Opinión

La revolución pasiva

La “revolución pasiva” es una categoría formulada por Antonio Gramsci (1891-1937). Ese pensador y militante político italiano siempre esquivo a las clasificaciones.

Esta idea de la “revolución pasiva”, empero, no es una camisa conceptual que pueda usarse para cualquier cosa. Sin embargo, como es común en nuestra Centroamérica, políticos en aprietos o que se sienten acorralados, se lanzan a invocar referentes para conjurar nubarrones; ahora le ha tocado el turno a Gramsci.

Eso es lo que ocurrió hace poco, cuando el vicepresidente salvadoreño, Félix Ulloa, realizó una gira europea para aclarar lo que está aconteciendo en el país centroamericano.

A casi dos años y medio de la impresionante victoria electoral de Nayib Bukele y su extraña amalgama política, donde vapuleó a los partidos políticos tradicionales, está claro que no hay ninguna novedad ni cambio sustantivo para El Salvador. ¡El truco de magia está perdiendo fuelle!

Ulloa salió a intentar la contención del descrédito internacional que se ha ganado a pulso el gobierno salvadoreño actual. No fue a Estados Unidos, porque la insólita confrontación con el gobierno norteamericano le está cerrando los espacios allá. Un aliado natural de este tipo de gobiernos, como el encabezado por Bukele, ha pasado a constituirse en una espada peligrosa. Y no es que el gobierno salvadoreño sea un filón antinorteamericano o algo así, no, se trata de una impericia política de alto calibre que ha tomado ahora un curso que las autoridades salvadoreñas ya no pueden manejar.

Pero: ¿qué llevó a Félix Ulloa a arrastrar a los empellones a Gramsci e integrarlo en su discurso? Pues las urgencias de un proyecto político que se derrite sin remedio de la propia mano de su “inventor”, Nayib Bukele.

En una de las entrevistas que dio en Europa, el vicepresidente mostró que está en sintonía con Bukele, pero a la vez dejó entrever que no entiende lo que está sucediendo en su país. O peor: quiso tapar el sol con un dedo.

La situación económica a la que se abisma El Salvador en 2022 es casi seguro que terminará en una explosividad política. Esto está, de algún modo, asociado al tema del acuerdo poco probable (aunque no imposible aún) con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que prestaría 1200 millones de dólares antes de finalizar 2021. Y es que para enero de 2022 el gobierno salvadoreño tiene compromisos con acreedores por un monto cercano a los 800 millones de dólares. Sin esos 1200 millones de dólares, ¿cómo solventará ese pago urgente? A eso hay que agregar que si el FMI no desembolsa esos recursos, otros organismos como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, también cerrarán sus chorros.

Sobre ese punto el vicepresidente Ulloa quizá no tiene una opinión fundada. Además, la misión encomendada era precisa: desmentir las certezas que la comunidad internacional tiene sobre El Salvador. Por eso patinó Ulloa. Inventó, ridiculizó y mintió.

Las preguntas que lo esperaban las podría haber solventado con elegancia y ambigüedad; sin embargo, se deslizó en una diatriba increíble. Ridiculizó las marchas contra el gobierno salvadoreño, que desde el 15 de septiembre pasado han adquirido un giro de masificación y de confluencia de demandas. Dijo, para minimizar las expresiones ciudadanas de descontento, que en esas marchas hubo más periodistas que manifestantes. Esa tentativa de ridiculización es insostenible.

También en un trabalenguas intencionado, justificó la posible inconstitucional reelección presidencial de Bukele dentro de dos años y medio. Y para eso tuvo que mentir.

Pero la invención más memorable es cuando trajo a Gramsci a su canasta de palabras. Dijo, Ulloa, que lo que vivía El Salvador era una “revolución pasiva”. Lo afirmó con tal naturalidad que quizás esperaba congratulaciones. Llamar “revolución pasiva”, tal y como lo explica Gramsci, es sin duda una tomadura de pelo: ni hay revolución en El Salvador ni mucho menos transformaciones profundas en lo económico-social-ambiental.

Las movilizaciones que iniciaron el 15 de septiembre de 2021 son las que han cambiado el curso, que parecía imparable, de la consolidación de Nayib Bukele como regente perenne (o por muchos años) de El Salvador, y constituirán en los próximos meses la punta de lanza de una inesperada rearticulación política. Y no solo por la convergencia de sectores y segmentos sociales involucrados, sino porque están emergiendo demandas y reclamos hasta ahora atrapados en la indiferencia de las oficinas policiales y fiscales, como por ejemplo la abultada cifra de personas desaparecidas.

Además, hay un abultado registro de otras demandas: los excombatientes de guerra, los miles de despedidos por este gobierno, la violencia contra las mujeres, los abusos policiales, la opacidad en el manejo de los millonarios fondos para enfrentar la emergencia sanitaria, la crisis hídrica…

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