Opinión

Matémonos en defensa de la vida

Ondea libre y altiva una peligrosa bandera en nuestra querida Costa Rica, patria maternal y protectora. Una bandera que se proclama

Ondea libre y altiva una peligrosa bandera en nuestra querida Costa Rica, patria maternal y protectora. Una bandera que se proclama en defensa de la vida, una bandera que dice ser blanca, por pura, inocente, noble y protectora. Dicha bandera, sin embargo, no es en realidad de tan inmaculado color, en sus pliegos oscilan cuchillos que hieren inmisericordemente a sus víctimas, en su tela salpica la sangre de las vidas que, lentamente, toma. Pero a lo lejos parece blanca, o, al menos, de un agradable rosa, según quienes le defienden.

Tal bandera asesina se llama Defensa de la Vida (aunque ostenta algunos conocida como, también), nombre que hoy en día se esgrime en contra de los más fundamentales derechos humanos, nombre que por bello no es menos letal, pero sí más aceptado, incluso defendido.

Pero a quiénes hiere esta hipócrita bandera autoproclamada blanca y noble, con qué sangre el falso blancor se torna en cínico rosa (e incluso en descarado rojo), quiénes son sus víctimas. Las víctimas son diversas, pero comparten un rasgo común: de una u otra forma transgreden el ordenamiento social arbitrariamente establecido.

Las víctimas son mujeres cuyo derecho a la maternidad es lenta y cruelmente asesinado al obstaculizar la FIV. Las víctimas son mujeres que, ante la desesperación y el desprecio de la sociedad, para la que no son más que objetos, mueren en salas de aborto clandestino, acuchilladas por la Defensa de la Vida, esta, eso sí, cubierta por una gabacha de indiferencia para que su blancor no se manche en exceso. Las víctimas son mujeres a quienes se les amputa su poder de decisión y se les deja sangrando sin siquiera una sutura, porque suturar implicaría aceptar que hubo una herida.

La Defensa de la Vida no protege a las víctimas, estas son descartables, protege a los autores intelectuales de tales asesinatos, para quienes es más importante mantener intacto el orden establecido, aunque dicho orden se base en arbitrariedades escritas hace cerca de dos milenios.

Pero hay que ser claros, este asesino no opera solo, se nutre cada vez que la sociedad condena a una mujer, se regocija cuando la sociedad dispara la palabra puta, afila sus puñales cuando la sociedad deja claro que la única culpable es la víctima, los clava inmisericordemente cuando esta misma sociedad viste lentes de indiferencia y aparece dispuesto a asesinar de nuevo cuando la sociedad le invoca al mejor estilo de la magia negra: “Defendamos la vida. No a la FIV, que es parte de la cultura de la muerte”.

 

 

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