Opinión

La política en picada (y  nosotros también)

El mejor candidato de la oligarquía es aquel que dice ir contra ella y, al llegar al poder, le da vuelta a su discurso. Son repetidos los casos locales y la experiencia internacional, ni se diga. Por todas partes, emergen los topos, los outsiders, que dicen no tener pasado en la política y, sin embargo, muestran tremenda maña al desarrollar sus intereses.

Claro, esto no sería posible sin el radical analfabetismo político que lleva a mucha gente a percibir polؙítica como sinónimo de corrupción: la ingenuidad se paga cara porque el elector también es un consumidor que se deja llevar por la pinta o por el desplante. Una oratoria insolente es en estos días cotizada en todas partes, aunque se use para solapar que se actúa por encima de las facultades concedidas por el voto.

De tal manera, los poderes que controlan y regulan son presentados como enemigos. La idea es desaparecer sus facultades para que así se pueda operar a dedo y por la libre. La premisa parece decir “se acaban los controles y, por lo tanto, la corrupción”, postulado que se cae por sí mismo.

Robert Klitgaard enunció rato ha la ecuación de la corrupción así:

C= M+D-R

Allí entendemos que la corrupción (C) implica el monopolio de la decisión (M), la discrecionalidad (D) —que se logra a partir de enturbiar las regulaciones— y la rendición de cuentas (R) que, al disminuir o no darse, incentiva la acción corrupta.

Esto es tema de todos los días. Incluso, es posible que, como distractor, el poder o sectores interesados presenten como corruptos casos donde la sensatez lleva a modificar parámetros por ser inadecuados a la época. A partir de allí, se presenta el tema en primera línea y otros asuntos mayores, siguen su avance mientras son tejidos en silencio por financistas de campaña o banqueros oscuros.

Si la prensa no es independiente o muerde el anzuelo, entonces cargará sus esfuerzos sobre estos temas que pueden ser grandilocuentes y emanan ambigüedad.

También cabe el caso de que el poder presiente sus siniestras intenciones como la lucha por la reivindicación de sectores. Populismo puro. En ese caso, gracias a marejadas de trolls —opinadores pagos de la masa, simples influencers— y la artimaña de las redes sociales para hacer de la mentira una verdad (por el mecanismo rancio de la ubicuidad), y eso le permita a la oligarquía tener como gobernante un ángel con alas de cuero y látigo con puntas de acero: algo más propio de las profundidades ardientes que de la piedad cristiana y más funcional que el proceder de buena fe.

La imagen me viene a la cabeza porque es lo que han estado experimentado los pueblos que eligen outsiders, por el simple hecho de presentarse como disrupción narrativa sin realmente serlo. Lo que hay por allí, pero que nada nos soluciona, son guerras intestinas del gran capital, al cual ha dejado de interesarle el buen manejo de la cosa pública hace rato, con la irrupción del nefasto Estado corporativo, del cual tantas derechas presumen y no es otra cosa que la cooptación del poder político en función de hacer grandes negocios y, bajo la bandera de la competitividad, reducir costos de producción vía salarios precarios, exoneración de impuestos y el concepto de empresa por encima de los derechos humanos, lo que nos lleva a barbaridades como el desprecio al medio ambiente, a la educación universitaria pública, a la nutrición infantil y al gasto de toda peseta que pueda llover sobre las clases populares para mejorar su calidad de vida.

El desprestigio que emana de una sociedad corrupta, empaña todas las vidrieras y no nos deja mirar el dibujo de fondo. De ello se aprovecha el ladrón —que está allí en el centro del cuadro— para saquear a gusto mientras algún esbirro suyo hace un alboroto en redes diciendo que al presidente mesiánico lo quieren meter preso arbitrariamente o que quieren linchar al jaguar de peluche.

Un bulo más, un bulo menos y los cazadores corren tras el ratón suponiendo que es un conejo.

Lo raro es que esto pasa cada vez que elegimos un gobierno: automáticamente toda oposición es categorizada por el ganador como delictiva y las salivas van y vienen porque la no tolerancia es la impronta de los tiempos que corren y vienen al pelo con no dialogar, sino imponer rutas con planificación cero.

En lugar de administración pública, turismo de aventura…

Y así nos va.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido