Mi tío-abuelo Pericles fue un personaje único. Por ejemplo, antes de periclitar (acepción verbal inventada por él) ya tenía pagada la incineración y me había convencido de lo que yo debía hacer con sus cenizas. Brevemente: llegar al cementerio X con sus cenizas hasta la bóveda de nuestra familia y, en una de sus dos esquinas frontales, con una pequeña palita hacer un hueco suficientemente profundo para depositar las cenizas. Esto, claro, asegurándose de que no hubiera “moros en la costa”, como solía decir. Así que cuando alguno de sus muchos amigos y conocidos me preguntaban dónde estaba enterrado mi notable finado, yo contestaba con un rotundo “¡en el cementerio X, en la tumba de la familia!”. Lo cual era una verdad a medias, o total, según las creencias de cada cual.
Pero lo anterior es solo para dar una idea del personaje. En la vida real, mi pariente era uno de esos hombres de pro, ciudadano ejemplar en muchos sentidos. Formado en la mejor educación pública de la época (Escuela Buenaventura Corrales y Liceo de Costa Rica, ambos lógicamente en San José), había vivido sucesos trascendentales en la historia del país: la dictadura de los Tinoco, la Segunda Guerra Mundial, la guerra civil de 1948 y la aprobación de la Constitución Política de 1949 que, entre otras cosas, eliminó el ejército. Posteriormente, ya hombre maduro, fue testigo activo del nacimiento y consolidación del Estado de derecho y del bienestar, con sus acertadas medidas que originaron la pujante clase media nacional: la seguridad social con todas sus conquistas relacionadas con la educación primaria y media públicas y gratuitas, la salud, el empleo, la vivienda, las jubilaciones por vejez o invalidez, la nacionalización de la banca, el impuesto del 10% al capital de los ricos, la creación de la Universidad de Costa Rica, etc. Por consiguiente, Pericles fue conocido como paladín público de todas esas y otras conquistas sociales, muy en tono con sus frecuentes colaboraciones en la prensa y la radio nacionales a lo largo de todos esos años. Añado, finalmente, nunca “perteneció” a ningún partido político: es que le desagradaba la idea de perder su independencia en todo sentido, fiel a su interés de mantenerse fiel a una línea política de objetividad, una posición que con los años llegué a identificar como más cercana a la izquierda que a la de centro o derecha.
Sirva todo lo anterior para justificar su desagrado con el pasar de los años, hasta los más recientes, cuando un partido socialdemócrata, como Liberación Nacional, empezó a desdecirse de su ideología y, asumiendo las posiciones internacionales más retrógradas, contribuyó a desguazar el Estado del bienestar, del cual había sido uno de sus principales constructores. Comenzaron así los años del neoliberalismo, ideología que podría resumirse en su afán de gobernar no para los ciudadanos, sino para el bienestar y las ganancias de las empresas ligadas al gran capital.
Ante el crecimiento desmesurado de la iniciativa privada en educación, en salud, en empleo y en vivienda, etc., todo lo cual se enmarca en una economía de mercado, absolutamente demoledora de todo lo alcanzado durante años en que la iniciativa del Estado fue fundamental, Pericles se preguntaba ante mí:
¿Dónde y cuándo usted ha visto a un Alto Funcionario del Estado (AFE) interesándose por solucionar carencias o daños en una escuela o en un colegio públicos? Mi pariente definía a un AFE como cualquier funcionario en un alto puesto de gobierno (Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, presidentes e inmediatos subordinados de instituciones públicas descentralizadas, incluyendo la banca nacionalizada, y sus juntas directivas, además de los abundantes mandos medios con ínfulas sociales en todas esas instituciones). Mi familiar justificaba ese desinterés porque con el impulso neoliberal a la iniciativa privada, ya los hijos, nietos, sobrinos, etc., de ese AFE no frecuentaban la educación pública. Ya no había padres AFE en las juntas administrativas de estas instituciones, así que los problemas presupuestarios, de mantenimiento y hasta de la calidad de lo enseñado, dejaron de ser prioridad y solo se atendían cuando el interés político lo justificaba.
¿Dónde y cuándo usted ha visto a un AFE haciendo cola ante un hospital público o un EBAIS para obtener sus medicamentos o, incluso, para obtener una cita o una operación quirúrgica urgente? Nunca, que para eso tienen el dinero para comprar sus medicamentos o, en el caso de la cita urgente o la operación, sus “contactos” políticos con otros AFE para ahorrarse tiempo y gastos.
¿Dónde y cuándo usted ha visto a un AFE haciendo cola en un banco nacionalizado para conseguir un préstamo que le permita construir modestamente la casa de habitación de su familia? Nunca, porque para eso tiene sus contactos AFE ahí mismo y, en todo caso, las instituciones públicas creadas para la vivienda, entre ellas el INVU, son meros “elefantes blancos” inundados de una burocracia ajena a todo interés de servicio público.
¿Dónde y cuándo ha visto usted a un AFE preocupado por el deterioro del régimen público y solidario de pensiones que se encamina hacia la quiebra sin que el Estado se inmute? Nunca, porque para eso el neoliberalismo alienta la creación de un sistema egoísta de pensiones complementarias, privado, para que el Estado se desentienda de su obligación, fundamentada en la solidaridad, sobre todo con los sectores socioeconómicos más desfavorecidos. Por si fuera aún poco, está en la naturaleza de los AFE el manejar el régimen público de pensiones de manera que sus propias pensiones sean todo lo abultadas que las leyes, impulsadas por ellos, permiten.
Como colofón: Pericles periclitó hace ya algunos años. Pero estoy seguro que se volvería a morir si supiera que en ciertos colegios privados las mensualidades se pagan en cientos de dólares. Aquello de escuelas y colegios, como crisoles de la democracia, donde todas las clases sociales se mezclaban, se trataban y se respetaban como iguales, como las golondrinas de Bécquer, son cosas del ayer que no volverán. ¿O sí? Esperemos que el pueblo, el verdadero, despierte.

