Opinión

Memorias de cómo iniciaron los Parques Nacionales en Costa Rica: Los inicios de uno de los pioneros

“Siempre me he considerado una persona afortunada, ya que desde muy temprano tuve la suerte de lograr visualizar cuál era mi misión en esta vida

Encendemos la grabadora para escuchar en palabras de don Álvaro Ugalde los inicios:

“Siempre me he considerado una persona muy afortunada, ya que desde muy temprano tuve la suerte de lograr visualizar cuál era mi misión en esta vida. Mi padre era topógrafo del Ministerio de Obras Públicas y Transportes.

Él trazó y diseñó muchas de las carreteras del país, incluyendo la circunvalación de San José y gracias a él di mis primeros pasos en el mundo natural. Mi padre solía llevarme al bosque mientras trabajaba para el gobierno, e incluso en una oportunidad, durante la insurrección de 1948 en la cual él participo al lado de Figueres, nos llevó por unos días al bosque cuando yo tenía dos años.

Desde que decidí ingresar a la Universidad de Costa Rica, sabía que lo que quería estudiar era Biología. Mi sentimiento de estudiar la vida viene desde que cursaba quinto año en el colegio Dobles Segrega. Mi maestra de biología en aquel entonces 1963, cumplió un papel primordial. Sus conceptos de biología eran muy claros y me impactaron mucho. Nidia Abarca era su nombre.

En 1963, gracias a la dedicación y esfuerzo de Olof Wessberg un ciudadano de Suecia y Doña Karen Mogensen de Dinamarca, apoyados por don Francisco Orlich, se creó la primera reserva natural de Costa Rica, Cabo Blanco. Ellos fueron nuestros “mensajeros del futuro” y definitivamente pilares instrumentales en la creación de nuestros parques nacionales. Por su visión y aportes a la conservación en Costa Rica los considero como los mentores que contribuyeron con forjar mi visión.

Luego de obtener mi bachillerato fui a los Estados Unidos a aprender inglés y cuando regresé a Costa Rica en 1965, ingresé a trabajar al Ministerio de Transportes como asistente de Ingeniería y al mismo tiempo realizaba estudios de generales en la Universidad de Costa Rica. Sin embargo, cuando ingresé a Biología, el Ministerio de Transportes no me dio permiso de continuar mis estudios porque mi interés era la biología y no la ingeniería. Aun así, continué mis estudios gracias a un trabajo de asistente de laboratorio y a una beca que obtuve y que cubría mis gastos de matrícula. En la Universidad, tuve la suerte de conocer algunos naturalistas visionarios que también contribuyeron a mi formación, entre ellos, Pedro León, Luis Fournier y Douglas Robinson.

En 1968, mientras era estudiante de Biología y miembro del club de montañismo, llegó una invitación al club para que enviaran un representante a una mesa redonda sobre los recursos naturales y los medios de comunicación. El club me asignó como representante y la reunión sirvió como un catalítico en mi larga trayectoria. En esta reunión, asistieron figuras claves en mi vida. Mi contacto con estos individuos fue como una reacción química. Aquí conocí a don Mario Boza, estudiante del Catie y con un puesto en el departamento de Planificación del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG), en donde se encontraba preparando el terreno para el movimiento conservacionista que le iba a corresponder administrar al MAG. En esta reunión también participaron don Billy Cruz, representante de la Caribbean Conservation Corporation (CCC), quien me llevó al Dr. Archie Carr.

En este mismo simposio ingresó a mi vida la prominente familia Figueres, ya que luego de la sección teórica, se realizó un viaje de campo a Tortuguero, al cual don José Figueres llegó con doña Karen, sus hijos e hijas, José María (quien luego sería presidente de la república de 1994 a 1998), Christiana y los padres de doña Karen. Billy Cruz y Archie Carr eran amigos de los Figueres y los invitaron al viaje. Luego de 2 o 3 días de transporte rústico, llegamos hasta nuestro destino en Tortuguero. Durante la travesía, nos hicimos muy amigos, sobre todo, doña Karen, don Mario Boza y Billy Cruz. Aquí nació una gran relación de amistad. La relación con los Figueres continúo y se fortaleció aún más. José María era estudiante y yo le ayudaba a hacer tareas y doña Karen se enamoró de nuestras ideas futuras para crear el sistema de áreas protegidas.

A finales de 1968, José María y yo nos inscribimos en un programa de voluntarios para proteger las tortugas verdes durante la siguiente temporada del desove. En el mes de agosto de 1969, José María, Archie, su esposa Marjorie, su hijo David y yo, pasamos en Tortuguero. Los Carr jugaron un papel vital en mi formación, ya que eran mentores de la conservación a nivel nacional e internacional y fueron pioneros que contribuyeron, en parte a través de la familia Figueres, a que el país avanzara en esa dirección.

