El primer día de clase en marzo del 1966, como el del 2016, cayó lunes 7. Hace 50 años, cubierto con una boina negra con el escudo de latón del Colegio de San Luis Gonzaga, semejando la del Che Guevara en la foto de Alberto Korda, andaba pelado “coco” por los corredores del edificio emblemático de Ciencias y Letras. Eran mis primeros días de estudiante de Estudios Generales en la Universidad de Costa Rica.
No recuerdo bien a mis primeros profesores de Historia ni de Castellano, pero sí recuerdo a Francisco Antonio Pacheco de quien aprendí muchas cosas de esas que llaman Filosofía. Cuando se fue a estudiar al extranjero me tocó soportar a Herra, a quien parecía ortigarle que este cholo suertudo de Churuca le contradijera y luego yo me percatara errado!. El profesor de Historia también en algún momento fue cambiado por Chéster Zalaya, con quien también tuve algunas divergencias pedagógicas. En verdad confieso que yo sí estudiaba y desde ese tiempo me gustó “punzar” a los profesores como después tuve placer en atormentar a Víctor Hugo Céspedes, Róger Seravalli y Miguel Gómez, todos después colegas en Ciencias Económicas, ahora algunos de ellos ya fallecidos pero que recuerdo con aprecio.
En aquel entonces, las tres materias enumeradas constituían cursos anuales y al final la evaluación se hacía mediante un examen oral de escolaridad delante de un tribunal, público, con los restantes compañeros de la canalla sentados detrás. Por ahí tengo la tarjetita amarilla firmada por los profesores Viriato Camacho, otro de apellido Ugalde y otro profesor que por no recordarlo digo que se apellidaba Alzheimer. Obtuve entonces un 9,5 y no estoy rajando!.
También llevé Actividad Deportiva de la que no recuerdo nada, así como Cultural con Guido Sáenz, un intelectual del grupo del Teatro Arlequín y quien me hizo intesarme en la disciplina que me ha permitido hacer de mi vida una actuación, a veces dramática y con frecuencia cómica. Formalmente no me fue muy bien porque me fugaba con Fico, un compa de Cartago a quien el papá le prestaba un Renault 8 con el que íbamos a Heredia, a esperar el recreo de la Escuela Normal y darles ”cuerda” a las futuras maestras. También llevé ese año Q-101 Química General. Interesante, solo había dos clases magistrales, a las 7 a.m. y a las 5 p.m., lunes y viernes, en el auditorio de Ciencias y Letras, para todos los grupos, un formato que estaba a años luz en el futuro. A veces las lecciones estaban a cargo del profesor Arroyo y otras eran impartidas por don Gil Chaverri, quien aún tiene como epitafio su notable tabla periódica.
Este recuento de anécdotas no estaría completo sin mencionar las memorables conferencias a auditorio lleno de don Abelardo Bonilla, con su zapato de pie bot, como también de don Teodoro Olarte –fumando pipa. Coincidentalmente, se cumplen en estos días los 60 años de la llegada a Costa Rica de don Constantino Láscaris y su auto Jaguar, otro importante imán, sino el principal, de esas conferencias. Eran tiempos convulsos, con la Revolución Cubana, la Crisis de los Misiles y el creciente chance de contagio con la revolución sexual y la aparición de la píldora. Entonces “retiro justificado” dejó de ser una alternativa para abandonar materias y convertirse también en un método anticonceptivo.
No fue un año fácil. Yo no trabajaba y dependía de lo que don Víctor, mi papá, pudiera darme… había que rendir la plata. El pase de Cartago costaba un colón y debía reservar 20 céntimos más para el regreso, ya que eso cobraba el bus de San Pedro a San José. Andar “lavado” fue la norma y afortunadamente no existían las fotocopias. La estrechez económica hizo que tampoco pudiera entusiasmarme con aquella compañera preciosa, a quien llamaré Lila, cuyas miradas me enloquecían… tenía estrabismo!.