La pandemia del COVID-19 brinda la posibilidad a las instituciones de Educación Superior Costarricenses (IES) de llevar a cabo un análisis pertinente y necesario en el marco de la readecuación de la labor académica a nivel nacional.
Lo bueno es que este período ha mostrado la capacidad adaptativa de las IES para hacer frente a este tipo de escenarios, insólitos si se quiere. El nivel de compromiso de autoridades, académicos, sector administrativo y estudiantes, que con poca experiencia en contingencias de este nivel han dado lo mejor de sí para que la labor de las IES continúe, es una realidad.
Lo malo es que se evidencia que la brecha digital en las IES no es por falta de equipo, soluciones e infraestructura tecnológica. El reto no ha sido en términos del acceso a las tecnologías de información y comunicación —teniendo en cuenta sus excepciones de índole regional y económica—, sino su apropiación y uso de forma oportuna y planificada.
El sector académico ha sido sujeto de laboratorio que mediante ensayo y error ha dejado surgir al adolescente rebelde que se atreve a realizar cosas nuevas en el tanto tenga la oportunidad. Se ha podido ver cómo aquellos que estaban mejor preparados en el uso de estas herramientas —que en algunos casos han tenido que autofinanciarse— han dado un fuerte golpe en la mesa frente a otros que no han aprovechado o intentado utilizar las facilidades que algunas instituciones han brindado a sus propios funcionarios y estudiantes, desde hace varios años.
Lo feo, y a su vez lo más interesante —y no menos sorprendente— es la aparición de personas que tratan de desmeritar el teletrabajo como figura esencial para realizar sus labores con el uso de las tecnologías y herramientas colaborativas desde otro lugar además del centro de contratación, principalmente su domicilio. Estas, sabiéndolo o no, generan un discurso distorsionado y confuso donde sin una perspectiva teórica concreta nombran como presencialidad remota, virtualización, nueva pedagogía o trabajo a distancia a la labor docente. Con ello desconocen en la práctica la condición del académico como sujeto teletrabajador, y se ignora la importancia y trayectoria del teletrabajo como orientador de las relaciones laborales que ya ha sido documentado a nivel nacional e internacional. Este fenómeno recibe el nombre de teleconfusión.
Entre la necesidad de hacer y justificar su accionar y el temor a la incertidumbre, esta teleconfusión se evidencia nivel conceptual y tiene consecuencias en las acciones que se están llevando a cabo. Está claro que teletrabajo y presencialidad remota no son excluyentes, por lo que querer separar la segunda del gran paraguas del teletrabajo podría verse como una distinción odiosa y a todas luces artificial entre la condición laboral del académico y el resto de los funcionarios en un recinto universitario, aspecto que estamos seguros de que los académicos o candidatos políticos a autoridades no quieren hacer ni promover.
Dar lecciones remotas de forma sincrónica utilizando tecnologías desde su hogar u otro lugar autorizado por la institución privilegia la variable distancia para la organización de las actividades; por ello, es presencialidad remota. Sin embargo, la labor del académico no es solo esa; se complementa con actividades asincrónicas que deben llevar a cabo durante el desarrollo de un curso, ya que forman parte de la carga laboral asignada. Por eso, el concepto presencialidad remota es insuficiente para explicar todo lo que este hace en un entorno laboral desde su domicilio e injusto para el volumen de sus acciones y la responsabilidad que conlleva.
La teoría indica que el trabajo remoto puede llevarse a cabo desde una perspectiva teletrabajable o bien bajo modelos de trabajador autónomo (freelance), que tienen otras características de contratación y donde la condición de presencialidad in situ no es necesaria. Por ello, la labor que están realizando los académicos en nuestras instituciones es teletrabajo, donde hay un componente de presencialidad remota. A modo de ejemplo, en la Universidad Nacional (UNA) es la condición de teletrabajadores académicos lo que permite cubrir el aspecto legal a lo interno, así como la posibilidad de honrar las cláusulas laborales y seguros correspondientes en caso de requerirse.
La operacionalización de estrategias teletrabajables en la academia plantea el reto en las IES de que estas sean referentes de la mediación pedagógica o andragógica mediante el uso de tecnología. Esta es la principal deuda. La asincronía podría funcionar para reducir los problemas de conexión por aspectos de cobertura y de economía familiar por parte de los estudiantes; sin embargo, cuando un estudiante hace un esfuerzo con un plan de datos de telefonía celular básico para ingresar a un aula virtual, y se enfrenta a una lista interminable de lecturas y videos sin mayor acompañamiento docente hay un gran sinsabor, pero también una gran oportunidad de reinventarnos. Decimos hoy presencialidad remota por el miedo a indicar que daremos algo que no tenemos (educación virtual), pero recordemos que el teletrabajo utiliza también las herramientas colaborativas, que son incluidas para subsanar esta carencia.
La teleconfusión en tiempos de pandemia es un espejo de las acciones en el campo de la educación y la tecnología, que no han articulado de la mejor forma, que se han dado más por la presión y la coyuntura, pero que dejan el imperativo de la integración y el mejoramiento efectivo en el menor tiempo posible.
De todo el fenómeno nos quedamos con lo bueno. Contar con personas teletrabajadoras comprometidas con el usuario, la salud pública y el ambiente. Darnos cuenta de que sí podemos trabajar desde la casa y ser eficientes y demostrar a la sociedad que la universidad no ha cerrado ni cerrará fortalece nuestro compromiso de seguir aprovechando las herramientas tecnológicas y de comunicación que hasta hace poco tiempo parecían lejanas para algunos sectores.