Que vivimos en una sociedad injusta, desigual e inequitativa se confirmó, precisamente, con el tortuoso camino andado para que se reconociera el derecho que tienen las personas de escoger y legalizar con quién compartir su vida. De ahora en adelante cualquier persona, sin importar si es hombre o mujer identificada con alguna de las denominaciones de la diversidad humana, podrá unirse bajo una institución oficialmente reconocida, como es el matrimonio. Eso había sido imposible precisamente porque Costa Rica no es la sociedad igualitaria, tolerante y respetuosa, que reconoce derechos fundamentales. En esa nueva, efectivamente nueva sociedad, es que estamos obligado.as a re-educarnos y aprender a con-vivir.
Una sociedad puede estar regida por reglas legales clarísimas, pero ser a la vez perfectamente injusta, como ha sido la sociedad costarricense con las personas que no encajan con la moral dominante, conservadora, religiosa, prejuiciada, intolerante, y claramente antidemocrática, en tanto que es excluyente y discrimina negativamente a quienes no se acomodan a los catecismos de la moral y a la legalidad imperantes.
Reconocer nuevos derechos legales a quienes hasta ahora vivieron fuera de los linderos de una sociedad que es incluyente sólo en los mitos y el imaginario, es un avance del que debemos sentirnos orgulloso.as como colectivo social. Pero aún hace falta mucha madurez para la tolerancia, la inclusión, la solidaridad y el respeto efectivos. Ese será un resultado tras un largo camino de re-educación y cambios culturales positivos. Las leyes y su cumplimiento son pasos intermedios en ese recorrido. Muestra de la puerilidad social en esta materia de la convivencia efectiva, es que hasta en las universidades, que deberían ser “lumbreras” y promotoras de la pluralidad, la inclusión y el respeto de todos los derechos, se alzan voces en contra, aunque su discurso sea sobre “tolerancia”. ¡A veces no se llega ni a canfinera!
Dichosamente las nuevas generaciones, que incluyen los relevos para todas las instituciones sociales, están aprendiendo nuevas pautas de convivencia porque son, sienten y viven diferente y son más respetuosas y tolerantes. Muchas personas que aman a otras de su mismo sexo y que tienen identidades fuera de la nomenclatura “macho”-“hembra”, han convivido sin derechos, no sólo en cuanto al reconocimiento social de su escogenia afectiva, si no también sin la posibilidad de que su patriominio material pueda ser transferido a su pareja. Ahora eso será posible, y es un derecho nuevo que no se deberá conculcar.
El matrimonio igualitario es un avance para la convivencia en la sociedad costarricense. Las personas, independientemente de las reglas morales que a veces atrasan las sociedades en el reconocimiento de derechos, podrán vivir sus vidas con mayores oportunidades de ejercer sus libertades y derechos individuales y colectivos reconocidos constitucionalmente. Ese ejercicio de derechos a plenitud, es indispensable para que una sociedad pueda decirse democrática, incluyente y pluralista.
Como todas las luchas sociales contra discriminaciones abominables, la realizada para alcanzar estos nuevos derechos involucró a miles de personas. Algunas dieron batallas directas ante todo tipo de ataques y gracias a que tenían detrás el soporte de miles de acompañantes, su triunfo colectivo se hizo posible. Vendrán batallas “apocalípticas” de quienes se oponen, pero sin duda los nuevos derechos de hoy, como los nuevos derechos del pasado, se irán consolidando como ha ocurrido en la misma sociedad costarricense y en todo el mundo. Los nuevos derechos siempre provocan miedo e inseguridad en sus detractores, pero las sociedades devienen cualitativamente superiores cuando más personas tienen más y mejores condiciones de vida y son más felices.
Las rupturas y cambios sociales siempre son complejos y a veces son muy lentos pues requieren hasta siglos. Es comprensible, por ejemplo, que alrededor de 1700 a la élite gobernante y a la población colonial de Cartago, le fuera imposible imaginar la “plaza mayor” sin la algarabía de la venta de esclavos; pero llegado el momento eso terminó. En 1824, cuando fue abolida oficialmente la esclavitud y mucho después, cuando la gente negra pudo llegar desde Limón hasta el Valle central, se avanzaron otros tramos. Sin embargo, a pesar de esos cambios, hoy vivimos con muchísimas manifestaciones racistas, tanto en nuestro país como en otros. El asesinato horroroso de una persona negra, George Floyd, por parte de un policía blanco, el lunes 25 de mayo en Minneapolis, Estados Unidos, es una desgarradora muestra de cuán difíciles y traumáticos pueden ser los cambios sociales. Y esto no es para imponer el pesimismo, si no para tener claro que la lucha por la defensa de todos los derechos, incluido el derecho a la vida, es permanente.
En Costa Rica nunca hemos sido “igualiticos”; si no que lo digan las personas afrodescendientes, indígenas, de ascendencia asiática, entre otras, y obviamente las que difieren de los papeles históricos y oficiales asignados por la iglesia, la familia, la escuela, la propaganda comercial y la legalidad, a los hombres y mujeres. En resumen, las discriminaciones negativas son parte del ejercicio del poder autoritario que debemos superar para vivir en sociedades más justas. Los nuevos derechos, como el matrimonio igualitario, abonan en esa dirección.