Opinión

La socialdemocracia no es conservadora

El presente razonamiento no pretende convertirse en una crítica a ningún partido político nacional o extranjero en específico; tampoco constituye un cuestionamiento a los valores éticos y religiosos,

El presente razonamiento no pretende convertirse en una crítica a ningún partido político nacional o extranjero en específico; tampoco constituye un cuestionamiento a los valores éticos y religiosos, que son derecho inalienable de todo ser humano profesar libremente, y, mucho menos, una pretensión de imposición de criterio ideológico-doctrinario. Se trata de una reflexión sobre la socialdemocracia en términos generales ante la evidente crisis de identidad que sufre en las distintas latitudes.

La socialdemocracia, desde su surgimiento a finales del siglo XIX en Europa, se caracterizó fundamentalmente por su capacidad de transformación y voluntad de adecuarse a las exigencias de la realidad histórica de un momento particular reconfigurando su propia naturaleza; pero siempre sobre la base de la búsqueda de los medios necesarios para alcanzar las mayores cuotas de libertad, igualdad y bienestar entre los miembros de una sociedad y manteniendo rasgos característicos como la justicia social, la libertad, la solidaridad, la responsabilidad, el humanismo y el progresismo.

Deslindándose de las tesis y acciones ortodoxas del marxismo y sin satanizar el sistema capitalista, su éxito consistió precisamente en su capacidad de adaptación por la vía pacífica y reformista. Así fue desde la propuesta inicial de Bernstein, la socialdemocracia “clásica” de Olof Palme y Willy Brandt o la llamada Tercera Vía propuesta por Giddens y empleada, especialmente por Blair, Schröder y Clinton, hasta la tropicalización de la misma en países latinoamericanos especialmente desde la segunda mitad del siglo XX e inicios del siglo XXI.

No obstante, al día de hoy la crisis por la que atraviesa es evidente. Se refleja en la disminución sustantiva de simpatizantes y militantes en los partidos políticos, en una desconexión programática con las tradicionales bases sociales que servían de “músculo” para los proyectos socialdemócratas, en una anarquía de principios ideológicos y en un desligue entre discurso y praxis; así como en un exceso de pragmatismo que más allá de la natural adaptación a los tiempos. Ha implicado una suerte de clases políticas “social-confusas” sin objetivos claros, lo cual deviene evidentemente en un denominador común: apabullantes derrotas electorales en todo Occidente.

Incluso, resulta inquietante cómo las tesis conservadoras de la doctrina social de la iglesia, a la cual se adhiere la democracia cristiana, y el auge del nuevo populismo patrocinado por los partidos políticos evangélicos, particularmente en América Latina, se han ido imponiendo e, incluso, absorbiendo a la socialdemocracia.

Es evidente como los otrora partidos progresistas y reformistas socialdemócratas, cuando de discusiones sobre derechos humanos se trata, encuentran en el tradicional conservadurismo doctrinario un estado de confort, abiertamente contradictorio con su origen y razón de ser, así como con la separación entre religión y política, lo cual puede llegar a explicar en mayor o menor medida la crisis por la que atraviesa la socialdemocracia mundial.

De tal manera, parece necesario refrescar conceptos para su oportuna implementación en los partidos sociademócratas, con base en los postulados de la Internacional Socialista a la cual pertenecen. Específicamente, la Declaración de Principios de 1989 y la Carta Ética de 2003, las cuales reafirman el respeto y fortalecimiento absoluto de los derechos humanos y de todo tipo de acción que favorezca la paz, la tolerancia, el diálogo, la comprensión y la cooperación, así como la lucha contra todo tipo de discriminación basada en el género, el origen étnico, la orientación sexual, la lengua, la religión, las convicciones filosóficas y políticas, entre otros.

Así las cosas, quizá un primer gran paso para que la socialdemocracia retome su rumbo y florezca nuevamente como una opción válida y atractiva de cara a la ciudadanía consiste en levantar renovadas banderas por causas sociales, ambientales, económicas y culturales con un claro norte en el marco de la defensa y la promoción de los derechos humanos de manera integral y trasversal en su discurso y su praxis política.

La socialdemocracia, con todo y sus adaptaciones temporales, geográficas o culturales, en definitiva no es conservadora, pues la libertad, la justicia social, el humanismo y la solidaridad no permiten exclusiones de ningún tipo.

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