En octubre de 1969, Mario Boza, Billy Cruz y Archie Carr me convencieron de que tomara un curso del manejo de parques nacionales en Estados Unidos. El programa se denominaba “Seminario Internacional de Parques Nacionales y Áreas Afines”. Este encuentro era auspiciado por la Universidad de Michigan, el Servicio de Parques Nacionales de Estados Unidos y Canadá e iba dirigido a 25-30 personas de todos los continentes. Yo estaba en mi último año de bachillerato de biología y no quería perder un semestre entero. Inclusive mi amigo Pedro León también me aconsejó que participara en este curso y aquel “cartel verde” que comenzaba a nacer, consiguió los recursos económicos para que yo asistiera. Mario se comunicó con el Sr. Carr y el obtuvo los fondos a través de la familia Phips, donantes de la Caribbean Conservation Corporation.

Antes de salir al curso, Mario me encargó una ingrata misión, la cual consistía en perseguir cazadores de tortugas en el mar, frente a la costa de Tortuguero. Fueron tres días de mar encrespado, al que respondí con un vómito continuo. La experiencia, aunque dolorosa, fue muy valiosa, porque me permitió observar la problemática in situ. Influenciado por Archie Carr, la labor de conservación se iniciaba en Tortuguero y giraba alrededor de las tortugas verdes (Chelonia mydas).

Precisamente a menos de 24 horas de regreso de Tortuguero, salía para el seminario de Parques en Estados Unidos y Canadá. El viaje fue intenso y maravilloso y durante 30 días viajamos de Parque en Parque, iniciando en el Parque Nacional de Jasper y Banf en Canadá y continuando en los Estados Unidos por Yellowstone, Snake River, El Gran Teton, Mesa Verde, Petrified Forest, Navajo Nations, Lake Powell hasta terminar en el Cañón del Colorado. Al llegar al gran Cañón, nos integramos a una escuela de entrenamiento llamada Horace Albright Training Center, quien había sido el segundo director del sistema de parques nacionales de Estados Unidos. Precisamente durante los días que terminaba el curso en el cual yo estaba enrolado, empezaba otro en El Gran Cañón, denominado “Park Operations”. Decidí llevar el curso de dos meses cuya agenda intensiva me permitiría poner en práctica lo aprendido en el curso anterior y, además, aprovechar mejor el semestre. Era un trabajo en donde se aprendía lo maravilloso y lo feo del manejo de un área tan compleja como el Gran Cañón. Aquí logramos experimentar el hacinamiento, los “shopping center” y en fin todo el desarrollo urbano del borde norte del Cañón. Durante este entrenamiento, estuvimos buscando una niñita indígena que se había perdido y nosotros participamos en las labores de rescate que se prolongaron por tres días. El trabajo fue muy difícil para mí en un abrupto terreno con temperaturas bajo cero.

El instructor durante aquel curso fue Bill Wendt, quien era un tipo muy dinámico, salía a correr todos los días en las mañanas y yo le acompañaba. Posteriormente trabajó como consultor internacional y luego para el Departamento de Relaciones Internacionales del Servicio de Parques Nacionales de Estados Unidos. Era un hombre increíble y fue un maestro que también se convirtió en uno de mis mentores. Con él aprendí cómo ser un guardaparques ejemplar.

Estos dos cursos me dieron una gran base práctica. Cuando regresé a Costa Rica en diciembre de 1969, la ley forestal acababa de ser aprobada por la Asamblea Legislativa, lo cual quería decir que ya en Costa Rica había legislación forestal y un capítulo para el programa de Parques Nacionales. Precisamente en el momento que yo regresaba, Mario Boza, recién nombrado jefe del Departamento de Parques Nacionales, salía para el Gran Cañón a participar en el mismo curso que yo acababa de concluir. Yo estaba sin trabajo, no podía ingresar a la Universidad a concluir mis estudios de Biología y Mario quien era mi principal contacto en el gobierno, estaba en Estados Unidos.

Hoy, después de todos estos años de labores, puedo decir que, para mí, 1970 fue el año en que la historia dio inicio, al menos para nuestro sistema de áreas de conservación. Sin embargo, ya se venía preparando el terreno desde 1940 cuando Costa Rica firmó en Washington la convención del Hemisferio Occidental para la Protección de Flora y Fauna y las Bellezas Escénicas de las Américas. La conservación volvió a caer en un letargo para tomar fuerza en 1966, cuando el Congreso ratificó esta Convención como Ley y nuevamente se vuelve a hacer historia en 1969 cuando el congreso aprobó la ley forestal. En febrero de 1970, don José Figueres fue elegido por tercera vez Presidente de la República, lo cual fue un sueño, ya que yo era amigo de esta influyente familia y ellos estaban dispuestos a apoyar incondicionalmente la agenda conservacionista que venía impulsando el recién creado Departamento de Parques Nacionales.


Este es un capítulo del libro inédito Memorias de un Héroe Llamado Guarda Parques, de Yamil Sáenz. En nuestra edición impresa por error se le consignó el texto al biólogo Lenin Corrales.

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