Opinión

Mueran las encuestas

“La impúdica tradición electorera costarricense de las últimas décadas recordará al menos un caso en que una encuesta influyó directamente en un resultado electoral”.

La ciudadanía medianamente activa y responsable, que trata de ser pensante, a duras penas logra levantar su nariz por encima del mar coliforme que ofrece una buena parte del periodismo nacional, que enfatiza sucesos, violencia, chismes faranduleros, lastimeras historias de interés humano o toda la pasión del fútbol.

Pero si bien esta ciudadanía no tiene problemas en reconocer esas distorsiones desinformativas, por lo general muerde de una el anzuelo de una mala práctica periodística que puede ser aún más contaminante y lesiva.

Las encuestas de intención de voto, arrojadas de manera alevosa o irresponsable al ruedo de la opinión pública, pueden constituir golpes electoreros que no le hacen ningún favor a la democracia. La impúdica tradición electorera costarricense de las últimas décadas recordará al menos un caso en que una encuesta influyó directamente en un resultado electoral.

El mismo día de las elecciones de 1998, Telenoticias difundió a las 4:30 p.m. una encuesta de CID-Gallup en la que el socialcristiano Miguel Ángel Rodríguez supuestamente aventajaba por un 10% a José Miguel Corrales. Al final, luego del conteo de votos, Rodríguez logró el triunfo por un escaso 2,5%. ¿Cuánto afectó la encuesta el ánimo de los votantes liberacionistas? ¿Hasta qué punto definió la elección?

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GOLPE DE EFECTO

La publicación de encuestas de intención de voto es triplemente engañosa y aún más efectiva como herramienta de desinformación y enajenación de la ciudadanía.

En primer lugar, el énfasis en la cuestión “¿quién va a ganar la carrera?” desvía lo que queda de debate público lejos de la discusión sobre la ideología y noción de política pública que ofrecen quienes se ambicionan puestos de elección popular.

Por otra parte, mucho se ha cacareado que las encuestas son “una fotografía” que refleja “un momento” específico. Sin embargo, los números arrojados por una encuesta electorera son subrayados como “el resultado”, enmarcados por lo tanto en un aura de cosa definitiva y por ello se obvia el hecho que ese “resultado” tiene una vida tan efímera, que para cuando se procesó la información y se publicó en los medios escogidos para ello -como La República y La Extra el día de hoy- ya la imagen supuestamente retratada por esa fotografía bien puede haber cambiado. En este sentido, no deja de pesar el hecho de que en el mundo de las redes sociales, la opinión pública puede ser volátil y cambiante.

Lo que importa es el golpe de efecto: Oscar Arias reina supremo.

Pero esa vocación resultadista termina siendo un caballo de Troya para la principal falencia a la hora de divulgar resultados de encuestas en los medios de comunicación. Desde el punto de vista de proteger el interés público mediante la divulgación seria y responsable de encuestas, nada positivo sale del acto de publicar los resultados si no se detalla con ahínco la muestra de la ciudadanía que respondió las preguntas sobre la popularidad de Juan o María.

No se trata de decir que hicimos la encuesta en tal fecha y a 1.118 personas. Para analizar el resultado de una encuesta, el público requiere conocer la composición de esa muestra: ¿A qué sector socioeconómico pertenecen quienes contestaron la encuesta? ¿A cuál grupo etario y género? ¿La entrevista se hizo en persona o por teléfono?

Se trata de cuatro sencillas variables que afectan el resultado de la encuesta y que el público lector de La República y La Extra tiene derecho a conocer, antes de que su opinión sea moldeada en favor de un candidato de la vieja oligarquía cafetalera.

Aún con ellas a la vista, el público no tiene manera de saber si las respuestas obtenidas fueron provocadas a partir de una alevosa redacción de las preguntas, o cómo influyó en esas respuestas un tema insistentemente presente en los medios de comunicación al momento de hacer la encuesta, pero ya fuera del radar del público al momento de publicarla.

La publicación de encuestas electoreras sin la adecuada información bien puede considerarse una mal praxis periodística. Pero aún cumpliendo con ese requisito, cabe debatir si el énfasis en el drama de “¿quién va ganando?” no es más que un distractor de temas más urgentes y críticos.

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