legal para el proceso de impedimento sean frágiles y controvertidas, cambiar la gobernante puede ser justificado por la posterior mejora económica. Además, han creído que el costo de la destitución es bajo. Sin darse cuenta, están razonando como Maquiavelo propuso a los príncipes, al decir que ciertas acciones exigen “el mal menor para evitar el mal mayor”.
La sobrevaloración del homo economicus sobre la del homo politicus ha conducido al país hacia la repetida deterioración de la democracia representativa. Es alarmante pensar que desde la redemocratización del país, en 1985, hubo solamente cuatro presidentes electos por el pueblo, siendo que dos de ellos fueron depuestos en intervalo de 24 años. Todavía no sabemos el verdadero costo que el país y los ciudadanos tendrán de pagar en el corto espacio de tiempo, principalmente cuando la mayor parte del Congreso (el más conservador de los últimos 50 años) que articuló la deposición es investigada por irregularidades que van desde crímenes de lavado de dinero a corrupción y crímenes electorales. Según la ONG Transparência Brasil, 303 deputados (del total de 513) y 49 senadores (del total de 81) son investigados.
Platón, por ejemplo, con base en los reclamos de la población adinerada, repudiaría la sobrevaloración de la vía economicista como ruta de salvación del gigante sudamericano. Para el discípulo de Sócrates, las actividades “económicas” al mismo tiempo que desempañan la función de suplir las necesidades de los ciudadanos y de la polis, representa peligro a las relaciones humanas y al orden de la polis porque puede conducir al engaño, y corromper a los ciudadanos. Platón nos muestra dos aspectos de la vida económica: una material, reconociendo que una polis no es autosuficiente y, la otra, moral, alertando para la posibilidad de haber desvíos de conducta. Idea valiosa para el análisis de la actualidad. Sin embargo, invirtiendo la lógica platónica -que sostiene que es la actividad económica (sobre todo la “comercial”) que corrompe al hombre-, y pensando que en realidad es el hombre quien corrompe a la actividad de intercambio, podemos hacer la siguiente reflexión: ¿Es realmente deseable que un gobierno carente de legitimidad y un congreso comprobadamente corrupto sean los responsables materiales e morales por el desarrollo del Brasil en los próximos dos años?
Obviamente nos inclinamos a decir que no lo es. No solo por la tendencia al engaño en el ámbito económico (material y moral) por parte del Congreso y del presidente interino Michel Temer, condenado por crimen electoral de acuerdo con la Lei da Ficha Limpa, sino porque representan una amenaza a la democracia y a los derechos conquistados.