Tercera época
Mientras nos deslizamos casi inadvertidamente dentro de los confines del universo de la mentira, convertida en verdad indiscutible e incluso universal, tanto como en un dogma de fiel observancia para una gran cantidad de gente, esas que se mueven entre el cinismo y la supina ignorancia sobre los asuntos esenciales, sucede que los hechos terminan por golpearnos en pleno rostro, de manera despiadada y directa. Una razón más que suficiente para tomar nota de lo que nos advertía, hace ya algunas décadas Hannah Arendt (1906-1975); una importante y controversial figura de la filosofía alemana de la primera mitad del siglo anterior, una mujer que se vio enfrentada a los horrores y contradicciones generadas por el nazismo, con el régimen a que dio lugar (aquel hermano gemelo del estalinismo, una deformación monstruosa y esperpéntica de lo que debió ser el socialismo), acerca de los peligros de ignorar lo esencial que se encuentra en juego como punto de partida de cualquier análisis fundamentado de la realidad social y no en esa equívoca posverdad con la que nos bombardean todos los días desde los grandes medios de comunicación social. ” Antes de que los líderes de masas se apoderen del poder para hacer encajar la realidad en sus mentiras, su propaganda se halla caracterizada por su extremado desprecio por los hechos como tales” (Los orígenes del totalitarismo, Hannah Arendt Taurus, México, 2004).
Ese rasgo falsificador de los hechos, tan característico del totalitarismo como de sus manifestaciones más emblemáticas, durante los años veinte, treinta e incluso cuarenta del siglo pasado, se ha visto acentuado y perfeccionado durante el transcurso de las dos décadas transcurridas del nuevo siglo. Ha terminado adoptando el disfraz democrático como una pose que asumen las formas de exteriorización del brutal dominio de unas oligarquías, y unos poderes fácticos como los de América Latina; una región donde al desprecio por la verdad se une a una dosis creciente de cinismo tan fuerte que tornan irreconocible la realidad misma, valiéndose del control de la mayor parte de los medios de comunicación colectiva. Los periodistas ya no son tales, sino que actúan como operadores políticos de la derecha totalitaria y delirante, tal y como se ha puesto en evidencia en Perú, Bolivia, México y otros países latinoamericanos durante los meses recientes.
Es así como una pléyade de liberticidas (entiéndase asesinos, enemigos encarnizados de la libertad) de todas las tonalidades o ropajes se afanan, un día sí y otro no, en pasarnos gato por liebre, con la expectativa no siempre bien fundada de que nos unamos al coro de gente que se sumen (o se ven sumidas, voz pasiva) en la ignorancia, la irreflexión y la estulticia cada vez más generalizadas.
Todo esto le permite al neofascismo que nos desborda en todos los órdenes de la vida social, amenazando con acabar con nuestras conquistas sociales y libertades esenciales, en este cambio de siglo, tomar de manera momentánea la delantera, aunque sus apóstoles seculares se nos presenten como el coro de los defensores de la libertad (no sabemos de ¿cuál? o ¿cuáles?), cuando —más bien— es aquí donde se instala la falsedad del relato. Estos presuntos defensores de la libertad de mercado, y de la libre competencia que brillan por su ausencia en este régimen, se cuidan muy bien de decir que lo que sucede en nuestro tiempo es la presencia asfixiante de los grandes monopolios en todas las actividades más rentables. Por lo que aquí no es precisamente el mercado el que se encarga de asignar los recursos, sino el mercantilismo monopolista instalado en casi todos los estados de la región, mientras prosiguen su tarea esencial (histórica para ellos) de concluir el desmantelamiento del estado social de derecho, al cabo de treinta años de unanimidad forzosa que nos han impuesto.
En la oferta política cotidiana, acentuada durante los procesos electorales, de estas equívocas o presuntas democracias, se destacan los falsos liberales o liberticidas; gente que se presentan como liberales-progresistas, aunque en realidad son neo o ultraconservadores, bajo la etiqueta mentirosa del neoliberalismo, enmarcados dentro de un obsesivo “anticomunismo”, referido a un “comunismo” que no aparece por ninguna parte, si es que acaso existió alguna vez por estas latitudes.
También aparecen los falaces o presuntos cristianos bajo la etiqueta de partidos restauradores o neorepublicanos, quienes después de anunciar la llegada del reino de Dios a la tierra con la sospechosa teología del éxito social y el diezmo como inversión, han asumido la defensa del integrismo religioso y el conservadurismo social más retrógrados. Sin embargo, posteriormente, se asocian con los partidos representantes del statu quo neoliberal: el de la religión secular que pregona las bondades del mercado, aunque bajo las etiquetas o viejas franquicias electorales de Partido Liberación Nacional (PLN), ahora en poder de gente que no quieren saber nada de su pasado “socialdemócrata” o reformador social, cuyos legisladores han reducido a nada el derecho de huelga de los trabajadores sindicalizados. Además de prohibir la protesta social contra las políticas de estado, de un cierto Partido Unidad Social Cristiana (PUSC) que ha devenido en la caverna de unos trogloditas reaccionarios, cuya tarea es terminar con el estado social de derecho, destruyendo lo poco que queda de aquellas políticas que hicieron única y grande a Costa Rica, además de prestarse para el saqueo de la totalidad de los fondos de jubilaciones de los trabajadores, con el concurso de todo ese coro de gente, hoy arrepentidas de sus veleidades reformistas del pasado.
Pero quienes han asumido con el mayor entusiasmo las tareas de verdugos y sepultureros del estado social de derecho son los propietarios, o quienes alquilaron una franquicia partidaria, bajo la etiqueta de la acción social o ciudadana, conocida como el Partido Acción Cuidadana (PAC) con su corte de progres, su agenda light y hasta su pata izquierda para confundir al movimiento popular costarricense. Después de dos períodos de gobierno, a partir de 2014, casi han concluido la tarea política esencial con la que había soñado la oligarquía costarricense, y su boletín ideológico o Diario La Nación, que se edita en San José de Costa Rica desde 1946, con el propósito de materializar la contrarreforma social, cosa que no lograron en 1948. Todos ellos son los heraldos de la elusión y la evasión fiscales ejecutadas por los grandes monopolios que han venido saqueando el estado costarricense (y el de otros países de la región), a lo largo de las últimas décadas, pero sobre todo a partir del mal llamado Consenso de Washington del año 1990.
Los ya mencionados, más algunos improvisados políticos, conforman el partido único neoliberal, cuyos diputados votan juntos en los asuntos esenciales para la agenda neoliberal (en realidad mercantilista) que todos ellos comparten, en un país donde los liberticidas son legión. El totalitarismo neofascista ha asumido así un ropaje democrático, con su discurso presuntamente liberal, pero que no resiste ninguna contrastación con la realidad…estamos avisados, por favor no seamos tan candorosos.
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