Opinión

Las paredes del odio

Luego de que el edificio fue entregado por los estudiantes, resultó claro que, además de los grafitis y consignas seleccionadas para su difusión, había otros, de circulación restringida, dirigidos a profesoras y profesores de la UCR.

Entre el 17 y el 31 de octubre del presente año, en el contexto de un conflicto entre las universidades públicas y el Poder Ejecutivo por el Fondo Especial para la Educación Superior (FEES), un pequeño grupo de estudiantes de la Universidad de Costa Rica (UCR) tomó el edificio de la Facultad de Ciencias Sociales.

Casi inmediatamente, los alumnos se dedicaron a escribir consignas y a pintar grafitis en las paredes de ese edificio, una actividad que rápidamente fue romantizada por algunas personas como una materialización del arte y de la libertad de pensamiento.

En contraste, otras personas, en medios de comunicación y redes sociales, se refirieron a esa actividad como la vandalización de un bien público. Para contrarrestar esa acusación, empezaron a circular fotografías de grafitis y consignas, debidamente escogidas, para tratar de convencer a la ciudadanía de que la intervención estudiantil de las paredes era una expresión artística y de consciencia política.

Luego de que el edificio fue entregado por los estudiantes, resultó claro que, además de los grafitis y consignas seleccionadas para su difusión, había otros, de circulación restringida, dirigidos a profesoras y profesores de la UCR, quienes fueron vilipendiados de las peores maneras posibles.

En algunos casos, detrás de ese vilipendio se descubren fácilmente motivaciones homofóbicas, misóginas y racistas; en otros, esos docentes fueron injuriados, calumniados y difamados simplemente por manifestar su oposición respecto de la toma del edificio.

De esta manera, no es solo rebeldía estudiantil lo que destilan las paredes del edificio que fue tomado, sino también el odio de quienes aprovecharon la situación para, impulsados por muy diversos motivos, vengarse de profesoras y profesores.

Como en un episodio de El señor de las moscas, la célebre novela de William Golding publicada en 1954, quienes tomaron el edificio, en razón del poder absoluto que se arrogaron, fueron consumidos por sus propios prejuicios y excesos.

Al convertir la injuria, la calumnia y la difamación en sus principales instrumentos de lucha, esos alumnos, que no respondían más que ante sí mismos, se enrumbaron por los caminos fáciles de la intolerancia que criminaliza a quienes piensan diferente y se apartaron de las tradiciones democráticas que han caracterizado la historia del movimiento estudiantil costarricense.

De hecho, la pretensión de que su movimiento sea reconocido como un actor político legítimo en la política universitaria simplemente por haber cometido un acto de fuerza –sin pasar por el proceso de constituirse en partido y competir en las elecciones estudiantiles– muestra la índole esencialmente autoritaria de quienes tomaron el edificio de la Facultad de Ciencias Sociales y lo convirtieron en un monumento al odio.

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