Opinión

Lo que llevamos a las aulas universitarias

Tanto el estudiantado como el profesorado llevan al salón de clases o espacio áulico algo más que libros, cuadernos, bolígrafos y computadoras.

Tanto el estudiantado como el profesorado llevan al salón de clases o espacio áulico algo más que libros, cuadernos, bolígrafos y computadoras. Como seres humanos somos el producto de miles de años de evolución de nuestra especie, llevamos tatuados en nuestros genes la herencia de nuestros antepasados, y parte de esa herencia es nuestra capacidad de construir conocimiento. Dicha capacidad tiene una base evolutiva que nos permite entender el mundo social; por consiguiente, para acercarnos a entender cómo el estudiantado construye el conocimiento en las aulas universitarias, es necesario partir de varias premisas.

Primero, el estudiantado llega al aula con una diversidad de capacidades cognitivas, las cuales se han gestado evolutivamente vinculadas a nuestra capacidad adaptativa, y han sido mediadas por experiencias y estímulos que no solo incluyen aspectos biológicos, sino también cognitivos y sociales; en otras palabras, muchas de nuestras capacidades cognitivas son innatas, moduladas por la selección natural y por las presiones sociales. Dentro de dichas capacidades cognitivas, cobran relevancia las capacidades de comunicación y uso del lenguaje simbólico en la construcción, referencia y anclaje del conocimiento, ya que la finalidad central del lenguaje es el desarrollo de los procesos cognitivos y la interacción social para la cooperación social.

Segundo, como parte de la herencia social e histórica de la pedagogía tradicional implementada en el sistema educativo público costarricense –en el cual se privilegia la participación activa del docente y pasiva del estudiantado–, se ha promovido el trabajo individual en las aulas en detrimento del trabajo colaborativo, obviando o invisibilizando que los seres humanos somos esencialmente sociales, lo cual requiere que estemos en constante interacción social, formando vínculos sociales y alianzas (apoyo social) con otras personas o grupos en función de los sistemas culturales incorporados, funcionando así de una manera coarticulada, lo que produce a su vez un lenguaje en común entre pares.

Aplicado al ámbito universitario, dichas interacciones no se dan en un vacío, sino que se dan en medio de relaciones de poder intragrupo y entre grupos; por consiguiente, en el espacio áulico se debe promover el aprendizaje colaborativo, que permita interactuar y construir conocimiento colaborativamente, lo cual implica modificar la organización física en el aula, así como la promoción de estrategias didácticas grupales y, por ende, modificaciones a nivel evaluativo. A lo anterior se le llama aprendizaje heterotécnico o cooperación heterotécnica, la cual se entiende como la habilidad de trabajar cooperativamente formando vínculos sociales para el cumplimiento de los objetivos, aprendiendo unos de otros; en pocas palabras, el aprendizaje heterotécnico es de naturaleza compartida, por consiguiente, la experiencia de aprender trasciende lo cerebral.

Tercero, el estudiantado no solo aprende con el cerebro. El ser humano está dotado de una infinidad de neuronas en varias partes del cuerpo, lo que le permite a su vez aprender con todo este. A esto se le llama mente corporizada, en la cual intervienen la neuronas espejo (reflejo de imitación), la capacidad de improvisar, de imaginar y de crear, que producen que en el proceso formativo universitario se requiera desarrollar múltiples y muy diversas estrategias didácticas para ver un mismo contenido, ya que el estudiantado presenta diversos estilos de aprendizaje que requieren una forma de aprendizaje más kinestésico, entendido este como la vinculación del contenido o la información a sensaciones y movimientos. Por consiguiente, la capacidad humana de una mente extendida radica en las interacciones con el entorno (el mundo externo se hace parte de la cognición), vinculado a la capacidad de poner en acción o ejecutar las ideas (mente enactiva), o sea, a una acción corporeizada.

Cuarto, es importante tomar en cuenta que la capacidad de construir conocimientos se va a ver influenciada por las emociones y la afectividad, ya que la interacción del estudiantado con el profesorado, con sus pares y a su vez con el contenido, va a generar comportamientos distintos y actitudes distintas ante la materia, lo que provoca que el estudiantado pueda ser más empático o no hacia un contenido; por lo que cobran importancia las tendencias innatas en cuanto a aspectos motivacionales que no necesariamente se vinculan con las exigencias académicas de los ambientes formativos universitarios, lo que puede llegar a explicar algunas de las necesidades educativas o dificultades de aprendizaje que presenta este. Por consiguiente, la promoción de la motivación para crear un ambiente de empatía y de autopoiesis en las aulas, es crucial a la hora de construir y anclar aprendizajes significativos en el estudiantado.

Quinto, acorde con lo expuesto anteriormente, sobresale el rol del profesorado y del estudiantado en este proceso de construcción de conocimientos, lo cual requiere que el rol que desempeña el profesorado en la motivación y estimulación del estudiantado sea primordial, como mediador, facilitador y guía; mientras que el rol del estudiantado sea participativo, activo y responsable de su propio proceso de aprendizaje.

En síntesis, existen múltiples fenómenos a tomar en cuenta a la hora de analizar la construcción del conocimiento en el estudiantado universitario. Identificarlos y definirlos es tarea compleja pero necesaria y urgente, por lo que se requiere que el profesorado y estudiantado universitario se transformen a sí mismos y tomen consciencia de su existencia, entendida esta como una tarea compartida, para consecuentemente transformar los ambientes de aprendizaje de la educación superior pública costarricense.

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