Según la FAO (2011), las mujeres representan el 43% de la fuerza laboral agrícola en los países en desarrollo. También, son las que menos acceso tienen a oportunidades y recursos económicos, en comparación con los hombres; por esto, ante el cambio climático, se ven más afectadas, al igual que sus hijos.
El enfoque de género en la agricultura es muy importante porque podría contribuir a bajar el hambre en el mundo en un 17%. Deben imple-
mentarse “prácticas agrícolas climáticamente inteligentes”, para adaptarse y poder mitigar la incertidumbre climática. Esta afecta más a las mujeres, según Lorena Aguilar, de la Unión para la Conservación de la Naturaleza; el 50% de ellas en América Latina, Asia y África tiene anemia y una reducción en las provisiones de alimentos, por los cambios de clima que afectan las cosechas. Sería una catástrofe, de continuar estos cambios, en sitios con grandes brechas de género, porque podrían morir cuatro mujeres por cada hombre, debido a la falta de alimentos y al rol tradicional femenino de preocuparse por la alimentación de hijos y maridos antes de la propia. Urgen planes que contemplen la equidad de género y la educación dirigida a las mujeres respecto de los distintos fenómenos climáticos.
La extensión agrícola tiene un papel preponderante, sobre todo en modelos verdaderamente inclusivos, con la participación femenina. La agricultura orgánica y el reciclaje de desechos sólidos pueden enfriar el planeta, como también mejorar los suelos convirtiéndolos en “suelos supresores”, con carga microbiológica, intercambio catiónico eficaz y mejoramiento de partículas, en la parte física; esto se traduce en mejores cosechas y menos enfermedades. Un valor agregado de este agromodelo es la mitigación de las emisiones de CO2 en el ambiente.
La Dra. Vandana Shiva ha cuestionado el modelo de producción agropecuaria, así como la revolución verde y los cultivos transgénicos, por ser agronegocios que consumen recursos gratuitos y generan riqueza privada a un costo social y ambiental enorme y sin precedentes.
Por no ser inclusivos, esos modelos de agricultura ponen en riesgo de hambre al mundo y, especialmente, a las mujeres en los países en vías de desarrollo. Ellas, en la sociedad patriarcal, están en desventaja, pues son madres, trabajan la tierra y preparan los alimentos; cada mujer tiene una triple jornada, en comparación con los hombres, que no ayudan en el resto de las tareas por una cuestión cultural milenaria.
Según la econometría agrícola de Theodore Shultz, el abastecimiento agrícola está “arraigado en arena movediza”, esto porque, con la glo-
balización y los excedentes de países de agricultura subsidiada, los que importan alimentos están sometidos a alzas internacionales y no hay una seguridad alimentaria. El comercio global desprovee de alimentos a un enorme segmento de la población de los continentes más pobres, con mujeres agricultoras como jefas de hogar y las obliga a emigrar a las ciudades, con problemas sociales como drogas, desnutrición, prostitución, trabajo informal. Por eso, “la pobreza en América Latina es rural, femenina e infantil”, como dice el Dr.
Guillermo Guajardo. Es femenina por estar constituida por mujeres solas, desplazadas del campo a la ciudad, e infantil porque sus niños comercian en las calles para ayudar al ingreso familiar.
Existe el mito de que el alimento del mundo proviene de los grandes monocultivos con subsidios guber-namentales, pero son las unidades productoras independientes las que sostienen el abastecimiento de alimentos. Según la FAO (2011): “Las mujeres dan contribuciones fundamentales a las empresas agrícolas.
Sus funciones varían según las regiones pero tienen limitaciones que reducen su productividad y limitan sus contribuciones a la agricultura, al crecimiento económico y al bienestar de sus familias, comunidades y países. Poseen un nivel inferior de educación y se enfrentan a una brecha en el acceso y control del cré-dito; tienen menos tierras, de peor calidad, sin seguridad sobre su tenencia. Poseen menos animales de trabajo y no controlan los ingresos generados por el manejo de animales como cerdos o aves. Las agricultoras utilizan menos insumos como semillas mejoradas, fertilizantes, control de plagas y maquinaría”.
Se habla de equidad de género, pero la realidad es que en el patriarcado las mujeres siguen estando en desventaja.