A nuestro país le urge una nueva Carta Magna. La que lo rige está desactualizada, envejecida y anquilosada.
Necesitamos una que marque el quehacer de un Estado actualizado.
La nueva Carta obligará a las universidades públicas y privadas para que cumplan un nuevo rol en la formación de los profesionales que exigirá el desarrollo de un Estado moderno.
La actual Constitución permite que se den convenciones colectivas, pluses salariales, salarios escolares, pensiones desorbitadas, dedicación exclusiva, horas extras, dietas galácticas para los miembros de las Juntas Directivas de Bancos e instituciones.
Todo esto podrá regularlo una nueva Constitución para que ponga orden en esta chanfaina, y evite que los ticos mantengamos la mente ocupada en los conciertos, el futbol, los paseos en crucero, los viajes al exterior, y los eternos “viernecitos” negros.
La nueva Constitución incorporará los ítems útiles y exitosos probados en otros países. Revisará nuestros viejos sistemas presidencialista y parlamentario.
El Estado debe abstenerse de ejecutar obras en todos los campos del desarrollo y cederá esa iniciativa a la Banca Nacional, el INS, la CCSS, la ANDE, las cooperativas sanas y otras instancias para que asuman el financiamiento y administración de las obras de desarrollo nacional, mediante fideicomisos.
Deberá realizarse la convocatoria para elaborar la nueva Constitución. Resulta simplista pensar que los problemas del país podrán ser resueltos por nuevos jóvenes líderes amparados al envejecido marco constitucional actual. Son necesarias mentes proactivas que cambien este país.
Los candidatos actuales a la presidencia deben cambiar su discurso rutinario en sus debates y ofrecernos algo diferente a los ciudadanos, descartando, sobre todo, el mismo purgante de cada cuatro años.
