Como tantas otras veces durante mis nueve años como profesor interino, el pasado mes julio procedí a abrir mi cuenta de correo institucional para revisar las comunicaciones que cotidianamente me llegan y, de repente, me encontré con un mensaje que me indicaba que mi cuenta había sido desactivada por no tener nombramiento y me remitían a una circular (N° CI-C-02-2016) emitida por el Centro de Informática. Por su puesto que la decepción fue total al ser esta otra de las tantas vejaciones con las que se castiga al personal docente en condición interina de la Universidad de Costa Rica.
Mientras pasaba por el estupor de acreditar lo que veía, recordaba que, si bien no tuve nombramiento en el primer semestre, aún tenía pendiente una serie de trámites administrativos donde, tanto el correo electrónico como el expediente digital (también desactivado), eran los medios por donde podía dar seguimiento, por ejemplo, a mi liquidación. Aún más cuando la UCR se encuentra en teletrabajo por la emergencia sanitaria del COVID-19. Queriendo atenuar la desilusión, realicé un balance de lo que han significado para mí estos nueve años dedicados con denuedo a la institución. Recordé cuando impartí clases en la sede de Turrialba y en el recinto de Guápiles, donde compartí con estudiantes que me permitieron darme cuenta de la importancia y el impacto que tiene la educación superior pública en el desarrollo de las diferentes regiones.
Posteriormente, ya en la sede Rodrigo Facio recuerdo también con gratitud a los docentes colegas de la Escuela de Estudios Generales que me dieron su apoyo en el concurso de antecedentes donde, en 2016, gané una plaza en propiedad que, lamentablemente, luego el exvicerrector de Docencia Bernal Herrera me arrebató en un procedimiento ilegal y arbitrario. Finalmente, en la Escuela de Historia he tenido la oportunidad de crecer en la docencia, en la acción social y en la investigación, y también he podido compartir y aprender con colegas y estudiantes que apreció mucho. En suma, han sido nueve años agridulces, de los que guardo experiencias muy gratas pero otras infelices, las últimas por mi condición de interino.
Nuestra benemérita UCR es hija de las reformas sociales de la década de 1940. En aquel momento los valientes trabajadores y trabajadoras impulsaron una Costa Rica con rostro humano y promovieron las garantías sociales, el derecho a la salud y también un Código de Trabajo para proteger los derechos de las personas trabajadoras. Paradójicamente, hoy, con el 65 por ciento del personal docente en condición interina, en la UCR se precariza su situación y se vulneran sus derechos a lo largo de años de incertidumbre y discriminación.
Actualmente, corren tiempos muy complejos para las universidades públicas y para la sociedad costarricense. Por un lado, un grupo de diputados junto con otros sectores político-económicos buscan cercenar la autonomía de las universidades garantizada constitucionalmente. Por otro lado, ante la crisis sanitaria provocada por el COVID-19, habrá recortes presupuestarios al FEES. Ante este panorama de incertidumbre se impone la defensa de nuestras universidades públicas, resguardando los derechos laborales de los docentes interinos, de los trabajadores tercerizados de limpieza y del sistema de becas estudiantiles. ¿Recaerá ese recorte nuevamente sobre las personas trabajadoras más vulnerables? ¿La próxima administración cambiará la política injusta y desigual contra el personal interino y tercerizado? A falta de una seccional de interinos que el Sindeu no ha atinado crear, invito a las personas docentes interinas a seguir la página de Facebook de “Personas interinas de la Universidad de Costa Rica” y mantenerse organizadas y atentas en busca de soluciones que respeten su dignidad y sus derechos.