Opinión

La salud de la República

A diferencia de otros países de América Latina, donde los procesos de construcción de identidad nacional estuvieron desprovistos de derechos políticos efectivos para la población, en Costa Rica esos derechos sí se materializaron: en la década de 1900 prácticamente todos los varones adultos estaban inscritos para votar.

Luego de finalizada la dictadura de los Tinoco (1917-1919), el sistema de partidos políticos y la competencia electoral adquirieron una dimensión socialmente progresiva, que culminó con las reformas sociales de la década de 1940.

Después de la guerra civil de 1948, la conexión entre sistema político y bienestar de las mayorías se intensificó de manera extraordinaria, y se mantuvo vigente hasta 1978, cuando empezó a girar hacia el neoliberalismo, que adquirió fuerza a partir de 1982.

Pese a ese giro, la asistencia del electorado a las urnas permaneció alta hasta las elecciones de 1998, cuando el abstencionismo empezó a crecer, en respuesta a los esfuerzos del Gobierno de José María Figueres Olsen (1994-1998) por radicalizar las reformas neoliberales y después de la violenta agresión de que fueron objeto los educadores —en su mayoría mujeres— en 1995.

Desde entonces y hasta las elecciones de 2018, el abstencionismo se mantuvo alto, pero sin sobrepasar el 40%. Si en 2022 sobrepasó ese umbral (la cuarta elección presidencial menos concurrida desde 1897), tal resultado hay que acreditárselo a la regresiva gestión gubernamental de Carlos Alvarado Quesada más que a la pandemia.

Puesto que en el imaginario nacionalista costarricense se ha creado una fuerte asociación entre esa identidad y el deber ciudadano de votar, el aumento habido en 2022 es un indicador claro de cuán fracturada está la nación como comunidad imaginada (en el sentido planteado por Benedict Anderson).

Así pues, de cara a la segunda vuelta, cabe preguntarse: ¿qué es mejor para la salud de la República: ir a votar por candidatos que, pese a las promesas vacías que harán en campaña, mantendrán un estilo de gobierno centrado en satisfacer los insaciables apetitos de las oligarquías empresariales, o abstenerse y dejar de contribuir a la legitimación de un sistema político que, en vez de priorizar el bienestar general, solo procura hacer más ricos a los que ya son escandalosamente ricos?

 

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