Opinión

¡Lamentable falla de la educación estatal!

La conciencia, entendida como moralidad, es tan maleable en estos días como lo es, y debe ser, nuestra actitud ante cada momento e incidencia

La conciencia, entendida como moralidad, es tan maleable en estos días como lo es, y debe ser, nuestra actitud ante cada momento e incidencia de la vida.

Una mínima cuota de poder político transforma la personalidad y la conciencia del funcionario público a extremos inadmisibles. A veces la persona más humilde colocada detrás de un mostrador o vistiendo un uniforme se vuelve arrogante y descortés, y si subimos de grado en la escala institucional, el cambio puede ser incalculablemente mayor.

Cada circunstancia de la vida transforma nuestra actitud hacia ella y eso es normal y necesario. Si veo a mi amigo lo saludo, pero si me tratan de asaltar corro. No debiera ser, sin embargo, que un cargo público transforme mi conciencia y me haga hostil, arrogante, despectivo u ordinario contra quienes requieren de mis servicios. Aunque eso no es general, sí podemos decir que es muy frecuente.

Dada la costumbre y la naturaleza tan vulgar del sistema autoritario que nos rige, tal transformación de la conciencia en muchos sujetos a quienes casi todo se los ha dado la sociedad, incluyendo su puesto y el rango que ostentan en lo público, los hace ignorar su descortesía y sus actitudes arrogantes ligadas al desempeño de su labor y jerarquía.

¡Si la comunidad nos da una ventaja, un puesto, es para servirle a ella lo mejor posible y no servirnos de tal posición para tratar de avasallar a los que debemos ayudar!

En cada Institución o agencia del Estado hay “servidores” de cierta categoría que debemos, literalmente, enfrentar a cada momento y que nos hacen sentir como indigentes que piden una moneda. Esa lacra se da en todos los ámbitos de la función pública, donde están situados los sujetos que más debieran cuidarse de valorar su actitud, de frente a su conciencia, en cada circunstancia u oportunidad que el público los requiere.

Ese tipo de “servidor”, si acaso lo advierte, cree, casi siempre con convencimiento, que sus servicios “deben” ser así, arrogantes y groseros. El requerimiento de sus servicios por parte del pueblo, y su obligación de brindarlos, lo ven como una carga, no tanto por pereza o maldad ni por el desquite de saber que un día estuvieron “de este lado del mostrador”, sino porque su conciencia enferma y corrupta, que es parte del sistema y proviene de la educación del Estado, les indica que así debe ser su trato en la función pública, aunque en su vida privada sean personas amables. Es decir, el gran problema es que no saben ni intentan interrogar su conciencia ante cada actitud asumida en su puesto, cosa tan simple de hacer; pero solo los menos vulnerables espiritualmente lo consiguen a tiempo para poner a prueba su honestidad.

En ese orden, obligados nosotros a realizar cualquier diligencia en una institución del Estado, después de pasar por conserjes y guardas, escasamente amables, llegamos a los burócratas, la vergüenza del país, que nos atienden muy despacito para decirnos que no. Si seguimos “trepando” en jerarquías, el asunto se complica, nos encontramos con la asistente del profesional “institucionalizado”, médico, abogado, economista… que después de torcernos la cara, tal vez nos pase para que aquel nos atienda, ¡de lejos y rapidito, sin escucharnos, como a leprosos! Gerentes, directores, directivos… ¡si es que llegan algún día!, no los alcanzamos ni con una caña de bambú.

Por último, ¡aleluya, los políticos que pusimos en su puesto con nuestro voto y “soberanía”! Nuestra esperanza, nuestros “sabios representantes”, los dueños absolutos del Estado y del poder, munícipes, alcaldes, diputados, ministros… estos sí que nunca nos tratan con grosería, ¡del todo no nos tratan! ¡Son inaccesibles, pues ya votamos por ellos! Humanoides intocables que al final solo náuseas nos provocan, pero bien merecidas las tenemos por ponerlos allí y por querer luego acceder a lo intocable y prohibido del sistema. Así son nuestras nobles instituciones, “orgullo del pueblo para servir al pueblo”.

¡Las nobles instituciones,

en vez de tranquilidad,

nos dan inseguridad

 yen lugar de protección,

miseria y explotación,

delito y hostilidad!

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