Opinión

El mito de la democracia, un comodín de la derecha (X)

Resulta difícil, por muy diversas razones, elaborar la conclusión de esta serie de artículos, o apartados de un texto mayor implícito

Resulta difícil, por muy diversas razones, elaborar la conclusión de esta serie de artículos, o apartados de un texto mayor implícito en todas estas elucubraciones, acerca de los elementos míticos subyacentes en las percepciones y en las reflexiones teóricas, sobre tema de la democracia, especialmente en nuestra área continental. Lo mítico por excelencia reside en el hecho de que no hay ideólogo o personaje de la derecha política de la región, que no se califique a sí mismo como demócrata y llame democráticos a sus actos y reflexiones a posteriori, todo ello a pesar de que la mayoría de las veces no resistan su contrastación con la realidad misma.

Mientras que sin ningún pudor manifiestan, de manera abierta, sus pretensiones patrimoniales sobre las instituciones públicas, en beneficio de sus negocios privados y en detrimento de las grandes mayorías en cada uno de sus países, continúan hablando de sus virtudes republicanas y democráticas, las que buscan contrastar con un mítico e inexistente mundo o grupo de países socialistas o comunistas, actuando como si la Guerra Fría entre los bloques soviético y capitalista no hubiera concluido, hace ya más de un cuarto de siglo. De esta manera, buscan descalificar y derrocar a algunos gobiernos legítimos de países latinoamericanos como Ecuador, Bolivia, Venezuela o Brasil bajo el argumento de que se trata de países “socialistas” o “comunistas” y, por lo tanto, “enemigos de la democracia”, aunque en realidad eso que llaman democracia para defender tenga poco o nada que ver con las políticas o las acciones que caracterizan a países o sociedades, cuyos regímenes políticos sean de verdad democráticos. Su manera de entender el juego democrático se reduce a la realización de elecciones periódicas, dentro de un mercado electoral conformado por uno, dos y hasta tres partidos políticos, los que sin importar su nombre, terminarán por hacer siempre la misma política, una vez concluido el acto comicial: la que dictan las corporaciones transnacionales y el capital financiero, para situarnos en los confines de ese abismal ascenso de la insignificancia de que nos hablaba Cornelius Castoriadis (1922-1997).

Dentro de los escenarios políticos que delinean para mantener el control de la opinión pública, los ideólogos de una derecha totalitaria y agresiva en sumo grado, califican de socialistas a estados o naciones que nunca han dejado de ser en sentido estricto, otra  cosa que sociedades capitalistas, en las que la propiedad privada sobre los medios e instrumentos de producción, continúa siendo el eje central de su existencia. Esos escenarios políticos actúan como verdaderos espejismos para confundir a las víctimas potenciales del rapaz capitalismo financiero, de este cambio de siglo, el que no solo destruye sus medios de vida, sino que ha terminado por poner en peligro, la  existencia misma de la especie humana sobre el planeta.

El tema de la democracia seguirá siendo un elemento central y constituyente del programa político de la izquierda contemporánea, una izquierda que aún no logra superar sus devaneos y confusiones, producto de la pesada herencia de un lejano pasado estalinista, un régimen que transformó la dictadura provisional revolucionaria en una permanente dictadura política, con la que fue vaciado de su contenido  socialista inicial, aquel experimento revolucionario iniciado en la Rusia de 1917, el que terminó carcomido por la corrupción y la ausencia de fuerzas revolucionarias, al interior de esa sociedad, la que se pulverizó, sin la menor resistencia de las bases sociales que la conformaron.

La izquierda del nuevo siglo encara hoy la difícil tarea de defender y consolidar la democracia en nuestra región, librándola de los espejismos y confusiones propagadas por las viejas élites oligárquicas, para asegurar el bienestar de las grandes mayorías y el cumplimiento del siempre inconcluso programa de una modernidad, que  nunca terminó de arribar a nuestros países.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido