En el transcurrir del tiempo, los sujetos, según aprendizajes, vivencias y experiencias, van construyendo posiciones. En la medida en que los pensamientos se vinculan con los hechos, se solidifican las visiones de mundo.
La conveniencia juega y ataca la solidificación de una posición de vida. Una persona puede cambiarla, si ante un hecho dado, lo que tiene que ganar con ese movimiento es superior a lo que obtiene manteniéndose en ella, pero, también, cuando simplemente no quiere ser expuesto ante una disonancia cognitiva en su actuación.
Alguien señaló que si no se vive como piensa, se termina pensando como se vive. En períodos de efervescencia, la consistencia resulta un atributo bastante escaso. No solamente porque el dinamismo con el que se mueven las distintas posiciones es enorme, sino porque cada concesión que se realiza implicará nuevas batallas en el mediano o el corto plazo con propios y extraños.
En medio de la tempestad, aparece un tipo de sujeto, especializado en unir cabos, independientemente de las diferencias que existan entre las sogas. Este es el veleta. Se escuda en que, en los procesos de negociación moderna, no se gana totalmente ni se pierde en igual manera. Con el permiso de esa aparente máxima, entonces, es capaz de radicalizar o flexibilizar, dependiendo de la ocasión, cualquier aspecto a fin de salirse con la suya. Detrás de la capacidad aparente de ceder, lo que existe es cálculo inmediato y desatinado, o bien un experto en el manejo de la justificación, aunque este lo lleve a caer en ridículo, prisionero de sus propias palabras.
El veleta, en ciertos momentos, se evidencia como mitómano. Este trastorno hace que se termine mintiendo de forma compulsiva, a fin de crear una imagen distorsionada de los hechos para poder administrar la realidad.
Cuando esto ocurre, el elemento clave es quién cree en lo que esta persona dice. Pero, cuando la mitomanía individual se convierte en un ejercicio colectivo y social, tanto en la dinámica de lo público, como de lo privado, los equilibrios históricos potencialmente pueden entrar en signo de pregunta.
Existe una relación directa entre claridad y consistencia. Si se tiene claro el punto de llegada en cualquier proceso, se será consistente con la forma en la que se ha previsto para llegar a ello.
Cuando la conducta se rige por la razón, se tendrá la claridad para visualizar que, si se está equivocado, se cambiará el rumbo. La consistencia, se evidenciará en la medida en que se saber distinguir el punto de llegada y los medios para llegar a él, por lo que el discurso evidenciará armonía entre estos y los fines perseguidos. El discurso se sostiene, aunque se tenga que pagar un costo cuando se tiene claridad y consistencia.
Cambiar de discurso, como de pantalón, de acuerdo al aire de la tempestad, finalmente mina la credibilidad del actor.
No obstante, cuando la pasión o las vísceras son las que orientan la conducta, se seguirán sosteniendo ideas mitómanas a fin de convencer a los otros de que las propias mentiras son la realidad… “Miénteme más, que me hace tu maldad feliz”, diría la canción.
Lo verdadero y lo falso pueden parecer hoy dos caras de una misma moneda, pero las consecuencias de lo que se asume como real son irremediables.
¿Navegaremos a punto seguro, conscientes de los peligros del trayecto o seremos veletas impelidas por cualquier viento para mantener una posición?
Para verdades, el tiempo…