Este año se conmemoran 44 años del golpe de Estado en Chile, liderado por Augusto Pinochet, donde acontece la muerte de Salvador Allende.
Sin duda, del 11 de setiembre de 1973 al 11 de marzo de 1990, la historia de Chile fue escrita con sangre.
Cada 11 de Setiembre, miles de chilenos marchan alzando la voz contra las injusticias, exigiendo justicia para los miles de asesinados, y para los miles de detenidos y desaparecidos que hoy siguen sin rastro. Hay una necesidad de saber que los culpables sean sancionados, así como la necesidad de que los crímenes cometidos sean visibilizados y exista un lugar para recordar y homenajear a quienes fueron víctimas de la dictadura.
La dictadura chilena permaneció ligada a la acción ideológica, a la significación, y en común, esta significación es dada por unos intereses determinados. Es por esto que, aunque en esencia el derecho como disciplina se configura independiente de las necesidades económicas y sociales, aplicado al margen de mandamientos éticos y postulados políticos, no parece ser así en la práctica. Al menos, parece no ser así para Chile.
Cuando el marco jurídico y la práctica del derecho se limitan a una compensación económica, las personas afectadas no logran elaborar sus duelos. Duelos cuyo origen fueron violaciones a los derechos humanos consumadas por aparatos del Estado, no pueden resolverse solamente en el plano individual. Pues, es el reconocimiento tanto público como privado el que permite una transformación del contexto sociopolítico e intersubjetivo de las personas. Porque la justicia pasa por el reconocimiento, y el reconocimiento es social.
Muchos años más tarde, el Estado chileno reconoció oficialmente la tortura como una práctica sistemática en épocas de dictadura. Este reconocimiento tiene una función irremplazable en la elaboración individual de la experiencia.
La conmemoración y manifestaciones como recursos subjetivos y materiales contra delitos de lesa humanidad constituyen, en lo simbólico, espacios de suma importancia para procesar el dolor ante la pérdida. Una dinámica social desmentida de estos hechos deja tal vacío a las víctimas que impide reparación.