Opinión

De lo femenino y otros demonios

Costa Rica ha construido un marco legal fuerte y contundente en referencia a la posición y valoración de las mujeres dentro de los diferentes contextos

Costa Rica ha construido un marco legal fuerte y contundente en referencia a la posición y valoración de las mujeres dentro de los diferentes contextos de la vida social. Contamos con legislación nacional y una batería de convenciones internacionales que velan por los derechos de las mujeres ratificadas por el estado que han funcionado como una sombrilla de protección legal que cubre, tutela y resguarda el bienestar de todas las mujeres y niñas del país.
Sin embargo, el sistema sociocultural en el que nos desenvolvemos no ha sufrido una transformación significativa ni paulatina con respecto al posicionamiento de las mujeres y de su imagen dentro de las dinámicas. Muestra de esto es que dentro varios estudios realizados en Centros de Investigación de Universidades Estatales sobre la prevalencia de la violencia intrafamiliar y violencia de género en población universitaria se ofrecen resultados en términos de discriminación y rechazo a la población sexualmente diversa significativamente altos, así como la aceptación y uso de la violencia sexual contra las mujeres, si esta no fuera penalizada.
En el Foro para el Diálogo Social Inclusivo sobre el tema del Empleo y Trabajo Decente para las Juventudes realizado en el Cenac, el representante de la OIT ofrecía cifras alarmantes en términos de desempleo en la región, donde somos las personas sexualmente diversas y las mujeres las principales afectadas. En el Encuentro sobre Equidad e Igualdad de Género, celebrado en la Universidad Nacional, Marcela Jager señalaba que no es posible hablar de derechos humanos sin contemplar que la división genérica nos marca y determina de diferentes formas y por ende violan el goce pleno de los derechos humanos de mujeres y hombres en grados diferentes.
Sin embargo, existe un reclamo popular extendido desde los sectores más conservadores con relación a las campañas de sensibilización emitidas desde el Inamu o al fuerte movimiento feminista que se ha visibilizado y fortalecido desde el activismo en redes. Demandan atención de las necesidades masculinas, creación de un Instituto de la Familia y eliminación de los privilegios que las leyes han otorgado a las mujeres, incluso, se señala la creación de ciertas marcas bancarias “exclusivas” para mujeres como uno de esos privilegios para derogar.
Esto ha construido una guerra discursiva contra lo femenino sustentado desde el miedo a la pérdida del privilegio. Si bien contamos con un marco legal importante en defensa de los derechos humanos de las mujeres, este fue construido desde la necesidad que los múltiples casos de violencia, femicidios, violaciones y otras causas motivaron. No es una invención feminazi, pues para haber alcanzado este marco de protección muchas mujeres murieron en el camino, a manos de sus parejas o exparejas, en su mayoría masculinas.
Cuando el goce del privilegio forma parte de lo cotidiano, cualquier acción que procure el beneficio de poblaciones en desventaja constituirá una amenaza. Un ejemplo de esto sería las acciones generadas desde el Ministerio de Justicia y Paz con relación a la sobrepoblación carcelaria. ¿Cuántas críticas y condenas hacia tan impopular accionar? y ¿cuántas historias de éxito, alcanzadas con la medida, continúan sin ser contadas?
Si bien lo femenino no es percibido de forma directamente amenazante, seguimos sin ser vistas como personas. Somos el “buen par”, “la cintura de avispa”, “la fácil”, “la gorda”, “la chismosa”, “la incómoda”, todos calificativos utilizados desde posiciones de poder para minimizar esfuerzos, logros y virtudes. Este desprecio y descalificación de lo femenino está tan arraigado a nivel cultural, que permite entender la homofobia masculina en términos de sanción a la “renuncia” viril.
Se necesita un ejercicio de nuevas masculinidades, reconocimiento y renuncia de privilegios y la construcción de procesos reflexivos constantes, que no solo contribuye con el establecimiento de mejores relaciones sociales entre hombres y entre mujeres y hombres, sino que además contribuye con la salud mental de los hombres. Pues eso de ser el macho alfa, lomo plateado y demás, es un acto violento de desgaste físico y emocional que el mismo sistema cultural se ha empeñado en crear.
Las mujeres merecemos respeto, merecemos caminar por la calle sin miedo al acoso o el abuso sexual, merecemos trabajar en condiciones dignas y ganar un salario justo por nuestra labor, merecemos ser tratadas con dignidad y respeto en los centros de salud, merecemos espacios de esparcimiento y recreación, no porque seamos tu madre, hermana, amiga, prima o conocida, merecemos respeto porque somos la mitad de la población mundial y uno de los pilares más importantes de la economía, pero sobre todo, merecemos respeto porque somos seres humanos.

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