Opinión

Los presos liberados

¡Ningún delincuente escoge su carrera; se la imponen el Estado y la sociedad en confabulación con los que menos tienen!

¡Ningún delincuente escoge su carrera; se la imponen el Estado y la sociedad en confabulación con los que menos tienen!

Este asunto de los reos liberados ha creado grandes controversias. La mayoría de la población se muestra contraria, pero hay fundamentos científicos, sociales y humanitarios que nos obligan a pensar que la medida no es en absoluto descabellada:

Los postulados científicos y principios de la Criminología moderna y de la Psicología criminal; especialmente de la Criminología crítica, están en contradicción con las medidas represivas extremas como el encierro con su multiplicador de tortura en las cárceles de América Latina: El hacinamiento, los castigos relacionados y el desastre que provoca en la personalidad del detenido. Siendo el fin primordial de la Criminología y de la Penología reinsertar al delincuente en la sociedad; en nuestras cárceles ese objetivo es inalcanzable. Sin entrar en detalles doctrinarios, la conclusión criminológica de más peso es aquí suficiente: “Nuestro sistema penitenciario es la mejor universidad para el crimen; mejor quizá que la que haya tenido cualquier persona en la calle antes de caer allí”. Eso ya nadie lo discute, porque no cabe discusión.

Los aspectos sociales son más bien de justicia social. El ilícito penal, o su consecuencia en forma de restricción de la libertad personal, es el resultado del tratamiento que hace el Estado de ciertas conductas, dependiendo de la condición socioeconómica de su autor. Las diferencias entre el delincuente pobre y el delincuente rico en cuanto a juzgamiento y penalización son abismales; se puede decir que el rico nunca, o casi nunca va a la cárcel, especialmente, entre otras muchas ventajas, por su criminalidad más sofisticada, ligada casi siempre al poder político y/o económico con una cifra negra muy elevada (delitos que no se denuncian o no se juzgan). Su daño social, no obstante, es mucho mayor que el delito del pobre. Recordemos tan solo los crímenes del Estado, de los gobiernos y de los políticos con sus mafias asociadas.

Otra razón social, indeterminable pero real, es que el delincuente torpe es el que para con sus huesos en la cárcel, los más “vivos” andan sueltos. Eugenio Raúl Zaffaroni, un gran penalista y tratadista argentino, dijo una vez, hace varios años, en una conferencia en la Facultad de Derecho de la UCR, que si aquí soltaran a todos los reos no pasaría nada. Tenía y tiene toda la razón; la cárcel es para los menos astutos que se dejan atrapar y son una minoría socialmente intrascendente, manejada por los dueños del Estado tan solo con fines propagandísticos para hacernos creer que nos protegen y hacen algo por nosotros; pero los más nocivos andan sueltos. Y agreguemos que, por lógica, si la resocialización en la cárcel es imposible, queda la  posibilidad de que si salen a trabajar, bajo ciertos controles, esta sí pueda realizarse.

Los principios humanitarios, por último, son los más importantes, pero también los más amplios: Ante todo los reos son personas como usted y yo, sometidas a todas las adversidades de un mundo en total caos social, donde los principios y valores de la convivencia digna han sido violados o arrasados por el poder político y económico. Pensemos también en los primerizos, en inocentes ¡que los hay!, en delitos sin víctima; pensemos en las familias que se quedan sin sustento porque su proveedor fue detenido en un ilícito sin mayor trascendencia social; pensemos en todos los errores e injusticias propios de un bloque legal y judicial sesgado y dedicado a llenar los caprichos y las directivas estatales para que el sistema político y económico se puedan mantener. Liberar reos en forma controlada es la mejor y única alternativa en nuestro medio para su reintegración y es un estímulo para la paz social.

¡Las cárceles multiplican

y afinan la delincuencia;

endurecen la conciencia

del incauto primerizo,

que con método preciso

del crimen hace su ciencia!

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